¿Cómo se edita un manuscrito musical inédito del siglo XX?
Los que nos dedicamos a editar música de diferentes épocas sabemos que son muchos (aficionados y profesionales) que piensan que solo es difícil transcribir un manuscrito cuando es muy antiguo, por ejemplo, cuando nos enfrentamos a la escritura del canto gregoriano... o, aún peor, del canto bizantino. Parece como si la música más reciente fuera mucho más sencillo pero eso no es correcto. En primer lugar, un especialista de paleografía o de edición musical lee los signos del siglo XII como los del siglo XVIII, no ve un galimatías imposible en un manuscrito medieval sino un cuaderno de ruta igual de claro o de confuso que el de una partitura de Mozart. En segundo lugar, ese mismo especialista sabe que llegar al fondo del texto es lo realmente complejo, interpretar lo que el autor (sea anónimo o Wolfgang Amadeus) ha querido expresar eligiendo o prescindiendo de un matiz o de una ligadura es lo que solo se supera, en el mejor de los casos, con años de estudio, con mucha experiencia, con intuición y sensibilidad.
En todos los casos el vértigo, cuando se edita una obra manuscrita, que dormía en unos fondos familiares o en los de una biblioteca, es absoluto. Los signos que pasaremos al programa de edición musical, que se convertirán en esas figuras que leerá el intérprete se cargarán de nuestros aciertos o errores. La responsabilidad es enorme y solo pedimos que el autor nos inspire para hacerlo lo mejor posible.
En el caso de la obra para piano de Ramón Serrat i Fajula, la escritura es bastante clara y limpia. Aún así, hay muchos compases donde cabe la duda de qué es lo que quiso escribir, dudas a nivel rítmico, melódico, armónico, etc. Incluir o no una nota u otra en un acorde, cuando las cosas no están bien definidas en el manuscrito, puede cambiar por completo el sentido de la frase. La única forma de resolverlo es profundizar en el resto de la obra del autor hasta llegar a sentir su idioma personal, esos gestos de estilo que diferencia a un compositor del resto.
Se trata de llegar a ponerse en su lugar, llegar a conocerlo desde la distancia que impone el tiempo y el espacio como si fuera un familiar, alguien que nos explica sentado en el sofá de casa, o aún mejor, sentado al piano, lo que está escribiendo, cómo ha sido esta tarde su inspiración, en quién o qué estaba pensando al componer esta Fughetta, o si La muerte del viento la escuchó frente a su Mediterráneo natal o en los Pirineos que también le inspiraron alguna obra sinfónica.
Al final, estos signos que desciframos en todas sus capas, desde el exterior de su dibujo hasta su significado más íntimo, se convierten en un idioma nuevo y exclusivo, el de Ramón Serrat i Fajula, el idioma en el que él nos abre las puertas de su casa y de su alma.
Editar la música inédita de un compositor es un privilegio que merece los años de formación, los esfuerzos inmensos por descifrar pequeñas rayitas que para otros solo son muescas del papel pero que a nosotros nos permiten conversar con alguien que se fue y que, por el milagro de la edición, nunca dejará de estar entre nosotros.
En todos los casos el vértigo, cuando se edita una obra manuscrita, que dormía en unos fondos familiares o en los de una biblioteca, es absoluto. Los signos que pasaremos al programa de edición musical, que se convertirán en esas figuras que leerá el intérprete se cargarán de nuestros aciertos o errores. La responsabilidad es enorme y solo pedimos que el autor nos inspire para hacerlo lo mejor posible.
En el caso de la obra para piano de Ramón Serrat i Fajula, la escritura es bastante clara y limpia. Aún así, hay muchos compases donde cabe la duda de qué es lo que quiso escribir, dudas a nivel rítmico, melódico, armónico, etc. Incluir o no una nota u otra en un acorde, cuando las cosas no están bien definidas en el manuscrito, puede cambiar por completo el sentido de la frase. La única forma de resolverlo es profundizar en el resto de la obra del autor hasta llegar a sentir su idioma personal, esos gestos de estilo que diferencia a un compositor del resto.
Se trata de llegar a ponerse en su lugar, llegar a conocerlo desde la distancia que impone el tiempo y el espacio como si fuera un familiar, alguien que nos explica sentado en el sofá de casa, o aún mejor, sentado al piano, lo que está escribiendo, cómo ha sido esta tarde su inspiración, en quién o qué estaba pensando al componer esta Fughetta, o si La muerte del viento la escuchó frente a su Mediterráneo natal o en los Pirineos que también le inspiraron alguna obra sinfónica.
Al final, estos signos que desciframos en todas sus capas, desde el exterior de su dibujo hasta su significado más íntimo, se convierten en un idioma nuevo y exclusivo, el de Ramón Serrat i Fajula, el idioma en el que él nos abre las puertas de su casa y de su alma.
Editar la música inédita de un compositor es un privilegio que merece los años de formación, los esfuerzos inmensos por descifrar pequeñas rayitas que para otros solo son muescas del papel pero que a nosotros nos permiten conversar con alguien que se fue y que, por el milagro de la edición, nunca dejará de estar entre nosotros.