Revista Diario

Educación emocional desde el útero materno

Por Belen
Circula por la blogosfera estos días un episodio de la serie Redes, de Eduard Punset, referido a la educación emocional desde el útero materno. Os dejo aquí el enlace por si os apetece verlo. Punset nos enriquece siempre, sin duda. Merece la pena.
El tema que trata es cómo afecta el estado emocional de la madre a un hijo desde que éste se encuentra en su vientre. Punset entrevista a Vivette Glover, profesora de Psicobiología Perinatal. A través de estudios primero con animales (estos realizados desde los años 50 del siglo pasado) y ahora (desde hace unos diez años) con humanos han podido comprobar que los niveles de ansiedad y estrés que sufre la madre afectan directamente al feto. Cuando sufrimos de estrés liberamos una hormona llamada cortisol. El cortisol libera azúcar a la sangre, y de ahí a los músculos lo cual hace que estemos en alerta por si necesitamos escapar (es una respuesta mecánica de nuestro organismo, supervivencia básicamente). El cortisol penetra en la placenta, con lo cual el estrés actúa directamente sobre el desarrollo del cerebro. Cuanto más alto es el nivel de cortisol en la placenta, en el vientre materno, menor puede llegar a ser el cociente intelectual del bebé y afectará en un futuro a sus niveles de aprendizaje.
La Profesora Glover nos resume un estudio que hicieron con 14.000 embarazadas. Compararon resultados del 15% de las más ansiosas con el resto. Este 15% duplicada el riesgo de que sus hijos padecieran problemas de atención, déficit de atención, hiperactividad e incluso trastornos conductuales, sobre todo si los hijos eran varones.
No sé a vosotras, a mi me parece muy interesante y aleccionador. Me hace reflexionar y pensar cómo fue mi embarazo, cómo pudo afectar a mi hijo.
Cuando una mujer se queda embarazada, automáticamente todo el mundo pasa de mirarla a la cara, a los ojos, a mirarla a la barriga. Continuos controles médicos, preocupación por el bebé. Todo el mundo te pregunta ¿cómo va todo?, ¿qué tal el embarazo?, ¿es niño o niña?, miles de preguntas y todas interesándose por ese feto que se está gestando. Pero, ¿y quién pregunta por la madre?, ¿quién se interesa por cómo se siente?, ¿a quién le importa su bienestar?.
Es común escuchar cosas como "lo importante es el niño", "no importa los sacrificios que haya que hacer", "todo pasará". Damos por hecho que la madre, la mujer ha de ser la más fuerte, la más preparada y lidiar con todo lo que venga. Pero, ¿quién nos prepara?, ¿quién nos ayuda?, ¿quién nos acompaña en ese duro camino?. Nuestra pareja suele estar con nosotras, nuestra familia, algunos amigos. Pero todos, una vez más, están pendientes sobre todo del bebé.
Pocas veces se atiende el estado emocional de esa madre, sus cambios, lo que ocurre en su corazón, en su alma. Nos vemos sometidas a una tormenta hormonal continua. No solo cambia nuestro cuerpo, cambia nuestra mente, nuestras emociones. Empezamos a sentirnos madres. Eso no se enseña, se siente y se aprende sobre la marcha. A veces nos perdemos, y nos cuesta encontrarnos. Es un camino de tránsito, necesario e importante, pero duro también.
¿Cómo fue mi embarazo?, siempre que me lo preguntan constesto lo mismo, ¡¡malo!!. Por desgracia lo disfruté muy poco, unas pocas semanas en su inicio, y el último mes. El resto fue malo.
Concebí a mi hijo en el peor estado emocional posible, sin duda el peor momento de mi vida. Fue un embarazo por sorpresa, no planeado, aunque infinitamente deseado. Desde que vi el positivo en el test mi miedo, mi estrés y mis niveles de alerta se dispararon, sin duda. El cortisol debía correr por mis venas y las de mi pequeño a raudales. Los dos primeros meses sufriendo ascos, vómitos, mareos. Mi miedo y mi ansiedad eran menores, pero no voy a engañar a nadie, estaban presentes. Cuando has perdido a un hijo de un modo traumático, tu siguiente embarazo está cargado de inseguridad.
De repente, y como era previsible, las cosas empezaron a ir mal, contracciones, riesgo de parto prematuro, riesgo de rotura de bolsa, reposo absoluto y a esperar. No se podía hacer más. Me recuerdo en la cama llorando, tensa, hundida. ¿Estrés? por los cuatro costados. Fueron semanas duras y dolorosas, mi hijo se formaba día a día, pero no sabía si finalmente podría verle crecer, podría tenerle conmigo. Fue a partir de la semana 30 cuando empecé a respirar, y a partir de la semana 32 cuando empecé a disfrutar, de mi tripa, de no poder ponerme ningún abrigo, de los paseos, de mi bebé moviéndose, ¡¡no quería parir!!, adoraba sentirle en mi interior.
Pero a esas alturas mi bebé debía tener ya un buen grado de ansiedad acumulada.
A día de hoy su desarrollo intelectual no parece comprometido, es un niño despierto, hábil, inteligente, de aprendizaje rápido, ávido de conocer y saber cosas nuevas. Pero es un niño muy activo, muy nervioso, muy explosivo en sus reacciones y conductas. Y todo ello hace que yo ejerza sobre él un control continuo para atenuar todo esto que os cuento. Pero claro ese control, atención, que yo tengo con mi hijo, no todo el mundo puede. Mi trabajo es de 24x7, estoy con mi hijo todo el día, controlando, observando y mejorando. Esto es lo que todas las madres hacemos, sin duda. Parecemos obsesivas, pero no, es simplemente nuestra labor, la de protección de nuestras crías.
Debemos tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de estar nosotras bien, de cuidarnos, de no estresarnos. Durante un reducido tiempo, 40 semanas, nuestro hijo y nosotras compartimos todo, y nuestro bienestar es el suyo.
Mujeres que estáis pensando en ser madres, mujeres gestantes, tomad conciencia de este hecho, porque es importante. Olvidamos nuestras emociones, nuestro bienestar emocional, nos lanzamos a la vorágine de días llenos de actividades, siempre corriendo, el trabajo, las reuniones, haciendo miles de actividades,..... Nos equivocamos. Gestar un hijo es una de las experiencias más maravillosas que una mujer tiene el honor de disfrutar. Disfrutemos entonces de ello. Intentemos conectar con nuestro bebé, hacerle sentir tranquilo, confiado, feliz.
Ha sido hace poco cuando yo he asumido, que no conocido (eso ya lo sabía mucho antes), que mi estado de ánimo, es el de mi hijo. Si yo estoy mal, él está mal. Si yo sonrío y soy feliz, él está feliz y tranquilo.
Pensad en ello.

Volver a la Portada de Logo Paperblog