Revista Política
Cuando faltaban pocas horas para el vencimiento de los compromisos crediticios de EEUU, los republicanos del Senado llegaron a un acuerdo con la Casa Blanca para elevar el techo de deuda y proveer de fondos al ejecutivo hasta mediados de enero mientras se negocia un acuerdo presupuestario más amplio. Los republicanos de la Cámara, conscientes de su bajada de popularidad, no tuvieron más remedio que plegarse y aceptar el acuerdo suscrito por sus colegas de la cámara alta. Concluía así un shutdown de 16 días que ha puesto en entredicho la credibilidad de las instituciones y de Estados Unidos como primera potencia mundial.La prensa ha puesto en duda la capacidad de EEUU de seguir siendo el buque insignia de la política y la economía mundial. Si no podemos fiarnos de los bonos del tesoro de Estados Unidos, de quién nos podemos fiar en este mundo incierto. La amenaza de una suspensión de pagos pone en cuestión todo lo que se tenía por mínimamente seguro en el turbulento mundo de las fianzas.Este tipo de situaciones está poniendo en duda el sistema democrático como un modelo adecuado de toma de decisiones. Obviamente es un debate viciado e interesado que determinados grupos quieren impulsar para desprestigiar la democracia. El sistema de checks and balances que diseñaron los padres de la constitución americana dota a Estados Unidos de una separación de poderes que otorga a la Cámara de Representantes el poder presupuestario necesario para obligar al presidente a negociar con los depositarios de cada una de las voluntades individuales de cada distrito electoral.Es un sistema que ha funcionado razonablemente bien durante más de doscientos años, lo único que ha cambiado es el estado de la economía mundial que, en una etapa de enorme nerviosismo y débil crecimiento, cualquier turbulencia despierta un enorme nerviosismo.Las instituciones financieras y empresariales en el propio Estados Unidos y supranacionales como el FMI o el Banco Mundial, han defendido una mayor concentración de la toma de decisiones económicas para evitar estos vaivenes. Y no solo una mayor concentración, también de forma velada han defendido una mayor opacidad y, bajo argumentos técnicos, han subrayado la necesidad de apartar estos procesos de toma de decisiones de los mecanismos electorales para apartarlos de la caprichosa voluntad popular. Este argumento supone un recorte y una limitación de la división de poderes y los mecanismos democráticos de vigilancia. Más economía supone, una vez más, menos democracia. En este debate hasta tendría más sentido las tesis libertarias que abogan por apartar todo lo posible la vida económica de la intervención del Estado. Pero los libertarios puros escasean gracias a Dios y lo que más nos encontramos son liberales de bufé libre que defienden la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Sea como fuere, los que han escrito que Estados Unidos ha perdido liderazgo mundial durante estos dieciséis días de cierre gubernamental miran a China como posible recambio. Impresión que se agudizó tras la ausencia de Obama en la cumbre del Pacífico que trasladó el protagonismo hacia el gigante asiático. Es comprensible que los defensores de la seguridad financiera miren con admiración el sistema chino en el que la toma de decisiones está centralizada y carente del más básico control democrático. Es lógico que critiquen los mecanismos de control con el que los Padres Fundadores dotaron a EEUU para alejarlos de sistemas tiránicos y opresivos, pero decir que eso es perder liderazgo mundial es no entender el significado del liderazgo. El cierre del gobierno en Estados Unidos, lejos de mostrarnos una debilidad, nos muestra la fortaleza del sistema democrático. Un sistema en el que los políticos deben ponerse de acuerdo por mucho que les separe su ideología, porque ambos bandos representan la voluntad popular. A pesar de que el Tea Party sea un grupo mesiánico con la sagrada misión de salvar Estados Unidos para los "auténticos americanos de buena fe" y que el pulso llevado a cabo fuese una soberana estupidez para su propio partido, los mecanismos que usaron están amparados por la Constitución y por mucho que nos incomode no podemos tildarlo de debilidad. ¿Está acaso China dotada de mayor legitimidad para desempeñar el papel de líder después de este episodio? Rotundamente no. Tampoco creo que esa sea la finalidad del gobierno chino, ejercer un liderazgo mundial a la antigua usanza como el que ha venido ejerciendo Estados Unidos. China se asemeja más a un conglomerado industrial y comercial que solo quiere ver satisfechas sus demandas económicas y ser respetada en las cancillerías mundiales. Por ello no es amiga de figurar en los grandes foros de política exterior más allá de lo que compete a su área de influencia. Por eso se ha desmarcado de las resoluciones sobre Libia y Siria. En mi opinión China no desea un liderazgo mundial, pero ¿estaría en condiciones de conseguirlo? Mi opinión al respecto sigue siendo negativa. China hoy por hoy no representa ningún modelo a seguir, no deja de ser una oligarquía de partido único que no respeta ninguno de los derechos más básicos del ser humano. La historia de Estados Unidos está plagada de ejemplos que la han apartado de defender los derechos humanos, pero al menos el ideal con el que ha nacido el país, la separación de poderes y la propia constitución le dotan de los mecanismos necesarios para ser un ejemplo a seguir. Por ello, mi opinión difiere de quienes ven en la separación de poderes un escollo al liderazgo de Estados Unidos, aunque a veces sus repercusiones sean tan profundas y tan vergonzosas como el cierre gubernamental. Considero que la existencia de cárceles como Guantánamo o el programa de escuchas ilegales a ciudadanos y aliados representan una mayor amenaza para el liderazgo de Estados Unidos que el cierre del gobierno.