Revista Filosofía
Las escuelas, corrientes y legados suponen ya una decidida voluntad de poder. Nietzsche lo supo decir tan bien que acabó encasillándose como el filósofo de los martillazos. Y es a martillazos como suelen explicarse las lecciones de Filosofía, y supongo que las de Física o las de Música. Dando palos de ciego. Diréis que los problemas que ocuparon a Aristóteles ya habían preocupado a Platón, y que el discípulo no hace sino continuar la filosofía de su maestro. Pero esto lo decimos porque ya nos han enseñado esa historia, como el niño que juzga la mentira porque ya ha interiorizado lo que le pasa a los mentirosos. Pero la historia, como las escuelas y corrientes, presupone una decidida voluntad de poder. ¿Y qué historia nos están enseñando para que creamos que el pensamiento avanza conforme a la lógica de la herencia y el legado? Los maestros orientales, por el contrario, no se servían de ninguna historia para aprender. Quien recibía la enseñanza la mantenía consigo secretamente, hasta que otro, debido a su propia necesidad, descubría ante sí a un auténtico maestro. Y así, la enseñanza avanzaba silenciosamente, por derecho propio. Bajo ninguna circunstancia el maestro decía que era el sucesor de Fulano o de Mengano. La enseñanza ya se había recibido, de ahí que el soporte y el legado fueran prescindibles. Es esta labor de los maestros orientales la que, sin duda, también hacemos los occidentales, y es debido a que se hace secretamente que no es reconocible por las autoridades educativas ni, en muchas ocasiones, por los propios compañeros. Y la hacemos como padres, profesores, pedagogos y seres humanos. Es esta educación subterránea, emboscada, que penetra en los corazones y mentes de quienes tenemos delante, la que puede germinar, secretamente, en otros nuevos maestros.