Después de haber leido las tres tragedias de Sófocles que se conservan sobre el personaje de Edipo, asombra ver el tratamiento tan libre y a la vez tan respetuoso de Pasolini en su adaptación cinematográfica. La película nos muestra un mundo atemporal y bastante salvaje en el que todo parece conspirar para que se consume la tragedia del protagonista. La visión de la existencia por parte del director es terrible: la felicidad es pasajera y engañosa, el dolor acaba imponiéndose y nadie puede escapar a su destino, que no depende de la bondad o maldad de sus acciones. O quizá sí que exista una escapatoria. A Edipo lo pierde su curiosidad, el anhelo por conocer la verdad, aunque esta sea dolorosa. Durante sus indagaciones, va descubriendo poco a poco sus auténticos orígenes y, aun sospechando que llegar al final de las mismas va a acabar con su cordura, sigue adelante, por mucho que sea advertido en sentido contrario.
Edipo es una víctima inocente por sus acciones, pero culpable por indagar la verdad. Se descubre autor de dos de los crímenes más abominables: el parricidio y el incesto con la propia madre. La escena en la que el protagonista se arranca los ojos es memorable: como si toda la tensión acumulada estallara en un acto de suprema desesperación y de rabia contra sí mismo, como si a la ceguera física hubiera precedido una moral. Franco Citti otorga sus mejores momentos interpretativos en los momentos clave, cuando su voz tiene el sonido de la absoluta desesperación. Silvana Mangano está muy correcta en su papel como esposa y madre, dotando de sensualidad a su personaje.
La estética de la que dota Pasolini es casi orínica y muy en consonancia con el origen teatral y mitológico de la historia. Los trajes, los objetos, los escenarios, son reducidos a su mínima expresión, casi como si fueran objetos simbólicos más que reales. Es esta una de esas obras que describen magistralmente la condición humana como un constante infortunio. Resulta irónico que a Edipo lo nombren "hijo de la fortuna", la diosa más caprichosa y voluble, que a veces es representada como la justicia, con una venda tapándole los ojos. Hay que recordar las palabras que un Edipo ya anciano, que ha estado años vagando como vagabundo ciego (en Edipo en Colono, de Sófocles) y que sigue lamentándose de su suerte:
"Cargué con una infamia, forasteros, cargué con ella, sin querer, ¡testigo de ello sea dios! Nada hay en todo ello que eligiera mi propia voluntad."