Todos los padres queremos ver cómo nuestros hijos crecen sanos y felices. Queremos verles crecer con una buena autoestima, seguros de sí mismos, con ganas de aprender y emprender nuevas aventuras que les proporcionen las mejores experiencias vitales y que, de este modo, lleguen a convertirse en adultos responsables que sepan tomar buenas decisiones.
Seguro que tú también deseas ver a tu hijo crecer fuerte, sano y feliz. Seguro que deseas esto y mucho más. Y cada día te esfuerzas para ofrecerle lo mejor de tí mism@ aunque no siempre te sientas satisfech@ con lo que has hecho o los resultados que ves.
Ser madre/padre es una experiencia llena de altos y bajos para la que nadie nos prepara. Aprendemos del día a día, de nuestros aciertos y errores, de nuestros éxitos y fracasos, con más o menos alegrías, decepciones o frustraciones. Pero sin duda, todos queremos que nuestros hijos sean felices y para conseguirlo adoptamos diferentes estilos educativos y estrategias con las que no siempre obtenemos lo que deseamos. Cuando esto ocurre entonces aparecen la dudas y las culpas, que nunca son buenas compañeras de viaje. Y nos preguntamos qué hemos hecho mal y dónde está el manual que nos de las respuestas a todas nuestras inquietudes.
Pero el manual para criar hijos felices, buenos y perfectos no existe, porque en realidad tampoco es necesario. No existen fórmulas mágicas ni recetas milagrosas para educar. Solo debemos saber combinar unos sencillos ingredientes como la paciencia, el amor, el respeto y la tolerancia junto con unas normas bien definidas y tener claros los límites que nadie debe sobrepasar. Coherencia, constancia y consistencia. Pero aún y así educar no será fácil porque requiere esfuerzo y mucho tiempo. Un tiempo que no siempre tenemos o queremos ofrecer y un esfuerzo diario que otros tantos no desean realizar. Hemos hablado en otras ocasiones de padres ausentes y de otros tipo de padres y madres entre los que quizás nos podamos identificar.
Los niños de nuestra sociedad actual viven en un mundo lleno de prisas. Todo a su alrededor va rápido y acelerado condicionado por el modo de vivir de los adultos, quienes pasamos por la vida casi sin darnos cuenta. Y las infancias de nuestros hijos pasan rápido, por lo que es preciso que las vivamos de un modo más pausado y tranquilo. Ofreciéndoles lo que necesitan en cada momento, preparándoles para el camino que deberán recorrer hacia la edad adulta, educándoles en el amor y el respeto hacia los demás pero especialmente hacia sí mismos.
Educar requiere tiempo, esfuerzo, altas dosis de paciencia y amor incondicional. Porque los niños necesitan sentirse queridos y respetados por sus padres pase lo que pase y hagan lo que hagan. Porque necesitan tiempo para aprender y nuestra paciencia para guiarles. Necesitan normas y límites que les contengan y aporten seguridad. Necesitan nuestros besos y abrazos, nuestros arrullos, nanas y cuentos por las noches o en cualquier momento para hacerles soñar, tranquilizarles o dormirles…
Sí, educar requiere tiempo y presencia. Tiempo y paciencia, tiempo y amor, tiempo y más tiempo que debemos aprender a gestionar adecuadamente para dedicarlo al trabajo más importante de nuestras vidas: educar a nuestros hijos para que sean la mejor versión de sí mismos.
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