Tenía interés por conocer este templo, aparentemente sencillo y anodino, porque sabía que en su interior guardaba una joya desconocida. Así que, aprovechando una incursión por el Baix Urgell me puse a ladrar como un descosido haciendo ver que tenía alguna que otra necesidad y propiciar la consabida parada justificativa de que el conductor estirara las piernas.
Tuvimos suerte, pues tras aparcar en la misma plaza y mientras echábamos una primera vista al exterior del templo, apareció la vecina que iba a repasar y limpiar el templo por lo que nuestra entrada resultó franca. Mencionado ya en el acta de consagración de Santa María de Guissona en 1098, fue cedido en 1151 por el Papa Eugenio III a Solsona.
Construido sobre roca pura en un pequeño cerro junto al río Sió, consta de una sola nave, dos contrafuertes en el lado Sur y un ábside semicircular.
La puerta de entrada, muy modificada, con dovelas formando arco de medio punto con la imagen del patrón.
La fachada principal, con óculo desplazado para albergar una hornacina.
Y el campanario, adosado en el siglo XVIII
El exterior sencillo. Cabecera rematada con arquillos ciegos con los únicos adornos de unas caritas y una cruz albergada en el interior de alguno de ellos.
El interior sobrio. Recorrido perimetralmente por imposta adornada y con solo vano rasgado contribuye a la iluminación del óculo desplazado de la fachada.
Y una cruz procesional de piedra profusamente decorada.
Pero sobre el altar mayor, una escultura del titular del templo, San Pedro, infravalorada.
Y digo esto porque se trata de una obra escultórica del siglo XIV pagada, tal vez, por los señores de la localidad Dalmau de Mur o de Queralt que realizó un esclavo griego que trabajó en el Panteón Real de Poblet y en la mismísima fachada gótica del Ayuntamiento de Barcelona. Toda una sorpresa que merece la pena que la descubráis.