Paqui Sellés, ocd Puçol
En el marco de celebraciones del centenario de la beatificación de Teresa de Lisieux y del 25 aniversario de su proclamación como Doctora de la Iglesia, me parece oportuno ofrecer algunas pinceladas tanto de la santa francesa como de la santa alemana, Edith Stein.
Ambas con historias aparentemente diferentes, son testigos elocuentes de la obra que Dios hizo en ellas. Y aunque podamos intuir que apenas hay semejanzas por tener personalidades tan distintas, pienso que se pueden establecer unas semejanzas entre ambas carmelitas.
Las dos son las pequeñas de familias numerosas, asimismo son las “favoritas” de sus progenitores, Teresita de su padre y Edith de su madre. Ambas quedan huérfanas de niñas: Teresita pierde a su madre a la edad de 4 años y el padre de Edith muere cuando ella tiene 2 años. Es probable que este acontecimiento vivido en la infancia, les marcará para transformar su debilidad en fortaleza de ánimo.
Si el itinerario de Teresa de Lisieux constituye un “caminito de la infancia espiritual”, Edith ha experimentado que el abandono confiado en las manos de Dios es el camino verdadero que conduce a una vida en plenitud, anhelo que se encuentra en el corazón de todo ser humano.
Y así vemos que Edith recomienda a uno de sus compañeros: “Ya le he dado mi consejo: ser como un niño y poner la vida con toda la investigación y cavilación en las manos del Padre. Si todavía uno no logra esto: pedir al Dios puesto en duda y desconocido que sea él quien le ayude. Ahora míreme asombrado, que no tengo miedo de presentarme ante usted con tan sencilla sabiduría de niño. Es sabiduría, porque es sencilla y esconde en sí misma todos los secretos. Y es un camino, que conduce con total garantía a la meta.” (A F. Kaufmann. 6 de enero de 1927).
Leemos en Teresita: “Madre, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y del total abandono. Quiero enseñarles los medios tan sencillos que a mí me han dado tan buen resultado, decirles que aquí en la tierra sólo hay que hacer una cosa: arrojarle a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, ganarle a base de caricias. Así le he ganado yo, y por eso seré tan bien recibida.” (Otros dichos de Teresa a la M. Inés de Jesús. Julio).
Vemos que en ambas hay también una vocación al apostolado universal que expresan con una gran fuerza e intensidad.
Dice Teresita: “siento en mi interior otras vocaciones : siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas… Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla… Siento en mí la vocación de sacerdote (…). Tengo vocación de apóstol… Quisiera ser misionero no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos… Pero, sobre todo y por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti hasta la última gota de mi sangre… ¡El martirio! ¡El sueño de mi juventud! Un sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo…” (Manuscrito B. Cap. IX) Y Edith escribe: “¿Oyes el gemir de los heridos en los campos de batalla del Este y del Oeste? Tú no eres médico, ni enfermera, y no puedes vendar sus heridas. Tú estás encerrada en tu celda y no puedes alcanzarlos. ¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? Tú quisieras ser sacerdote y estar a su lado. ¿Te conmueve el llanto de las viudas y de los huérfanos? Tú quisieras ser un ángel consolador y ayudarles. Mira al Crucificado. Si estás esponsalmente unida a él en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre su sangre preciosa. Unida a él eres omnipresente como él. Tú no puedes ayudar como el médico, la enfermera o el sacerdote aquí o allí. En el poder de la cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción; a todas partes te llevará tu amor misericordioso, el amor del corazón divino, que en todas partes derrama su preciosísima sangre, sangre que alivia, santifica y salva.” (Exaltación de la cruz).
Impulsadas por este amor universal a toda la humanidad, ambas expresan el deseo de ofrecerse a Dios, a un Dios misericordioso que busca a todos para amarlos entrañablemente y no para castigarlos. Teresita realiza su ofrenda al Amor misericordioso en la fiesta de la Santísima Trinidad el 9 de junio del año de gracia 1895.
Y Edith se ofrecerá al Corazón de Jesús por la paz verdadera y se verá identificada en la persona de la reina Ester: “el Señor ha aceptado mi vida por todos. Una y otra vez he de pensar en la reina Ester, que justamente para esto fue sacada de su pueblo, para interceder por él ante el rey. Yo soy una pobre, impotente y pequeña Ester, pero el rey que me ha elegido es inmensamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.” (Carta a Petra Brüning. 31 de octubre de 1938).
