Revista Política

Edición 000

Publicado el 23 octubre 2010 por Peterpank @castguer
ARDE AVATAR ARDE
Sin libertad no se puede ser uno mismo, pero nadie es libre de ser sí mismo. Sólo se es libre siendo todos antes que uno. No se trata de abandonarse al parecer ajeno; se trata de que nadie, nadie en este mundo de locos, se ha forjado un criterio en el vacío. Es el humanismo natural. Importa cómo incorporamos la Naturaleza, que incluye nuestra propia especie y todos sus cuentos, a la fina idiosincrasia que es el pellejo. Cómo aprendemos a crear. Y el único medio social que permite descubrirlo es, por verdadero, la libertad.
Pero muchos, muchas veces, prefieren vivir la mentira. Construyen un avatar de sí mismos que los comunica, en clase VIP, con lo trascendente. Creen que la excelencia, en lugar de una noble aspiración, es la ley física del fin de los tiempos, el destino del Robinsón. Confían en que la sola fuerza de sus estrechos prejuicios pueda enmendar aquello que cada individuo finalmente es. Los mensajes teledirigidos por las grandes empresas fueron creados para ellos: “Especialistas en ti”, “Tú no eres tonto”. Dejaron de ser ingenuamente creyentes (Dios), para ser creídos con arrogante vulgaridad (Yo). No, repiten, yo-no-soy-tonto.
SEIS FRAUDES
En toda simulación hay algo que se disimula y evita. Por eso, la crónica periodística, incluso la mejor, es incompleta. Narra la simulación cometida en todos los actos de naturaleza política, como si otra dimensión de la realidad, la legal o constitucional, no se disimulara con ellos. No nos referimos a la sociedad urbana del “como si”, que no es fraudulenta cuando fundamenta la hipocresía y la cortesía en los buenos modales.
Aquí hablaremos de la gran superchería del "como si" tuviéramos una democracia representativa. Superchería sistematizada por una Transición tan original que ha convertido en anticonstitucional todo lo que se hace a luz del día, todo lo que puede ser narrado en las crónicas de la prensa o en los telediarios, es decir, todo lo que es simulado sin ser simulacro; mientras que la legalidad duerme yacente en lo disimulado y no practicado. El fraude de ley se caracteriza por una ley que se aplica y otra ley que se evita. En el fraude político español solo hay una ley que se evita: la Constitución. Ninguna ley ampara o aplica lo simulado.
Se simula que la campaña electoral comienza cuando lo deciden los dos partidos gubernamentales, y se disimula que la ley fija plazo obligatorio de antelación a las urnas. Se simula que el aparato de cada Partido hace las listas de candidatos, y se disimula que la Constitución obliga a que se hagan de modo democrático. Se simula que la votación en las urnas tiene por objeto elegir al Presidente del Gobierno, y se disimula que la Constitución obliga a elegir el cuerpo legislativo. Se simula que son elecciones libres, y se disimula que los votantes solo pueden elegir entre listas de partido. Se simula que los elegidos son representantes de los electores, y se disimula que solo representan al partido que los elige. Se simula que los elegidos no están sujetos a mandato imperativo, y se disimula que, contra la norma constitucional, han comprometido sus votos futuros a la disciplina de partido. Y en este Estado de Partidos, ninguno de esos seis fraudes será denunciado por los medios informativos.
OPINIÓN Y CRITERIO
Las opiniones siguen a las pasiones como los criterios a las razones. La opinión política traduce, en el lenguaje de lo simulado, la pasión de poder. El criterio político expresa, en el idioma de lo disimulado, la razón de verdad. Las opiniones políticas dominan en el reino de las apariencias de poder, donde la opinión dominante gobierna. Los criterios políticos surgen del mundo de las realidades dominadas, y la verdad reclama el criterio de la libertad colectiva. Descubierto el axioma de identidad entre verdad y libertad, las opiniones particulares caen, como hojas de árboles sin savia, y el criterio de verdad injerta, en el tronco natural del sentido común, las esencias de la libertad creadora de arboledas en la vida política.
Los diaristas de este Diario no entrarán en el campo sin vallas de las opiniones gratuitas, donde la opinión es libre porque no cuesta nada y cada irresponsable tiene la suya. La verdad no es cuestión de gustos y colores, donde también hay, aunque no se divulga, criteriología de estética. Cuando se cree que cada cual es libre de expresar su opinión sobre lo que desconoce, lo cual no es reprochable en los ámbitos privados, los espacios públicos se contaminan más de opiniones falsas que de partículas polutas.
Los medios de comunicación son ámbitos públicos. Este Diario cometería un delito contra la sanidad de la atmósfera cultural si, en lugar de criterios, emitiera opiniones, aunque fueran opuestas a las que ponen en circulación diaria los medios informativos. Pues no hay una opinión pública que ponga las cosas políticas en su sitio, según su orden de valor y de verdad. Queremos iniciar un nuevo periodismo que no intoxique a los lectores con opiniones sin criterio. La existencia de una opinión pública sensata requiere la continua creación de criterios de verdad derivados de la libertad politica.
florilegio
“Hace tiempo que a las opiniones no les pasa lo que a las monedas de metal. Las falsas retiraban del mercado las verdaderas. La propaganda estatal descubrió que éstas no eran necesarias si todo el billetaje era falso. El consenso informativo de la Transición puso en circulación billetes falsos. Su continuo y extenso manoseo los convirtió en moneda corriente. El fraude original se ha desdibujado, pero el engaño continúa viéndose, en el papel-prensa, al trasluz de su única filigrana.”

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