No entiendo ná de ná. Y no, no me refiero al francés, sino a ese dialecto andalusí maginense en que se expresa mi mascota humana que, con sus contracciones silábicas y aspiradas vocales y consonantes, lo hacen difícilmente inteligible. Bueno, por eso y por cuestión de carácter que lo hacen "mü rarillo".
Una fresca mañana de verano del 2014 me insistió en que lo llevara a conocer a " san sabio". Tras intentar hacerle comprender que ese señor había fallecido hacía muchos años aquejado por el padecimiento de nuevas reglas actuales que justifican la expulsión de niños de seis años de los colegios acusados de acoso y abuso sexual por dar un beso a la compañera de clase o despedir a los maestros por poner protector solar y dar una aspirina sin permiso de sus padres a aquella alumna de cuyo embarazo no les pudo informar por respeto a la intimidad y privacidad, y que ahora ese tal don sabio yace enterrado bajo los vericuetos de la burocracia, después de un largo rato y de una lección de logopedia llegué a averiguar que lo que quería realmente era conocer el templo románico francés de San Salvio.
Y como no era cuestión de negarle el antojo, en aquel su estado de "in albis" en que se encuentra permanentemente, allá que lo trasporté. Héme aquí con esta pobre criatura.
Tuve que explicarle que el actual templo albijense de Saint Salvy tiene su origen en una capilla levantada en un cementerio romano inicialmente dedicada a San Saturnino, pero allá por el año 584 una fuerte epidemia azotó la ciudad de Albi, y un tal Salvio, que era entonces su obispo, se prodigó en atención humanitaria y sanitaria de sus feligreses hasta el punto de fallecer víctima de su contagio, o sea, todo lo contrario de aquel religioso abnegado del ébola repatriado en avión de las Fuerzas Aéreas que acabaría por ofrecer como víctima propiciatoria a mi compadre Excalibur. Pero, en fin, que este Salvio, a su muerte, fue enterrado en su monasterio, y más adelante fue trasladado al santuario que siglos después se convertiría en esta colegiata consagrada a su nombre y a su memoria.
Su curiosa iglesia, cuya construcción comenzó en el año 1057, refleja a la perfección dos estilos arquitectónicos muy predominantes en esta región del sur de Francia: el románico languedociano y el gótico meridional. Además, la distinción entre ambos se hace especialmente sencilla en este caso: la antigua parte románica es de piedra, mientras que la mayoría de añadidos góticos posteriores fueron realizados en ladrillo.
La torre norte, la primera parte de la colegiata en ser erigida, es un ejemplo muy bonito del románico languedociano antes mencionado, cuyos elementos más significativos son las lesenas y las bandas lombardas que decoran la parte superior de la base de piedra.
El claustro de la colegiata fue construido en el año 1270, y seriamente dañado durante la Revolución Francesa. En el interior gótico, su elevada nave central desemboca en un ábside iluminado por cinco vanos cubiertos por preciosas vidrieras policromadas.
Apean las bóvedas sobre columnas rematadas de bellos capiteles con representaciones fantásticas.
Y, al fondo, a los pies de su famoso órgano, un espectacular conjunto escultórico policromado conformado por un ecce homo rodeado de seis profetas.
Así, como un ecce homo, llegué del viaje de regreso por complacer. Únicamente por complacer....
Mongui ha muerto y me deja desolado. Compañero, aventurero románico y vital desde hace doce años, se marcha al Edén y me deja un profundo vacío. Con el recorrí todo el románico hispano y extranjero. Manuel Gila (Almería)