Como sabéis, aparte de juntar letras en los pergaminos del Rincón, soy profesor de instituto. Me gano el pan – como diría un clérigo en los tiempos de Quevedo – aportando valor al talento del mañana. A lo largo de mi carrera; he corroborado que existe un analfabetismo preocupante en materia legal e institucional. La mayoría de los alumnos no saben qué es el Parlamento; ni siquiera que la Constitución es la Ley de leyes y, que el Gobierno está formado por el Presidente y los ministros. Los adolescentes, la verdad sea dicha, tienen un conocimiento muy vago de lo que fue la Transición democrática; no olvidemos que en Historia de España; se dedica muy poco al Franquismo y su agonía. Así las cosas, no es extraño que cuando surge, en el aula, algún debate relacionado con los políticos, los alumnos se refieran a los mismos como una panda de pillos y granujas.
Si yo fuera ministro de educación, propondría para el debate político "educación para la crítica"; una asignatura que se estructuraría en tres bloques temáticos: alfabetización política; modelos mediáticos, y escritura crítica. El primer bloque versaría sobre el derecho a la participación política; las diferencias entre Congreso y Senado; el procedimiento para la elaboración de las leyes; las funciones de la Corona y la democracia comparada. El segundo consistiría en un análisis detallado del modelo mediático mediterráneo en comparación con los otros – el anglosajón, por ejemplo -. Como saben el modelo mediterráneo – el nuestro – está basado en una prensa predecible, afín a los partidos, y alejada del modelo ideal de democracia de audiencia. Y, por último, el tercer bloque temático consistiría en que los alumnos escribieran reseñas y artículos de opinión; acerca de libros propuestos, películas y temas de actualidad.
Gracias a esta asignatura, los adolescentes desarrollarían un espíritu crítico para la vida. Conocerían de cerca – alejados del sesgo mediático – los rasgos distintivos de cada ideología – el neoliberalismo, la socialdemocracia, el populismo…- y, sus repercusiones a lo largo de la historia. Sabrían, las ventajas e inconvenientes de nuestra forma de Estado; en perspectiva comparada con Estados Unidos y Francia, por ejemplo. Con "educación para la crítica" se conseguiría que los alumnos cuestionasen las fuentes; los argumentos de autoridad y los mensajes publicitarios. Gracias a esta materia quedarían descubiertos los intereses económicos que mueven la industria de la cultura. Y, por último, esta asignatura serviría para crear una corriente crítica y manifiesta contra el clientelismo; el consumismo; el fanatismo y todos los -ismos que hieren al sistema.
Probablemente este borrador de asignatura nunca salga a la luz, ni sea objeto de debate público; ni nada por el estilo. No verá la luz – como les digo – porque los utópicos solo vemos gigantes donde los otros ven molinos. La Lomce – la ley de Wert – ha sido – y es – la antítesis a la "educación para la crítica". Su alma – el de la lomce – reside en educar para creer; en lugar de educar para cuestionar. Por ello, estimados lectores y lectoras – la religión ocupa el lugar perdido de los tiempos olvidados; la filosofía se convierte en el jarrón incómodo de las aulas españolas y, las reválidas se imponen como en la época del Caudillo. Gracias a la Lomce, los alumnos de hoy serán – y perdonen por la expresión – los "borregos" del mañana. Serán una masa de analfabetos políticos, alineados por los medios, e incapaces de pensar por cuenta propia. Indignante.