"El abuelo Kuzia no me educaba dándome lecciones, sino hablando, contándome historias y escuchándome. De él aprendí muchas cosas que e permitieron sobrevivir. Su modo de ver y entender el mundo era muy humilde, no hablaba de la vida como alguien que la observara desde lo alto, sino como quien tiene los pies bien asentados en la tierra y procura seguir en ella el mayor tiempo posible.
-Mucha gente busca desesperadamente lo que no es capaz de conservar y comprender, por lo que está llena de odio y lo pasa mal toda la vida.
Me gustaba su forma de pensar, porque era muy fácil de entender. No tenía que ponerme en el lugar de nadie, bastaba con escucharlo sin dejar de ser yo mismo para saber que cuanto salía de sus labios era verdad. Demostraba una sabiduría profunda que no parecía humana, sino de algo más grande y fuerte que el hombre.
-Ya ves, hijo mío... Los hombres nacen felices, pero creen que la felicidad es algo que han de encontrar en la vida... ¿Y en qué nos convertimos? En una manada de animales sin instinto, que siguen ideas equivocadas y buscan lo que ya poseen...
Un día que estábamos pescando y hablábamos precisamente de la felicidad, me preguntó:
-Mira los animales, ¿crees que saben lo que es la felicidad?-Creo que a veces tambien se sienten trises o felices, pero no pueden expresar sus emociones... -contesté.
Se quedó mirándome en silencio.
-¿Y sabes por qué Dios dio al hombre una vida más larga que la de los animales? -dijo al cabo.-No, nunca lo había pensado...-Porque los animales viven siguiendo su instinto y no yerran. Mientras que el hombre, como sigue su razón, necesita una parte de la vida para cometer errores, otra para comprenderlos y la tercera parte para tratar de vivir sin errar.
Lo visitaba siempre que me sentía mal o estaba preocupado, porque el abuelo Kuzia me entendía y conjuraba mis malos pensamientos."
(Nikolái Lilin, Educación siberiana)