Ahora resulta que el problema es la edad. Siempre eres demasiado joven o demasiado mayor para hacer algo. Recuerdo casi con añoranza aquellas épocas en que no se me permitiía opinar de determinados temas porque era demasiado joven, porque no sabía, porque los mayores habían dictado sentencia... Hoy, ya con taitantos años a mis espaldas, por mucho que yo me empeñé en confesar solamente 28 como hizo mi abuela Prudencia toda su vida, me doy cuenta del peso del edadismo, es decir, de esa tendencia general de la sociedad a marcar sus tiempos y pensar que para ciertas cosas no puedes ser demasiado viejo. Cuando cumples los cuarenta parece que todo se termina, tienes que tener tu vida ya poco menos que encaminada, haber estudiado lo que tocaba estudiar, tener el trabajo de tus sueños, el piso de turno, por supuesto haber más o menos criado a tus retoños...
Ah, amigo, la crianza de los hijos e hijas. Casarse. Muy pronto hemos llegado al mundo de las convenciones. En efecto, el pressing al que se te somete ya es insostenible cuando entramos en la esfera personal. Si con cuarenta no estás casado, cuidado que se te pasa el arroz o directamente ya se te ha pasado. Inmediatamente se plantean varios escenarios:
a) Maricón/lesbiana.
b) Insoportable.
c) Fracasado/a.
d) Todas las anteriores son correctas.
Claro está, tienes que tener una pareja estable para casarte o emparejarte. Imagínate si la persona hace meses que no te ve: "Oye, has conocido a alguien". Mira, no. No he conocido a nadie, y si conocí a alguien tuvimos un rollo de unos días o de media hora y cada mochuelo a su olivo. Si no tienes hijos ya directamente se monta otro escenario de múltiples variables porque tienes que tener previsto el traer cachorros al mundo en un plan de vida ideal. Entonces llega ese escenario en el que cada estímulo que te viene de eso que absurdamente llamamos "la sociedad" te hace creer que llegas demasiado tarde para todo, porque a determinada edad se acaba el mundo y no podrás realizarte como persona. Ya no puedes conseguir ciertas cosas, lo siento.
Me acuerdo perfectamente del momento en que leí en una web que cierto piloto de Fórmula 1 de 28 años, ciertamente muy guapete, era para la persona que redactó la noticia un "madurito interesante". ¿Sorry? Con 28. ¿Qué soy yo entonces a mis años? ¿Una momia decrépita sin derecho alguno a ponerme al volante de un coche, no sea que vaya a atropellar a alguien y causar una desgracia por mi falta de toda pericia y, desde luego, el atractivo suficiente como hombre?
¿Qué haces mirando a gente más joven que tú, viejo verde, dónde pretendes ir con esa cara y esa calva y ese cuerpo, no ves que nadie va a fijarse en ti? Yo, que quieres que te diga, hace mucho que tengo ensayada una tesis doctoral sobre eso. Mira, tengo la edad que tengo. Estoy, mas o menos, en la mitad de mi vida: Me tengo que fijar en gente que tiene entre 18 y mi edad, o bien entre mi edad y la muerte. Salvo que fuera necrófilo, sin ser nada de eso yo, por una cuestión de estadística alguien habrá más joven que se fije en mí, ¿no? Pues no. No tienes derecho. Tú a vestir santos, y si los desvistes es que eres una depravada.
Lo siguiente es excluir a la gente porque es demasiado mayor para... ¿Para qué soy demasiado mayor? Ya empiezas a escuchar o a leer que es que una mujer de cierta edad no debe llevar el pelo largo. No digamos un hombre. Y que no se te ocurra aparecer con un piercing o tatuado. O embarazada. Es que con más de cuarenta es ridículo ponerte en mallas e irte al gimnasio al lado de los de veinte. Es que mira tú para qué vas a ponerte una ortodoncia con tu edad. Para qué vas a aprender idiomas, de qué te va a servir. ¿Un instrumento musical? ¿Opositar tú, a tus cuarenta años? Ya no tienes las neuronas para eso.
Entonces se convierten en noticia todos aquellos ejemplos de personas que alcanzan logros más allá de la edad que las convenciones sociales han considerado lógicas o establecidas, porque eres un viejo. Lo suyo es que las consigas con veinte y no en tu rango de edad, que ya estás como el busto de Nefertiti, para ser expuesta en una vitrina. Y tuerta.
Eres viejo para triunfar más allá de la veintena.
¿Pues sabes lo que te digo? Que este texto se me ocurrió después de la ceremonia de los Oscar 2023, cuando pasaron cuatro cosas maravillosas. Por ejemplo, que Michelle Yeoh recibiera su Oscar a la mejor actriz con casi sesenta años, con un aspecto envidiable y con una carrera estupenda por delante todavía, después de haber sido ninguneada por Memorias de una geisha o Tigre y Dragón. Y encima ganándole a otra señora de una edad como Cate Blanchett, que sigue trabajando todo lo que quiere y más, rodeada de admiración.
O que Brendan Fraser, justo cuando hace mucho que dejó de estar buenísimo y nadie daba un duro por su carrera, recibiera su merecido premio a la edad de 54 años. Y no digamos el Oscar a Jamie Lee Curtis, que lleva partiéndose el lomo desde 1977, haciendo el trabajo libre que a ella le da la gana y dando voz a minorías que desean otro tipo de películas, cuando no directamente siendo la musa del cine independiente o del terror.
Y sí, me emociona saber que después de años sin oportunidades para un hombre que había dejado de ser un simpático niño prodigio en pelis de culto de los años ochenta como Indiana Jones y el templo maldito o Los Goonies, Ke Huy Quan recibió su estatuilla. Pues sí, un niño prodigio que había pasado al segundo plano en el mundo del cine, vuelve a la actuación y es premiado con 51 tacos. El más joven de los cuatro que recibieron galardón.
¿Que eres demasiado viejo para qué? No, hombre. Que nadie te diga lo que puedes y lo que no puedes hacer porque hace mucho que dejaste de tener 20. O lo que debes hacer. Cambia de vida todas las veces que te dé la gana. Sigue tocando la guitarra y sigue cantando, porque lo haces genial, haz deporte y estudia todo lo que puedas y más, porque tienes el derecho a seguir evolucionando y a crecer profesionalmente, o por el maravilloso placer de estudiar y de conocer. Sal a la calle, baila y ríete de todo, bébete el agua de los floreros y enamórate todas las veces que quieras. O, sencillamente, no busques el amor si no lo necesitas. Reinventa tu presente y tu futuro y, sobre todo, sigue el dictado de tu corazón. Es una mentira inmensa eso que nos han hecho creer sobre los trenes que pasan una sola vez en la vida. La mayor de las mentiras: Están pasando trenes a cada minuto. Sólo tienes que esperar por el tuyo y subirte.
Que la pasión guíe tus pasos. Nunca te equivocarás.