No existe la libertad de prensa, tan solo es una máscara de la libertad de empresa (Arturo Jauretche, 1901-1974)
Vicky Peláez.- La globalización ha convertido los medios de comunicación a su alcance en un poderoso instrumento del poder de las transnacionales para lograr que el mundo sea una aldea personal, pero lo más triste es que les ha transmitido varias enfermedades que hacen dudar de la lógica y la razón de la información que difunden día a día.
Padecen del síndrome del dinero y del poder, y esto crece a medida que se adhieren estrechamente a los intereses de los dueños de las empresas donde laboran.
La enfermedad de la obediencia les quita toda iniciativa creativa y objetividad histórica, igualmente los aleja cada vez más de los intereses de su terruño natal y de sus compatriotas. Este padecimiento hace callar a los periodistas al menor gesto de sus mentores, como lo hacen ahora respecto a Libia después de la destrucción del país por unos mercenarios a los que llaman “revolucionarios”, o los hace chillar indignados contra los gobiernos de Siria o de Argelia que tratan de prevenir la división y desaparición de sus países por la voluntad de los “iluminados” norteamericanos, europeos y de los oligarcas locales a su servicio.
Los comunicadores sufren también del síndrome de Stephen Glass, un ex periodista de la revista norteamericana The New Republic, quien en 1998 fue despedido por crear artículos y fuentes falsos. Decía Glass que “mi técnica consistía en iniciar el reportaje con una verdad, continuar con medias verdades, seguir con una mentira y concluir con la farsa. Las dos primeras partes convencen a los lectores de que las dos últimas, por extrapolación, eran también verdaderas”. Sería interesante para los estudiosos de la comunicación ver la película Shattered Glass (2003) y enterarse de los trucos de su técnica ya globalizada.
La guerra mediática que se ha desatado en América Latina contra los países miembros de la Alianza Bolivariana de Nuestros Pueblos de América (ALBA) que se atrevieron a decir NO a los Estados Unidos, y en especial contra el gobierno de Ecuador es un reflejo palpitante de la gravedad de las enfermedades que padecen los medios de comunicación.
Lo curioso es que desde que Rafael Correa asumió el poder por el mandato popular en 2007 y después en el 2009 ha sido acosado tanto por la derecha como por la izquierda. Allí, los periodistas se han convertido en portavoces y frecuentemente en autores de esta persecución mediática. La derecha no ha cesado de acusarlo de formar una alianza con el “pardo” Chávez y el “tirano” Fidel así como ser simpatizante de las ideas del “asesino” Che Guevara. Lo llaman dictador, autoritario y usurpador de poder.
A la vez la izquierda le acusa de ser mentiroso por hablar del golpe de Estado en 2010 y dicen que nunca hubo tal. Parece que se olvidaron estos compañeros que todo el planeta vio en “vivo y en directo” cómo el pueblo y el ejército rescataron al presidente del Hospital de la Policía quien había sido secuestrado por la policía amotinada. También lo acusan de ser entreguista y defensor de los intereses imperialistas y coincidiendo con la derecha, lo tildan también de “autoritario que quiere convertir el país en un Estado policial”. Frases absolutamente absurdas y lejos de la realidad, solo reflejan el grado de la desinformación que utiliza la oposición para confundir a la población.
Entre los países del grupo ALBA, Ecuador representa un caso especial.
Es el único país dolarizado lo que significa una doble dependencia de la voluntad de EEUU. Y a pesar de todo esto, el presidente Correa logró iniciar una nueva época en el desarrollo socioeconómico del país que “siendo productor del cacao”, (como él escribió en su libro “Ecuador: de Banana Republic a NO Republic”), “sea importador de chocolate, exportador de petróleo e importador de gasolina”. Una tarea harto difícil en condiciones de una guerra mediática originada en Norteamérica, que no puede perdonar a Rafael Correa el cierre de una de las más sofisticadas bases militares en América Latina y su permanente crítica a la política usurera del Fondo Monetario Nacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).
Las fuerzas de la oposición política ecuatoriana, reflejando las consignas norteamericanas tratan cada día, de acuerdo al periodista ecuatoriano, Jorge Núñez Sánchez, de “ver en cada acto administrativo un error, en cada declaración oficial una amenaza, en cada negocio público una muestra de corrupción y en cada proyecto una infamia”. Los medios de comunicación están empeñados en “mostrar un país incendiado por la conflictividad, que marcha hacia la catástrofe y al abismo social”. En realidad están de acuerdo con lo que dijo Hillary Clinton al salir de la Cumbre de las Américas celebrada en 2009 en Puerto España (Trinidad y Tobago). Cuando un periodista la preguntó si consideraba importante a América Latina, ella contestó: “por supuesto, es nuestro patio trasero”.
A los grupos financieros nacionales no les incomoda vivir en un patio trasero bajo el tutelaje estadounidense pues les asegura su dominio y control de un 70 por ciento de los medios de comunicación nacional, incluyendo cuatro de las seis principales cadenas de TV, los canales por cable y unas 50 estaciones de radio. Con este ejército mediático pueden sabotear a cualquier presidente, como a Rafael Correa como cuando él se atrevió a presentar una nueva Ley de Medios para terminar con el monopolio financiero de la opinión pública. A la vez Estados Unidos ofrece generosos incentivos financieros a través de la USAID y la NED a la oposición local, a las ONGs y algunos grupos de izquierda para desestabilizar al gobierno, según una investigación de la periodista norteamericana Eva Golinger.
Como dijo George Bernard Shaw, “la libertad significa la responsabilidad” y es hora para que el pueblo ecuatoriano la asuma y ponga el punto final a la guerra mediática que atrasa el desarrollo del país.