Revista Política
La actual situación de crisis española esta afectando a todos los frentes de la vida del país, económico, social, institucional y moral. Han corrido ríos de tinta en el aspecto económico. Tantos, que de un tiempo a esta parte nos hemos convertidos en auténticos expertos en prima de riesgo, agencias de calificación y rating. En la vertiente política la crisis arrecia a todas las instituciones del Estado: la Justicia, el Gobierno, el Parlamento, la Jefatura del Estado y las Comunidades Autónomas. La esfera política parece estar podrida a todas las escalas. El escándalo puede surgir desde el municipio más pequeño has la más importante Comunidad, el Gobierno e incluso la Corona. El partido en el gobierno probablemente se haya financiado ilegalmente desde su refundación en los años ochenta. La Corona se encuentra inmersa en medio de un escándalo de corrupción que salpica a la hija de SM y la imagen del propio monarca ha caído tras una cacería de negocios. Ante esto, y debido a nuestra imperiosa necesidad de encontrar una causa pretérita de todo acontecimiento presente, muchos anatistas patrios y extranjeros se han lanzado a la caza del antecedente perdido. Hace poco ha salido publicado en un semanario alemán que la causa de la corrupción endémica de nuestra imperfecta democracia se debe a los errores y asuntos pendientes legados por la Transición a la democracia. Personalmente no podría estar más en desacuerdo, no solo con el contenido sino también con el mensajero. La Transición es, posiblemente, el período de la democracia española donde los políticos actuaron con mayor decencia y mayor ética. Y ésto es debido a lo delicado del período, a que la necesidad de consensos para que la situación no explotase hizo que los políticos actuasen con suma cautela en el ejercicio de su cargo. La dimisión de Suárez en medio del desmantelamiento interno de su partido es el mayor ejemplo de ello. Parece que Der Spiegel no ha retrocedido mucho en la wikipedia a la hora de escribir sobre la Transición porque la cascada de dimisiones que se sucedieron en los primeros gobiernos de la Tercera Restauración en nada se parece a la situación actual. Un análisis más acertado me parece achacar esta falta de dimisiones al rodaje que la democracia ha ido teniendo a la sombra del bipartidismo. Aunque la ley electoral ha configurado un bipartidismo imperfecto que beneficia a los partidos territoriales, eso no ha evitado que se configurasen gobiernos fuertes en los que la figura de la dimisión ha ido tomando la forma de un fracaso del partido más que una medida de higiene democrática. Los grandes partidos han ido estableciendo en sus respectivos fieles la impresión de que la dimisión es un gesto de debilidad ante el oponente político. Causa de ésto es la fidelidad alta que tienen los partidos a los que no pasa factura los escándalos de corrupción. Personalmente creo que se debe precisamente al tipo de bipartidismo imperfecto que tenemos. No tengo nada en contra del bipartidismo, la gente vota en una proporción exponencialmente mayor a los dos grandes partidos que a cualquiera de los otros. Es difícil que, a pesar de la ley electoral, se produzca una alternativa seria al bipartidismo. Incluso con los peores números del PSOE y los sueños más húmedos de IU todavía le separan 6 millones de votos y eso con cualquier forma de contar los votos se sigue notando. El problema es que el matiz al bipartidismo viene dado por los partidos de representación regional que tienen una sobredimensión, que hace que con menos votos obtengan más diputados que los pequeños partidos de ámbito nacional. Ésto provoca que los malos usos de los que hacen gala los grandes partidos nacionales se repitan en provincias con los partidos regionales o nacionalistas, hegemónicos en muchos casos en sus respectivas autonomías. Probablemente si el matiz al bipartidismo se compensase con una representación más justa de los pequeños partidos nacionales, el electorado podría castigar a las grandes formaciones sin que arraigase en él la sensación de estar tirando el voto. En ese caso, probablemente, se diluiría mucho el argumento tan manido del "voto útil" que, mal que les pese a las pequeñas formaciones nacionales, sí se da con la actual ley electoral. Hecho de menos un