Desde mi punto de vista es en este capítulo de la Educación donde hay
que buscar una de las causas, si no la principal, del deterioro social,
político e incluso económico que se ha producido en España en los últimos
treinta años.
Como consecuencia de la distribución autonómica sin sentido que se llevó
a cabo en España y la posterior transferencia de competencias en materia
educativa, entre otras que nunca debieron cederse, se ha ido propiciando,
paralelamente, una pérdida de valores.
Empieza a extenderse una de las cuestiones que han caracterizado las
reformas educativas de los últimos casi 30 años, sobre todo las puestas en
vigor por los diferentes gobiernos del Partido Socialista. Desde 1982,
principalmente, tras las primeras elecciones que gana el PSOE, poco a poco, se
ha ido desincentivando y, como consecuencia, eliminando, el esfuerzo. El
objetivo de los sucesivos planes de estudio, ha sido, y sigue siendo, que el
niño apruebe, no que el niño sepa (derechos sin contrapartida de esfuerzo). Se
han eliminado los signos que establecían diferencias que, por otra parte, están
presentes de manera constante en todos los órdenes de la vida, en un intento
absurdo y equivocado de igualar: trato de "usted" abolido de
inmediato, todos ‘colegas’, tarimas fuera, etc., etc.
Los propios profesores no han sido ajenos a esta involución y han
facilitado la situación actual. “No me llames D. José, llámame Pepe, descuido
del aspecto físico, formas, etc.” son, entre otras causas, protagonistas de
este deterioro que nos ha llevado por una pendiente de difícil marcha
atrás. Y ahí se empieza a perder el norte.
Se ha ido a igualar por abajo, en lugar de subir el listón y premiar el
esfuerzo y, ni los gobiernos socialistas que lo implantaron (hay que atacar a
las bases, aborregar al personal para manipularlo más fácilmente, que es un
punto fundamental en todo ideario de izquierdas que se precie, vistiéndolo de
una falsa progresía) ni los del PP, cuando han tenido su oportunidad, con la
mayoría absoluta del año 2000 o la última de 2011, han querido, o han sabido, por
razones diferentes, pero con el mismo mal resultado, afrontar de raíz ese
problema. Veremos en qué queda la última reforma Wert, ya desvirtuada y, desde
luego, tardía.
Paralelamente se desmanteló la magnífica Formación Profesional que se
impartía en España, hasta entonces, a través de las Universidades Laborales y
Escuelas de Aprendices de muchas grandes empresas. Pero eso olía al recién
extinguido Régimen y había que erradicarlo cuanto antes, no fuera contagioso,
aunque no se tuviera preparada una alternativa mejor y contrastada. En su lugar
empezaron a tomar forma otras dos grandes ‘escuelas de aprendices’ como son las
NNGG y las JJSS de los dos grandes partidos, semillero de lo que ha dado lugar
a la casta política, ‘profesional’ y acomodada, de un sistema endogámico,
pervertido y perverso.
Se empezó una carrera de velocidad que se tradujo en la creación de un número
desorbitado e irracional de Universidades, primando para ello más, que ninguna
Comunidad Autónoma, capital de provincia o ciudad importante dejara de tener su
propia Universidad, que la propia calidad de la enseñanza. Se produjo lo que yo
llamo desde los años ochenta “INCONTINENCIA UNIVERSITARIA”, que
afectó a todos los gobiernos autonómicos, sin freno alguno por parte del
Gobierno Central, en su afán descentralizador, por aquello del “café para
todos” del tristemente recordado Prof. Clavero Arévalo, a la sazón Ministro de
AA. PP. con Adolfo Suárez.
Recuerdo, cuando yo era universitario allá por 1967-72, que las
Universidades o, mejor dicho, los Distritos Universitarios de entonces, eran
12, y no todos funcionaban bien ni tenían el mismo nivel de calidad de
enseñanza en las distintas disciplinas. Se empezó por entonces a crear algunos
Colegios Universitarios en los que se podían cursar los tres primeros años y se
continuaba la formación en la Facultad de cabecera. Después, y simplificando
mucho el problema, se pasó a que estos estudios de tres cursos constituyeran un
grado medio, el de Diplomatura, facilitando así, en muchos casos, la
consecución de un título a los que el esfuerzo no les llamaba demasiado.
El problema, en mi opinión, es que el derecho incuestionable a que todo
el mundo tenga la oportunidad de recibir una formación universitaria no se ha enfocado
bien. Derecho incuestionable, sí, pero con matices, porque, si bien todo el
mundo puede aspirar a una educación universitaria, habría que añadir siempre
que su capacidad y esfuerzo lo justifique.
Es obvio que el mayor coste que tienen que afrontar las familias, en
general, cuando de formación universitaria pública se trata, es el
correspondiente a los gastos de alojamiento y manutención que se originan
cuando el centro universitario queda lejos del domicilio familiar, pero eso no
debió arreglarse creando Universidades y Centros Universitarios a discreción,
sino estableciendo o mejorando el sistema de becas y ayudas existente,
permitiendo que nadie, exclusivamente por problemas económicos, tenga difícil,
o imposible, el acceso a la Universidad, pero en el que primen el esfuerzo, el
mérito y los resultados. Este sistema hubiera sido, con absoluta seguridad,
infinitamente menos gravoso para el Sistema Educativo que la creación
indiscriminada de Universidades que, aparte del coste insostenible, generó un
descenso evidente del nivel de formación (entre otras cosas no había profesores,
que se reclutaron de urgencia, en su mayor parte, entre los más próximos al
PSOE, con la suficiente preparación y experiencia para dotar tanta Universidad)
y, por añadidura, una gran cantidad de universitarios frustrados al no poder
acceder al puesto de trabajo que, teóricamente, su título exigiría.
Venimos recibiendo en la sociedad, a veces en puestos de
responsabilidad, y especialmente sensible en política, a esas generaciones que,
cuando empezó la transición, tenían pocos años -o no habían nacido, incluso- y
que han crecido en esa corriente de" igualdad" mal entendida y poco
esfuerzo. Igualdad en los derechos, claro, pero sin recibir el mensaje de que
todo derecho lleva aparejada una obligación y una responsabilidad.
Se ha tratado, en fin, de una malísima aplicación del derecho a la
“Igualdad de Oportunidades”, que se ha traducido en una política de
“igualitarismo” por abajo y no de igualdad tras la valoración de los méritos
del individuo. Un igualitarismo, sobre todo, “para los nuestros”, para los que
piensan como el gobierno socialista de turno quiere (en menor cuantía se puede
aplicar también al PP), sin ninguna crítica molesta. Unos y otros, los dos
grandes partidos en definitiva, por acción o por omisión, son culpables del
desastre educativo en España.
En un mundo competitivo como el que vivimos, sólo una buena formación
cualifica para destacar y hacer frente a esa competencia imperante en el mundo
de hoy y por eso me ha venido a la memoria la frase con la que titulo mi
artículo, parecida a aquella que le dio la victoria a Bill Clinton frente a
George Bush padre: “¡Es la Economía, Imbécil!”, dijo entonces el que luego, con
su comportamiento, no acreditó, precisamente, una muy pulida educación. Así, en
este caso, digo: “Es la Excelencia, Estúpidos”.
Revista Política
EDUCACIÓN: ¡ES LA EXCELENCIA, ESTÚPIDOS!, por @AntoniodlTL
Publicado el 21 julio 2014 por Catalega @CatalegaSus últimos artículos
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