Paqui Sellés, ocd Puçol
Celebramos hoy la fiesta de Edith Stein, nuestra hermana carmelita, filósofa mártir, hija del pueblo judío que, tras un largo tiempo de reflexión, decidió hacerse católica en los albores del siglo XX.
Si bien es verdad que fue el 1 de enero de 1922 el bautismo de Edith, sin embargo, me parece más interesante destacar su largo proceso interior que fue germinando a partir del año 1913, en que inicia sus estudios en la Universidad de Gotinga, hasta el verano de 1921, cuando, según ella misma manifiesta en su escrito autobiográfico Cómo llegué al Carmelo de Colonia: “En el verano de 1921 cayó en mis manos la “Vida” de nuestra Santa Madre Teresa y puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe.”
La “conversión” de Edith no tiene rasgo de inmediatez, no estamos hablando de un acontecimiento extraordinario, estruendoso o instantáneo, sino acorde con su personalidad, se fue desarrollando en un largo e intenso periodo de tiempo jalonado de experiencias vitales que la condujeron a tal decisión.
Edith se dejó interpelar, invitar por Dios, a través de diferentes destellos humanos. Rastreando en su rica biografía vislumbramos personas, acontecimientos que impresionaron el espíritu abierto y reflexivo de nuestra hermana.
En esta ocasión, me he detenido en tres personas de una misma familia que fueron auténticos faros de luz y verdad para Edith. Me estoy refiriendo al matrimonio Reinach -Adolf y Anne- y a Pauline, la hermana del profesor.
Adolf Reinach, profesor no numerario de filosofía en la Universidad de Gotinga y uno de los fundadores de la Sociedad Filosófica, junto con Theodor Conrad-Martius, Moritz Geiger, entre otros. Era el “hombre de cerebro claro y corazón cálido” muy estimado por el Maestro Husserl.
Fue un excelente apoyo para Edith en el tiempo de su preparación para el examen de estado en primer lugar (enero 1915), y posteriormente en su trabajo de doctorado (agosto 1916), tiempo en que Edith atravesaba una profunda crisis interior que le llevó incluso a desearse la muerte. Edith encontró en el profesor Reinach la comprensión, la acogida y la orientación necesarias para sosegar su espíritu y renovar las fuerzas interiores que la hicieron tambalear en su decidido carácter. Reinach era, entre los estudiantes, el intermediario entre ellos y el “Maestro”, a quien los alumnos veneraban, aunque no siempre gozó de la comprensión de algunos de ellos.
Edith confiesa en su Autobiografía: “Quedé encantada de este primer encuentro (con Reinach) y muy agradecida. Me parecía que no había encontrado nunca una persona con una bondad de corazón tan pura. Me resultó de lo más natural el que los allegados y amigos, que le conocían de tiempo, le profesaran un gran cariño. Pero tenía ante mí algo completamente distinto; era como la primera mirada a un mundo totalmente nuevo.” Y más adelante, escribirá: “Volverme a ver con Reinach era para mí algo así como la paz.”
La joven esposa del profesor, Anne era una persona delicada, atenta, dotada de una sensibilidad extraordinaria en el trato con las personas, poseía, “el encanto de su bondad y el tacto para superar cualquier situación”.
Edith la conoce en las clases que daba su marido en la universidad, pero en realidad el inicio de su amistad se fue fraguando en diferentes ocasiones en que la señora Reinach invitaba al pequeño grupo de alumnos de su marido: “Tales reuniones sociales eran para mí entonces como puntos de luz. Me alegraban mucho y vivía de aquello durante algún tiempo.”
Poco a poco, Edith se va integrando en el círculo familiar hasta el punto de ser considerada un miembro más: “Ahora fue cuando traté de verdad a la señora Reinach. Anteriormente había ido a aquella casa solamente como estudiante que va a ver a su profesor. Pero ahora pertenecía al círculo íntimo, a los ‘dolientes más allegados’, como dijo el mismo Reinach bromeando una vez, imaginándose lo que sucedería si él cayese en el frente. A él pertenecían, además de su mujer y Pauline, solo Erika Gothe y yo.”
Cuando Reinach cayó en el frente (16-XI-1917), Edith fue requerida por su viuda para organizar todo los escritos filosóficos de su marido. Es entonces cuando el encuentro con Anne resultó de crucial importancia para Edith, porque no vio a una mujer desesperada ante la muerte de su marido sino a una mujer fuerte, sostenida por la cruz de Jesucristo, que daba sentido a su propio sufrimiento. Resulta clarificador el testimonio del confesor de Edith, el jesuita, Johannes Hirschmann: “El motivo decisivo de su conversión al cristianismo fue, como ella misma (Edith) me contó, el ver cómo la señora Reinach fue capaz de asumir, por medio de la fuerza del misterio de la cruz, la muerte de su marido, caído en el frente durante la primera guerra mundial… Entonces, después de la muerte de Reinach, residió en su casa examinando su legado.” (Carta de Johannes Hirschmann a Teresia Renata Posselt, 13-V-1950).
