Ya ocurrió hace unos meses con la publicación de la nueva Ortografía, y ha vuelto a suceder: el sábado pasado la
Real Academia de la Lengua dio a conocer su apoyo al informe de uno de los académicos y las académicas, Ignacio Bosque, en el que se discuten las guías de lenguaje no sexista publicadas en los últimos años por diversas instituciones, considerando que los usos lingüísticos nada tienen que ver con la discriminación que las mujeres, reconoce, aún padecen.
Y se abrió el debate:
"¡ya era hora!", decía
El País. La RAE afirma que los circunloquios que impone lo políticamente correcto atentan contra la economía del lenguaje, y ese es el parecer de muchos y muchas. Resulta difícil -para alguna gente
absurdo-
forzar una reforma del idioma para suprimir una posible discriminación mientras aún quedan campos mucho más urgentes en los que aplicar medidas, como pueden ser la violencia de género o la desigualdad salarial.
En el otro bando, las y los que impulsaron el desarrollo de dichas guías se reafirman en sus opiniones: es necesario hacer el esfuerzo para modificar esas pautas del lenguaje que tienen su origen en un pasado indudablemente machista, en el que el juez era masculino porque no existían en femenino y en el que el genérico -el más complejo e interesante de los elementos discriminatorios- era el del hombre, varón. El significado es el significado, y en la ambiguedad de decir mencionar, por ejemplo, a un grupo de científicos,
se reduce la visibilidad de las mujeres a las que tanto esfuerzo les está costando recuperar el tiempo perdido por las murallas que históricamente les han impedido el paso. Esa misma visibilidad, por cierto, que tanta falta hace para cambiar la percepción de aquellos que han heredado sin rechistar los dogmas machistas.
Quizá la solución esté, como en tantas otras ocasiones, en el
término medio. Ni obviar la economía lingüística ni optar por el inmovilismo -esperable, todo sea dicho, de una institución como la RAE-: nuestra propia lengua nos ofrece ciertos recursos, como el léxico neutro -la odiada "ciudadanía"-, y su uso puede ser un primer paso para que el lenguaje evolucione por acción de los que de verdad importan en ese proceso: el total de los y las hablantes. Debatirlo siempre es buena idea, y una disposición abierta es fundamental. Mientras, eso sí, que no ceje el empeño en conseguir que esas hablantes puedan, entre otras cosas, tener un sueldo igual del de su homólogo masculino.
Juan Ángel
Ovetense que un día decidió irse a aprender un desprestigiado oficio a la capital del Reino. Escribo y diseño webs.