Aquel aciago día, la controversia surgida entre el obispado cántabro y los guardeses/as de los templos a los que suprimieron sus humildes dádivas e impidieron quedarse con la colecta de los visitantes, propició la negativa de la entrada al templo.
La primera vez que aparece referenciado documentalmente este templo de Santa María o de la Anunciación es en el Cartulario de Santoña de 1195 donde aparece como testigo de su venta dominus Petrus Abbas de Baredio. Hoy se alza colindante al cementerio municipal y junto a la encina centenaria que aquí aparecen.
Tras añadidos góticos y renacentistas, solo conserva románico intacto en su cabecera, presbiterio, crucero y linterna.
El ábside semicircular, de aparejo isódomo de sillares dispuestos a soga y tizón, aparece seccionado por columnas que llegan hasta la corona. Dos líneas de impostas paralelas recorren su perímetro separándolo en tres tramos en cuyo superior se abren ventanas de la que únicamente la central conserva todos sus elementos románicos de doble vano, ajimezada y columna de tres fustes rematada con capitel de bolas que abre en dos arcos de medio punto que descansan en capiteles también decorados.
El vano de la izquierda, remodelado y con su columna destruida para albergar una imagen de la Virgen, que luego se retiró, se remata con cruz sobre su eje.
Rematan la cornisa absidial una serie de canecillos con personajes itifálicos y mujer con piernas levantadas
cabezas de hombres, asnos y bóvidos.
En el muro meriodional, su puerta renacentista desde la que se accede al templo,
y adosada al mismo muro su torre neorrománica prismática.
Y poco más es lo que en aquella ocasión pude ver, porque como los de mi especie siempre estamos disponibles superando incluso el desaliento e incompresibles decisiones de nuestros amos y señores, no llegué a comprender la actitud de aquella buena mujer cabreada que no tuvo en cuenta mi tremenda cabalgada. Menos mal que mientras ellos intentaban resignarse a la negativa, yo encontré a un colega para criticar.