Dos incidentes esta semana me han hecho pensar acerca de lo que hacemos los padres para educar a nuestros peques en el respeto hacia los adultos que les rodean. Ayer, comprando a mi hijo unos zapatos para el cole fui testigo de la pataleta que se llevó una pequeña no mayor de 12 meses en la zapatería. Me había llamado la atención que su madre, mientras la sacaba de la sillita, dijo con voz temblorosa: ¨Lo que te van a hacer¨. Acto seguido la niña se tiró al suelo y se negó a que la dependienta le probase las botitas. ¿Es de extrañar tal respuesta? La niña leyó correctamente el mensaje enviado por su madre: esto no te va a gustar… y ella actuó en consecuencia.
El segundo incidente fue un comentario de mi hijo de 13 años, que hace tres días comentó con tono entre incrédulo y retador lo ocurrido en su colegio. Un compañero de clase no había recibido gustosamente una nota menor a la que esperaba y sus padres habían hecho acto de presencia en el colegio para reclamar una revisión en la evaluación de su hijo. Estos padres, que tienen todo el derecho a ponerse en contacto con el tutor y profesores de su hijo, cometieron la torpeza de hacer partícipe a su hijo del objetivo esta visita: cuestionar el juicio profesional de su profesor o profesora. El niño en cuestión tenía muy claro que este era el objetivo y así lo anunció entre sus compañeros.
Parece que como padres a veces pecamos de sobreproteccionismo para con nuestros hijos, potenciando en ellos una actitud de antagonismo y falta de cooperación con los adultos que les rodean. Estos ejemplos, que no dejan de ser anecdóticos, me llevan a cuestionar no el que queramos saber cómo actuan los adultos que rodean a nuestros hijos sino que les cuestionemos delante de ellos, abriendo así la veda para que consideren a todo adulto que les corriga, amoneste o guíe alguien del que desconfiar a priori. Esto se convierte en un hábito que oprime su capacidad de escuchar, negociar positivamente y aprender actitudes socialmente aceptables.
No parece que hagamos un favor a nuestros hijos si crecen pensando que sus padres son los únicos adultos de su entorno cercano que merecen ser escuchados. Estarán mejor equipados para madurar y convertirse en adultos inteligentes emocionalmente si aceptan que todos merecemos respeto y ser escuchados.