Gran Guía de Templos Románicos
Templo de Nuestra Señora de la Asunción | Caballar
En el documento conservado de 1122 conteniendo la donación de Alfonso I el Batallador y que fuera confirmado al año siguiente por doña Urraca y Alfonso VII, se ampliaron los términos segovianos del valle del río Pirón a las villas de "Cova Cavallar".
El topónimo puede explicar que en la zona existiesen muchas cuevas que los repobladores aprovecharon desde su llegada para guardar ganado en la "cova" Cavallar, lugar que luego daría origen a este prodigioso pueblo del que poco o casi nada se ha escrito en nuestro románico: Caballar.
Allá por agosto de la pasada década quise descubrírselo a mi mascota y allegados haciéndoles comprender el valor de un románico rural donde la monumentalidad de la traza convive con decoración escultórica básica de artífices locales en un templo triplemente milagroso: Nuestra Señora de la Asunción; uno de los pocos templos segovianos que cubre su bóveda de cañón, aunque las transformaciones del pórtico y cabecera hayan deformado su estructura original.
El pórtico se cerró, elevó su alzado, reforzaron los muros con contrafuertes y se abrió puerta adintelada sobre la primitiva con arco de medio punto apeando en ábacos y pilastras.
La cabecera, semioculta entre dos capillitas laterales, pero con hemiciclo dividido en tres paños por columnas adosadas unidas, sin solución de continuidad, al alero.
La torre de dos cuerpos, unida al pórtico. El cuerpo inferior de mampostería y el superior, con campanas, de sillería abierto por arcos con tres arquivoltas de la que la intermedia, abocelada, voltea sobre columnas rematadas en capiteles vegetales.
Dos puertas. La septentrional, exterior, con flores de aro y palmetas que se geometriza formando entrelazo para adornar enjutas.
En la meridional, tallos y hojas mejor logradas que los grifos y leones de los capiteles sobre las que se apoyan, dejando al descubierto la mano de artífices locales menos experimentados.
El interior de la única nave con bóveda de cañón apuntada sobre arcos fajones que se encargan de dividirla en cuatro secciones y donde los capiteles tienen un protagonismo espectacular. Grandes hojas caliculadas de gran imaginación, ya vivas, ora estáticas, en combinación inverosímil.
Grifos delicados del mejor maestro
Leones que encorvan su lomo recordando al maestro de las puertas del taller de Duratón.
El cetrero, magnífico, que nos trae recuerdos del templo de la Virgen de la Peña aunque de menor calidad
Y las sirenas en sus dos vertientes: sirena pez bicaudal
Y su ancestral sirena pájaro. Preciosa.
Unos bustos humanos que posan sus manos sobre el estrágalo, como si se asomaran a un púlpito, rompe toda la tónica figurativa del templo.
El hemiciclo termina en ábside que preside la titular iluminada por tres ventanas de doble arco.
No me quiero olvidar de esta pinturita gótica en el paño lateral donde aparece San Cristóbal, porteador.
En el exterior, aleros cobijan una profusa colección de canecillos con figuras humanas.
A mí el que más me gusta es éste.
Se cubre con teja a contrapelo. Yo que estoy acostumbrado a verlas bocabajo, aquí están a la inversa. Quizá para derretir la nieve y hacerla descargar en forma líquida.
Y dije que es triplemente mágico porque en su interior conserva una capilla dedicada a Valentín y a Engracia, hermanos de San Frutos, que fueran martirizados en este lugar por Diocleciano en el siglo VIII cortándoles la cabeza y arrojándolas a la Fuente Santa, origen de la tradición de celebrar las "Mojadas de los Santos" en rogativas para épocas de pertinaz sequía en que se vuelven a introducir las cabezas de reliquia en la fuente implorando lluvia.
El segundo aspecto mágico es su pila.
Fantástica desde el punto de vista de su factura románica, pero más fantástica aún cuando os diga que en ella bautizaron a nuestro Esca, el "jinete de la meseta".
Y para rematar, el tercero: que lo bautizaron sin apellidos, Fernando Sebastián Álvaro ¿ os lo podéis creer?. Pues nada, él sigue diciendo que Fernando es el nombre.