Ambas poseen una fuente común en sus escritos: la Sagrada Escritura. Teresita fue una enamorada del AT, sobre todo de textos de Isaías, especialmente los referidos a Dios como Madre y los del Siervo sufriente. Y las cartas de san Pablo le darán la clave para descubrir su vocación al Amor: “Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios…” (Manuscrito B. Cap. IX).
Edith también mostrará en sus escritos un profundo conocimiento y preferencia por la teología paulina, aunque también dejará traslucir sus conocimientos del Antiguo Testamento. En sus escritos espirituales, se verá reflejada su concepción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo o la sabiduría de la cruz, entre otros muchos temas de influencia paulina (renovación de la mente, sabiduría de Dios).
Asimismo, las dos carmelitas sintieron una especial sensibilidad por el tema de la mujer. Teresa de Lisieux ya en su juventud se lamentaba del exceso de “celo” por la mujer: “Todavía hoy sigo sin comprender por qué en Italia se excomulga tan fácilmente a las mujeres. A cada paso nos decían: «¡No entréis aquí… No entréis allá, que quedaréis excomulgadas…!» ¡Pobres mujeres! ¡Qué despreciadas son…! Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres, y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los apóstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron en enjugar la Faz adorable de Jesús… Seguramente por eso él permite que el desprecio sea su lote en la tierra, ya que lo escogió también para sí mismo… En el cielo demostrará claramente que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces las últimas serán las primeras…” (Manuscrito A. Cap. VI).
Edith fue una de las grandes defensoras del voto femenino en Alemania, que finalmente se alcanzó. Sin embargo, en el ámbito universitario donde ella pretendió una cátedra, fue imposible ocuparla, por el hecho de ser mujer. En sus trabajos acerca de la misión de la mujer desarrolló una antropología en la que tanto el hombre como la mujer estaban en igualdad de rango, puesto que son imagen de Dios. “Hombre y mujer están configurados para llevar una vida en reciprocidad, como un único ser.” (Vocación del hombre y de la mujer).
Teresa y Edith poseyeron el don de escribir poesías y obras de teatro para las recreaciones carmelitanas. Su profundo deseo de alegrar a las hermanas en la celebración de las fiestas que se celebraban en el monasterio las llevó a explayarse en esta modalidad de escritos que nos han legado ambas.
Me gustaría señalar un aspecto interesante de Edith que prueba de manera evidente el conocimiento profundo que alcanzó de la espiritualidad de su hermana Teresa de Lisieux.
En una carta dirigida a una amiga benedictina la reconviene porque esta se imaginaba haber percibido en los escritos de la joven santa cierta “cursilería”. La respuesta de Edith rezuma profundidad: “Lo que usted ha escrito acerca de Teresita, me ha sorprendido. (…) Mi impresión era sólo que aquí hay una vida humana modelada hasta el final única y exclusivamente por el amor de Dios. Yo no conozco nada más sublime y, en la medida en que es posible, de ello quisiera impregnar mi vida y la vida de todos aquellos que me rodean.” (Carta a Adelgundis Jaegerschmid. Münster, 17 de marzo de 1933).
Unos meses más tarde, Edith vuelve a escribir a la misma destinataria: “De todos modos he pensado mucho en usted estas semanas. Una vez debido a lo que hace algún tiempo escribió sobre el «trabajo psíquico de filigrana» de la pequeña santa Teresa. En este trabajo de filigrana se basa una parte esencial de la vida carmelitana, y a mí me parece que es un muy gran trabajo, un trabajo silencioso de perforación, que es capaz de hacer saltar las rocas.” (Carta a Adelgundis Jaegerschmid. Colonia, 21 de noviembre de 1933).
Este trabajo de filigrana es el que, con su delicadeza y generosidad, Teresita fue bordando con maestría en su día a día, anodino y gris. Sus tiempos de luz y oscuridad no le impidieron tejer una hermosa obra, al contrario, las propias adversidades constituyeron un auténtico cimiento de su vida. Y en este sentido, Edith también supo hacer de su vida, al igual que Teresita, una ofrenda agradable para bien de toda la humanidad.