Revista Ciencia

Educar con autoridad, una fórmula en la que ganamos todos

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22
Educar con autoridad, una fórmula en la que ganamos todos

Tener autoridad significa, etimológicamente, aumentar, promover, hacer progresar, ser responsable de...

El ritmo de vida que llevamos en la actualidad fácilmente puede hacernos caer en el error de sustituir, en las relaciones con nuestros hijos, la autoridad por la seducción. Nos cuesta darles órdenes y las sustituimos apelando a su buena voluntad o sencillamente por favores: "¿Puedes irte a dormir ya?", pues no, seguramente ni puede, porque está haciendo algo mejor, ni quiere. "¿Te quieres cepillar los dientes ya, por favor?", y de nuevo no, ¡nadie se cepilla los dientes para hacerle un favor a alguien!

Ejercer la autoridad bien entendida es EDUCARLES. Querer a nuestros hijos supone ayudarlos a crecer, con respeto, aplicando las normas y las prohibiciones con firmeza de modo que, sean capaces de aprender a controlar sus impulsos y a integrarse en la sociedad. La ausencia de normas y la variabilidad de las intervenciones de los padres (según el estado de ánimo, o del humor en que nos encontremos) provocan confusión, inseguridad y rebeldía.

Es mejor pocas normas, bien escogidas, con frases cortas y precisas y que se cumplan siempre, que muchas y que se cumplan los lunes pero no los jueves.

Los padres tratamos de satisfacer todas las necesidades de nuestros hijos, pero hay una necesidad básica y que además ¡es gratis! Necesitan ATENCIÓN POSITIVA.

¿Y a qué nos referimos cuando hablamos de "atención positiva" o en su defecto "atención negativa"? Veamos un claro y muy común ejemplo para entenderlo:

"Estamos en casa tranquilamente, los niños están calmados haciendo sus tareas o jugando sin discutir... No pasa nada, no hacemos nada, no decimos nada. Dejan de trabajar, comienzan a incordiar y ahí estamos. Se portan bien y nadie les hace caso, se desmelenan y rápidamente acudimos, les prestamos atención (pero negativa). Algunos niños hacen todo lo que pueden por recibir una atención constante de sus padres y no dudarán en hacer todo lo que puedan por tenernos ocupados permanentemente con ellos. Si cuando me porto bien no me hacen caso voy a hacer una de las mías y los tendré conmigo. Prefieren que les riñamos a que no les hagamos caso, a ser invisibles."

Otro aspecto importante y esencial a la hora de instaurar la disciplina es que ambos progenitores, aunque vivan separados, estén de acuerdo como mínimo en lo esencial, deben establecer unas normas básicas y las consecuencias en caso de transgresión, válidas en ambos hogares. Hay que evitar a toda costa desautorizar al otro progenitor, el único perjudicado será el niño. Las críticas o desacuerdos entre los padres deben hacerse en privado, jamás delante del niño. Es fundamental no dejar nunca que el niño utilice a un padre en contra del otro.

Que los niños hagan lo que les pedimos y que además, estén siempre de acuerdo con nosotros, es sencillamente imposible. No nos engañemos, no hay educación sin conflicto. Los niños necesitan medirse con nosotros, saber quién es más fuerte y descubrir hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Padres, educadores, terapeutas, profesores, maestros... Debemos mostrarles que nosotros tenemos la autoridad y que además la ejercemos. Llamemos a las cosas por su nombre sin confundir significados o intenciones. Tener autoridad significa, ser responsable, tener derecho a mandar, pero también ser la persona que ayuda al otro a desarrollarse y construirse a sí mismo. Con total seguridad los niños hoy, no lo entenderán ni lo agradecerán, pero sí cuando pasen quince o veinte años.

Uno de los objetivos que se nos requiere en nuestro trabajo educativo como padres consiste en "¡frustrarlos progresivamente!" en algunos de sus deseos. Esto es algo desagradable tanto para nosotros como padres, como para ellos, pero es necesario. Debemos distinguir y enseñarles la diferencia entre necesidades y deseos. Tener una mochila para llevar los libros es una necesidad, que sea de una marca concreta es un deseo. Podemos ayudarnos de sus deseos y utilizarlos para hacerlos avanzar, para motivarlos, pero jamás tratar los deseos como necesidades, ni sentirnos culpables por no satisfacerlos. Si no les enseñamos a tolerar la frustración, la propia vida se encargará de hacerlo por nosotros, pero con mucha menos delicadeza y con mucho más sufrimiento. Satisfaciendo todos los deseos de nuestros hijos como si fueran necesidades les hacemos un flaco favor a largo plazo.

Y los niños crecen... y llega la adolescencia... y ¿qué pasa con nuestra autoridad? Está claro que debemos seguir manteniéndola y que las normas son las normas, pero deberemos adaptarlas a los nuevos momentos y situaciones.

Se trata entonces de establecer acuerdos, aceptar compromisos y encontrar soluciones en las que, en la medida de lo posible todos ganemos. Normalmente, las soluciones en las que nadie pierde y todos ganan son soluciones de compromiso. Nadie obtiene todo lo que quiere, pero todos consiguen algo. Se trata de negociar. Negociar no supone perder nuestra autoridad, al contrario. Cuando negociamos con nuestro hijo adolescente, se siente escuchado, le transmitimos respeto en sus peticiones y puntos de vista lo que hace que se muestre más dispuesto a colaborar y a hacer concesiones. Sentir que tenemos en cuenta su opinión contribuye a reforzar su confianza en sí mismo. Estamos ayudándole a independizarse, a crecer.

Educar a los hijos es una tarea muy difícil y muy complicada. Que queramos a nuestros hijos con locura, que deseemos lo mejor para ellos y que lo hagamos lo mejor que podamos o sepamos no significa que no cometamos errores. Somos personas y nos equivocamos, los padres perfectos sencillamente no existen.

Nuestros padres, abuelos... ejercieron su autoridad e incluso algunos autoritarismo (que ni es lo mismo que autoridad, ni es lo recomendable) y no dudaron nunca del cariño de sus hijos hacia ellos, como tampoco sus hijos dudaron del cariño de sus padres. No temamos pues ejercer la autoridad con los nuestros por temor a que no nos quieran o a que no se sientan queridos.

"Enseñemos al pequeño a respetar los semáforos para que cuando deje de ir de nuestra mano no lo atropellen y pueda caminar solo."

Fuente: Paqui Moreno Madrid, psicóloga y terapeuta en Red Cenit.

C. Marco


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