Revista Cultura y Ocio

Edith Stein y Etty Hillesum: recreando un encuentro

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Edith Stein y Etty Hillesum: recreando un encuentroLas vidas de Etty Hillesum y Edith Stein se cruzaron en un momento histórico, en un lugar geográfico preciso. El encuentro tuvo lugar en agosto de 1942 en Westerbork, un campo de detención y tránsito habilitado por los nazis en Holanda. Más de 100.000 judíos holandeses serían internados en él a la espera de ser transportados a otros campos de concentración o exterminio. Es Etty Hillesum quien, en su Diario, recoge escuetamente el dato que nos permite identificar a Edith y a su hermana Rosa, detenidas en el Carmelo de Echt.

Etty, en ese momento, no se encontraba en el campo como detenida (sí lo sería más tarde), sino como funcionaria del Consejo Judío de Amsterdam. Su diario deja constancia del hecho con estas palabras:

«[Me he encontrado también con] dos religiosas pertenecientes a una familia judía muy ortodoxa, muy rica y muy culta de Breslau, con la estrella amarilla cosida sobre sus hábitos monásticos. Estaban rememorando sus recuerdos de juventud» (18 de septiembre de 1942).

Si, como parece ser (y sostienen los editores del Diario de Etty), estas palabras hacen referencia a Edith Stein y a su hermana Rosa, se trataría de recuerdos consignados más de un mes después de la fecha del encuentro. En efecto, ese encuentro tuvo que ser a primeros de agosto, ya que las hermanas fueron arrestadas el 2 de agosto y pocos días después trasladadas al campo de Auschwitz, donde el 9 serían ejecutadas en la cámara de gas.

Nada más sabemos sobre esa coincidencia de dos grandes mujeres, con muchos puntos en común, en el campo de Westerbork. Sin embargo, hace seis años, la carmelita descalza Cristiana Dobner escribió un ensayo que recreaba el encuentro. Se publicó en italiano con el título Il volto. Principio di interiorità. Edith Stein, Etty Hillesum (Milán, Marietti, 2012).

Hoy la presentamos, ofreciendo el prefacio de la misma, obra de la periodista italiana Lucetta Scaraffia.

«Dos de las intelectuales más interesantes del siglo XX, dos mujeres extraordinarias, ambas judías, deportadas y asesinadas en Auschwitz, Edith Stein y Etty Hillesum, se encontraron personalmente.

Sabemos que este encuentro se produjo en el campo holandés de Westerbork, precisamente antes de la deportación al campo de exterminio. Lo sabemos por un rápido apunte de Etty, que narra la llegada de dos monjas, «nacidas en el seno de una familia judía, rica y culta, de Breslau», Edith y su hermana Rosa. Pero no sabremos nunca qué se dijeron, nunca podremos asistir al cruce de sus miradas. Compartimos con Cristiana Dobner la certeza de que «se reconocieron» por sus rostros, aquellos rostros que, como escribe la autora, revelaban  «la singularidad y la individualidad concreta de la persona».

Existen géneros literarios que simulan encuentros nunca realizados, en general entre el autor y un personaje que vivió en otros tiempos, obviamente famoso. Se llaman  “entrevistas imposibles” y han tenido notable éxito. El ensayo de Cristiana Dobner ha elegido, en cambio, otro camino, más difícil y profundo: el de imaginar y describir lo que cada una de las dos mujeres vio en el rostro de la otra.

Sabiendo que se trata de rostros que revelaban una larga reflexión interior, rostros que eran un espejo de la interioridad, conscientes del significado de las relaciones humanas, rostros que llevaban escrita en sí la huella de otros encuentros, densos de sentido, que habían vivido.

Precisamente repasando su pensamiento y los encuentros importantes que vivió, Dobner ha tratado de reconstruir lo que el rostro de cada una debió de decir a la otra, incluso sin palabras, incluso solo con una mirada. Una mirada que, sobre todo en un momento tan dramático, sin duda era capaz de leer en lo más profundo, de captar el significado esencial de aquel mirarse la una a la otra.

El rostro de Edith está reconstruido a través de un análisis atento de las pocas fotografías y sobre todo a través de las palabras de quienes se encontraron con ella, fielmente recordadas en las actas del proceso de beatificación, a las que tuvo acceso la autora. Una fuente a la que por lo general se presta poca atención, pero que es muy rica.

Algunos de estos encuentros narrados suceden cuando Edith está en la clausura, por tanto sólo un rostro velado tras las rejas, y su alma se revela por la voz, por las palabras. Las palabras más intensas sobre ella son las del amigo sacerdote Eric Pržywara, que describe «el amor fiel e inquebrantable a su pueblo y (…) la fuerza que emanaba». Confirmando un estilo que, escribe Dobner, «vibra con fuerza clásica, filosófica —en la unión entre filosofía fenomenológica de Edmund Husserl, entonces dominante, y el pensamiento de Tomás de Aquino—, de fuerza artística, con predilección por Bach y Reger y por los himnos de la Iglesia».

También Etty, cuando se encuentra con Edith, transmite fuerza. En ella la terrible angustia de la espera del momento de la deportación «inexplicablemente se convierte en fuerza de vida y no debilidad de tumba».

El largo y doloroso recorrido de Etty es menos intelectual que el de Edith, más experiencial: el verdadero rostro de la joven judía holandesa emerge gracias al encuentro con un original psicoanalista quirólogo, Julius Spier, que la conducirá a un largo y doloroso camino en el interior de sí misma.

En este recorrido, a Etty la guía un hilo conductor, las palabras que conoció en la Torá: «Dios creó al hombre a su imagen», pero sabe que este hilo está sometido a continuas tensiones. En cuadernos, cartas y diarios, Etty narra detalladamente su viaje interior, el descubrimiento de su verdadero rostro. Precisamente porque llegó a comprenderlo, no se lleva al campo retratos de las personas queridas; sabe que sus rostros se conservan en las paredes de su yo interior, donde los volverá a encontrar siempre.

La elección del rostro como medio privilegiado de comunicación, por parte de Dobner, no es casual: la autora, de hecho, es muy consciente de que el tema del rostro se ha transformado en «el nuevo y más elevado discurso filosófico de la modernidad», como explicó claramente Emmanuel Lévinas, gran filósofo judío, el cual escribió que el rostro, al permitir el encuentro con el otro, abre a la idea de infinito.

«Se instaura así —escribe Dobner— una relación en la que se busca al otro; pero el sentido profundo no está encerrado en la relación misma, sino que remite más allá». Y ciertamente esta apertura al infinito estaba muy presente en la mente y en el corazón de las dos mujeres, cuando se encontraron, ambas abiertas a la epifanía de lo divino. Quizá lo encontraron juntamente, aunque fuera por pocos instantes, y su mirada recíproca fue un don antes del infierno que estaban a punto de afrontar (Publicado en L’Osservatore Romano, 23 de febrero de 2012).

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