Los resultados académicos de los niños españoles han hecho sonar, una vez más, las alarmas. Nuestros estudiantes están por debajo de la media de la OCDE, pero no hay que preocuparse. El ministro Wert ya ha dicho que su reforma lo va a arreglar. Me pregunto si estará tomando algún complejo vitamínico, y si será el mismo que ha permitido a Rajoy declarar que 2012 ha sido un buen año para España en el ámbito de la UE. Creo que muchos ciudadanos, que no recuerdan un año peor, pagarían con gusto un euro por esa receta.
Vitaminas aparte, yo le recomendaría al ministro que intentara comprender la realidad de unos niños que viven en un país que se desmorona. Que ven a diario cómo sus hermanos mayores, con un doctorado, dos másteres y tres idiomas, se pegan por un trabajo en un bar de copas. Cómo sus padres, después de trabajar toda su vida, se quedan en la calle con 20 días por año y la perspectiva de un desahucio inminente. Cómo sus abuelos tienen que tirar de todos ellos con una pensión que cada vez vale menos. Y cómo ese dinero que dicen que no había, aflora por doquier, en escándalos de corrupción que infiltran a toda la sociedad, desde la Casa del Rey hasta la Pantoja, mientras siguen escuchando que su familia ha vivido por encima de sus posibilidades.
El problema de los niños españoles no es el diseño de los programas, ni Educación para la Ciudadanía, ni el castellano como lengua vehicular. El problema de los niños españoles es España, un país injusto, un país inculto, donde los ricos no pagan los impuestos que asfixian a los trabajadores y nadie tiene nunca la culpa de nada; donde las leyes, como los programas electorales, están para violarlas y el único horizonte de los mejores es la emigración. Esa es la verdadera, trascendental reforma educativa que padecemos. Si les han dejado sin futuro, ¿para qué van a estudiar?