Vaya por delante que el cine de Tim Burton me gusta, sobre todo por el hecho de que ha sido uno de los pocos directores que ha logrado imprimir su propio estilo dentro de la conservadora industria de Hollywood. Pero, en todo caso, gran parte de su cine está sobrevalorado, porque impera más la estética que el contenido.
Claro está que Burton consiguió tal hazaña porque supo conectar con el público. Para poner "Eduardo Manostijeras" en su contexto, no hay que olvidar que el director venía de filmar "Batman", un proyecto arriesgado que se saldó con gran éxito (en parte gracias a una campaña de marketing especialmente machacona), donde se daba su peculiar visión del hombre murciélago como un tipo extraño y psicótico que podía compararse al Joker, retrato que ofreció, por cierto, sin poner enfásis en una perspectiva realista que acabaría ofreciendo Christopher Nolan.
"Eduardo Manostijeras" nos presenta un personaje ciertamente insólito, una especie de Pinocho siniestro cuyo creador (Vincent Price) fallece antes de poder acabar de construirlo, por lo que sus manos, que provisionalmente eran unas enormes tijeras de podar, quedan definitivamente constituidas así. Lo más destacable de la película es el contraste que ofrece entre la vida cotidiana y normal en un pacífico pueblecito que parece sacado de la mente de David Lynch y el gótico mundo del que proviene Eduardo, lo cual terminará desatando el conflicto, una metáfora del cotidiano miedo al diferente.
Entre medias, una historia un poco errática, donde asistimos al imposible intento de transformación del freak en una persona normal, que sea útil a la comunidad. Claro que el concepto de utilidad varía de unas personas a otras... El tono poético de la historia queda acentuado por la historia de amor entre Eduardo y Kim, que acaba sintiéndose atraída por esa mezcla de inocencia y patetismo que imprime Johnny Deep a su personaje (un papel que antes rechazaron, entre otros, Tom Cruise, Tom Hawks y alguien muy apropiado para su interpretación, Michael Jackson).