Paqui Sellés, ocd Puçol
Al hilo de la experiencia de algunas personas que sienten no poder celebrar la Eucaristía dominical, resonaban en mi interior unas palabras de Edith Stein, escritas cinco días antes de ser exterminada en la cámara de gas del campo de Auschwitz, junto a su hermana Rosa y miles de personas inocentes. En una carta dirigida a su priora del monasterio de Echt (Holanda) —Antonia Engelmann—, fechada el 4 de agosto de 1942, escribe Edith:
Barraca 36, Westerbork, Prov. Drenthe,
4.VIII.42
Queridas Madre y hermanas:
Esta noche hemos salido de la estación de paso (Amersfoort) y hemos llegado aquí temprano. Aquí hemos sido recibidas muy amigablemente. Se quiere hacer todo para librarnos o, al menos, para que podamos quedarnos aquí. Todos los católicos están juntos, y, aquí, en el dormitorio todas las religiosas (2 trapenses, 1 dominica, Ruth, Alice, Dr. Meirowsky, entre otros). También están con nosotras dos padres trapenses de Tilburg.
En todo caso, será necesario que nos enviéis nuestra documentación personal, nuestras cartillas de familia y de racionamiento. Hasta ahora hemos vivido por completo de la generosidad de los otros. Esperamos que hayáis encontrado la dirección del cónsul (se refiere al de Suiza) y que os hayáis puesto en contacto con él. Hemos encargado a muchos que os digan cómo estamos. También las dos hijas queridas de Koningsbosch están con nosotras.
Estamos completamente tranquilas y contentas. Naturalmente, hasta la fecha sin misa y sin comunión; quizás más tarde sea posible. Ahora nos es dado experimentar un poco cómo se puede vivir sostenidas interiormente. Entrañables saludos a todas. Escribiremos pronto otra vez.
In corde Iesu, vuestra, Benedicta.
Esta carta trasluce paz, esperanza, profundo abandono confiado en las manos amorosas de Dios. Edith y su hermana Rosa han percibido lo esencial de ser cristiano: la persona de Jesús y su Espíritu, quien les alienta, vivifica y sostiene en los momentos difíciles que atraviesan, junto a tantas personas que sufren idéntico destino.
Saben prescindir de la Eucaristía porque, aunque piensan que tiene un inmenso valor, lo realmente importante es saberse sostenidas por el Señor.
Quizá ahora es el tiempo de experimentar la auténtica fuerza vivificadora del Espíritu que guía e ilumina a todo ser humano que se abre al Misterio.