Aquella veraniega mañana de 2012 descubrí la diferencia conceptual de lo que para los humanos significan las palabras "perro" y "vago". La primera nos la suelen aplicar a los de mi especie, la segunda a los de la suya. Esto ocurrió cuando me propuse llevarlo a la segunda "fábrica" más importante de España y temiéndose que le hubiese encontrado un empleo serio y más formal que el que tenía, alegó excusas increíbles y me dejó abandonado una semana. A su vuelta, me encerré en el portating y me declaré en huelga de hambre hasta que logré convencerle, tras varias explicaciones, de que se trataba de una "fábrica", de un importante Taller románico que, en estado ruinoso, le garantizaba que seguiría sin dar palo al agua ni hincar el espinazo para seguir ganando pasta gansa a costa de clientes crédulos. Así fue como lo tuve que llevar al burgalés Monasterio de San Pedro de Arlanza.
Su ubicación, en la escarpada ladera del río que le propicia su apellido, ocasionó graves problemas arquitectónicos para organizar canónicamente las dependencias monásticas. Las ruinas actuales del monasterio de San Pedro permiten aún hoy en día observar la basílica de tres naves con amplios cuatro tramos y crucero sin cimborrio que termina en tres ábsides de remate circular y adosan la torre a la nave del Evangelio. A los pies, un nártex.
Junto al flanco meridional, el claustro, donde hoy yergue un enorme e infrecuente "pinsapo" que aunque menos famoso que su hermanastro ciprés de Silos resulta atrayente y un lugar idóneo donde descargar ecológicamente mi vejiga.
Restos de la sala capitular con arcadas apeadas en columnas rechonchas adornadas de capitel doble.
Al fondo, una pequeña galilea que, por la orografía, se abría al norte como único medio de acceso.
Su portada, de siglo XII, hay que verla en el Museo Arqueológico Nacional, así como las pinturas magníficas del Pantocrátor en el Metropolitan neoyorkino o el Grifo en el MENAC.
Parece ser que los maestros Guillermo y Etostem comenzaron las obras en 1080 casi de forma coetánea a la emprendida en el de Silos por el abad Fortunio, como pregona la inscripción epigrafiada del paramento interior del presbiterio que hoy se conserva en el archivo del Monasterio de Santo Domingo de Silos y que reza: " ERA MCXVIII, SUMSIT INICIUM HANC OPERAM".
En la fachada norte se levantó, ya en gótico, su poderosa torre militar por el flanco débil de la defensa monacal.
Cuando se observan los restos de los muros absidiales, se nota que también allí se hubo de producir una "burbuja inmobiliaria", pues a la mitad de su altura existe un cambio evidente de decoración y las columnas geminadas se sustituyen por otras de un solo fuste. Se aprecia un "parón" en las obras. Se quedaron sin "cuartos" y sólo en 1110, cuando se reanudan, vuelve a emplearse sillería y cantería de calidad en los muros laterales articulados en diez tramos separados por pilastra con columna de entrega que se adornan con profusa y bella cornisa de arquillos lombardos bajo el que se cobija un vano sencillo sin imposta, semejante al primer Taller románico español en Oña con quien guarda similitudes técnicas, temáticas y compositivas.
Juan de Colonia, ya en el siglo XV introdujo las modificaciones góticas que hoy observamos en estado ruinoso.
Y, a todo esto, os estaréis preguntando si le gustó. No se si alguna vez os he dicho que siempre tuve la impresión que aquella "mi mascota humana" tenía la sensibilidad en el mismo lugar que las abejas su aguijón. Me dijo que le quedaba una sensación agridulce, porque si era cierto que aquella "fábrica" no le supuso trabajar, aquella grandiosidad era como el esqueleto de un dinosario del Arqueológico y que se le encogía el alma sólo de contemplarlo.
Así que lo invité a un plato de lentejas en el encantador y próximo pueblo de Cobarrubias, no para despejar sus penas, sino por aquello de la Herencia Bíblica.
Una idea de Manuel Gila para CURIOSÓN @2020