Revista Diario
Estando un día en casa de unos amigos que tienen dos niñas mi hijo cogió un cochecito de bebe de juguete con una muñeca dentro y ni corto ni perezoso se puso a pasearlo. Otro amigo nuestro que es padre de otra niña en cuanto le vio haciendo aquello le soltó: “Pero dónde vas con eso, déjalo, que eso es de niñas”. A mi lo que estaba haciendo mi hijo no me parecía que fuera de niñas, después de todo mi marido pasea a mi hijo en su cochecito y mi amigo pasea a su hija en el suyo y así se lo hice saber al amigo que había soltado la frasecita. Se quedo callado un segundo y me dijo: “pero no es lo mismo”. Toma ya, no es lo mismo. Resulta que en la vida adulta los hombres empujan los carritos de sus hijos, cocinan, barren, ponen lavadoras y van a la compra, pero a los niños pequeños hay que seguir regalándoles coches y aviones si son niños y muñecas y cocinitas si son niñas. Y a mi hijo no le puedo regalar una cocinita ni un carrito con una muñeca si le gustan porque es niño y en cambio le tengo que regalar un supercamión aunque no le haga ni caso.
Pedimos que los hombres adultos asuman las tareas de la casa y el cuidado de los hijos de la misma forma que nosotras, que sean igual de resolutivos y que no le tengan miedo a poner una lavadora o planchar. De la misma forma queremos que las mujeres adultas no nos pongamos nerviosas cuando pinchamos una rueda o si hay que llevar el coche al taller y nos hablan de la correa de distribución. Entonces por qué seguimos haciendo distinciones cuando somos niños. ¿Por qué nos choca cuando vemos a una niña jugar con un camión o a un niño con una muñeca? ¿Por qué no regalamos al niño esa cocinita que tanto le gusta o ese juego de plancha y se lo regalamos siempre a la niña? Si ya desde pequeños hacemos distinciones como pretendemos que de mayores no las haya.