análisis más centrado cómo han ido derivando los usos democráticos una vez transcurrida la transición política en el artículo de Der Spiegel. Pero supongo que es mucho pedir para un mero corresponsal obligado a escribir puntualmente y sin tiempo para una reflexión más sosegada. No creo que los malos usos de la actual democracia española provengan de una incompleta o imperfecta transición política. Creo que estamos ante la otra cara de la moneda de prolongados períodos electorales que hace que los grandes partidos pierdan el poder más por cuestiones coyunturales o de desgaste interno que de escándalos de corrupción. Felipe González ganó unas elecciones en 1993 asediado por escándalos de toda clase. El PP perdió las elecciones de 2004 por su nefasta gestión de los atentados de Atocha, unas elecciones que según encuestas previas le daban ganador a pesar del tremendo desgaste de la guerra de Iraq o el Prestige. Y casi seguro que el PP ganará las próximas elecciones generales a pesar de haber saltado a la luz su probable financiación ilegal desde que el partido existe. Hay pruebas circunstanciales de peso que indican que el PM recibió de forma continuada sobresueldos que no ha declarado y el electorado no dejará de votarle por ello como no dejó de votar a González en 1993 por el caso FILESA. Pero aunque a veces la distancia de los corresponsales extranjeros aporta una nueva y fresca perspectiva, en este caso supone un desconocimiento de los ritmos internos de la democracia española y se basan en el ya extendido cliché de la imperfección de nuestra transición y de los asuntos pendientes que ha dejado. Pero Alemania tiene mucho que callar a la hora de evaluar procesos democráticos. Sé que éste es un ejercicio de matar al mensajero, pero a veces no esta de más poner a ciertos moralistas en su sitio, sobre todo en esta Europa dividida en deudores y acreedores donde unos por el mero hecho de sostener a los otros han asumido la potestad de emitir carnets moralizantes. Salvando las distancias, escuchar a Alemania hablar de procesos democratizadores es tan curioso como escuchar a Mario Conde hablar de ética de los negocios. Haciendo un análisis de los modelos de gobierno por los que ha pasado la Alemania unificada llegamos a la conclusión que la democracia es un sistema ajeno a la tradición germánica. Desde el mismo proceso de unificación, el rey de Prusia rechazó la corona de una Alemania unificada, otorgada por el Parlamento de Frankfurt en plena revolución de 1848, por el mero hecho de ser hija de la voluntad popular. El Kaiser no quería deberle su corona al pueblo, solo a la casta de militares que configuraba el reino de Prusia, un ejército con país como había dicho Churchill en lugar de un país con ejército. Completamente al margen de las revoluciones liberales, el autoritarismo ha marcado el devenir político alemán. Tan solo la República de Weimar constituye un ejemplo autóctono de ejercicio democrático y ya sabemos lo mal que terminó. Estoy esperando a leer en Der Spiegel que el actual régimen democrático alemán, del que hacen bien en estar orgullosos, es fruto de una imposición extranjera. Es fruto de la unificación de las zonas francesa, británica y estadounidense. Su constitución no es tal, es una ley fundamental "otorgada" por la ocupación americana. La cosa no concluye ahí, en un artículo muy crítico con la Corona, el mismo semanario alemán afirmaba que es hora de disolver la Monarquía en España. También resulta curioso que un medio extranjero se posicione tan claramente en un asunto de ámbito interno tan sensible. No dudo que hay sectores de la sociedad española que apoyan semejante hipótesis y tienen más derecho a defenderla que Der Spiegel porque les atañe directamente. ¿Alguien se imagina a El País semanal pidiendo la disolución de la Bundesrepublik porque no hay país en Europa que, tras dos guerras mundiales, haya traído más desgracias, horror y muerte al continente europeo? Sería un completo despropósito editorial. Que es precisamente ante lo que estamos. Está bien recordar estas perlas que nos deja la historia, más cuando son los alemanes los que se atreven a dar lecciones de democracia y cuando es desde Berlín de donde proceden las críticas al proceso de transición política que nos dimos los españoles.