Fue tal la impresión que le causó a Edith el testimonio de Anne Reinach, que escribe a su compañero Roman Ingarden una carta que transparenta esperanza: “No sé si de mis comunicaciones anteriores ha deducido ya que tras larga reflexión más y más me he decidido por un cristianismo positivo’. Esto me ha librado de la vida, que me había tirado por tierra, y, al mismo tiempo, me ha dado fuerza para retomar otra vez, agradecida, la vida. Por tanto, puedo hablar, en el sentido más profundo, de un ‘renacimiento’. Pero, para mí la nueva vida está tan íntimamente ligada con los acontecimientos del último año, que ya en cierto sentido nunca me desligaré de ellos; para mí serán siempre presencia muy viva. En ello no puedo, ver ninguna desdicha, todo lo contrario, forman parte de mi patrimonio más valioso.” (10-X-1918).
Me parece interesante destacar que estas palabras contrastan claramente con las que escribió Edith al mismo destinatario, R. Ingarden, al poco tiempo de la muerte de Reinach: “Últimamente, influida por los difíciles días que tengo ante mí y detrás de mí, fui incapaz de tener un momento de alegría. (…) Lo que ahora busco es tranquilidad y el restablecimiento de mi autoconciencia, completamente deshecha.” (24-XII-1917).
A partir del encuentro con Anne Reinach, Edith dirige su mirada al cristianismo y desde esa opción, sigue buscando con el fin de decidirse por el protestantismo o el catolicismo. La mayoría de sus amistades pertenecían a la Iglesia protestante, que se consideraba la propia de intelectuales, en cambio, a la Iglesia católica pertenecían las personas menos cultivadas. Edith no se deja influenciar por esta mentalidad reinante y se dedica a leer y estudiar no solo los evangelios y autores clásicos como S. Agustín o S. Ignacio, sino también filósofos y teólogos como Kierkegaard, Scheeben, Johan Adam Mohler. Precisamente de este último leyó su obra clásica dedicada a la distinción dogmática entre católicos y protestantes.
Finalmente, una breve pincelada acerca de Pauline Reinach, gran amiga de Edith, que, como ella, abrazó el catolicismo y la vida religiosa. Ingresó en la abadía benedictina de Enneton (Bélgica).
Escribe Edith de Pauline en su Autobiografía: “La conocí personalmente en la tradicional reunión de fin de semestre en casa de Husserl. En el trato social era muy apasionada, chistosa y hábil en la polémica. Pero, cuando se hablaba con ella a solas, se descubría un alma serena, callada y verdaderamente contemplativa”. Llegaron a intimar a lo largo de su tiempo de estudios, y dejó una profunda huella en la persona de Edith, tal como manifiesta en este texto: “A pesar de las agobiantes preocupaciones de la guerra (1ª GM), aquel invierno fue el tiempo más feliz de mi estancia como estudiante en Gotinga. La amistad con Pauline (Reinach) y Erika (Gothe) fue más profunda y encantadora que otras amistades estudiantiles anteriores. Por vez primera no estaba yo en primer plano, sino que percibía en ellas algo mejor y más valioso que en mí misma.”
Juntas visitaron la catedral de Frankfurt, donde Edith quedó impresionada al ver entrar una mujer con el cesto de la compra para hacer oración, algo que ni en las sinagogas judías ni en las iglesias protestantes había visto.
Asimismo, Pauline aportó un testimonio muy interesante al hilo de la “conversión” de Edith. Se ha difundido el hecho de que Edith eligió al azar un libro en la casa de su amiga Hedwig Conrad-Martius, el Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús, lo leyó de un tirón y al terminar dijo: “Esta es la Verdad”.
Las palabras de Pauline en los Procesos de Beatificación de Edith desmienten este hecho: “Durante el verano de 1921, cuando la Sierva de Dios nos dejaba, mi cuñada y yo la invitamos a elegir una obra de nuestra biblioteca. Su elección recayó en una biografía de Santa Teresa de Ávila, escrita por sí misma. De este detalle, estoy absolutamente segura”.
Ahora bien, dado que en Gotinga tuvo mucho ajetreo, puesto que ayudó a su primo Richard en el traslado de su casa, y también se ocupó atendiendo al pequeño hijo de su primo, es más que muy posible que no lo pudiera leer durante su estancia en Gotinga y se lo llevara a Bergzabern, adonde llegó el 30 de mayo 1921 y se lo regalara a Hedwig Conrad-Martius. Esto explicaría que Hedwig hiciera a mano un asiento en el libro (“Bergzabern, verano de 1921″), y que, por otro lado, más tarde no recordara haber tenido dicho libro en su biblioteca. Probablemente, más tarde se lo volvió a regalar a Edith, quizás en alguna de sus visitas al Carmelo de Colonia, pues lleva el sello del convento. El libro se encuentra actualmente en la casa parroquial de San Martín en Bergzabern.
Ciertamente fue el encuentro con santa Teresa lo que determinó su paso a la Iglesia católica, pero tal como hemos ido señalando, su decisión fue fruto de una larga, constante y reflexiva búsqueda de la Verdad que diera plenitud a su vida. Sin duda alguna, la familia Reinach constituyó para Edith un testimonio de luz en su intensa trayectoria espiritual.