El reciente cierre ordenado por el FBI de un megaportal de descargas y alojamiento de contenidos, amenaza con provocar una crisis sin precedentes en Internet. Y es que el caso muestra en toda su verdadera dimensión lo que realmente está en juego en esta pelea.
Desde EEUU y la red mundial de medios de comunicación de masas al servicio gratificado de sus intereses se justifica este ataque en el carácter pirata del megaportal, instrumento cibernético mediante el cual sus propietarios se estarían lucrando con la descarga de música y películas efectada a través suyo por clientes de pago. El jefe del galeón pirata sería un alemán residente en Nueva Zelanda, y entre sus socios hay al parecer varios europeos occidentales e incluso un eslovaco (o esloveno, que en cuestión de estas mininacionalidades un servidor se pierde, y eso que durante el bachillerato no tenía rival en conocimientos de Geografía política).
El acoso y derribo del megapirata lo ha llevado a cabo como decía el FBI a impulso y beneficio de las honorables compañías Universal y Sony, radicadas en EEUU aunque el diablo sabe a quién pertenece actualmente su capital. En todo caso, se trata de dos destacados miembros del oligopolio que controla las industrias del entretenimiento a escala planetaria. El caso se ha publicitado con intenso masaje informativo en los "mass media" del mundo mundial presuntamente serios: en los informativos televisivos por ejemplo, nos hemos hartado de ver como una grúa de la policía se lleva requisado un Cadillac rosa que saca de la descomunal mansión en la que según dicen reside el pirata en jefe detenido, un gordo con pinta de hooligan especialmente estúpido al que en otras imágenes vemos bebiendo cerveza desparramado en un asiento de su avioneta particular. Ya se sabe que en los manuales policiales al uso figura en letras de oro aquello de que los malos además de serlo, han de parecerlo: recuerden aquellos etarras despeinados y sin afeitar cuyas fotos salían en la tele española del franquismo y la transición.
El caso es que la detención de los piratas plantea muchos interrogantes. Examinemos los proncipales.
Para empezar, mucha gente guardaba contenidos perfectamente legales en la "nube" cuyo espacio alquilaba el megaportal a particulares, y ahora ha perdido sin remedio esa información. En algún sitio he visto y oído a una chica española quejándose de que su tesis doctoral se ha evaporado, gracias a la brillante acción policial. Ya saben: "daños colaterales inevitables", en la terminología de los que ordenan los bombardeos sobre la población civil en Irak o Afganistán.
Una segunda cuestión hace referencia a la legalidad del cierre del megaportal: ¿hay una orden judicial que lo ampare? Es posible incluso que exista, pero de momento nadie se ha molestado siquiera en decir que la tiene. Y es que los asaltos policiales en Internet suelen ser por el método de la patada en la puerta y además salen gratis, al contrario de lo que sucede con otras comunicaciones como la telefonía o el correo postal.
El tercer reparo tiene todavía más calado. La liquidación del megaportal pirata se ha hecho siguiendo las leyes norteamericanas. ¿Y quién son los EEUU para imponer sus leyes en una red global como Internet? ¿Desde cuándo se les ha transferido legalmente a los norteamericanos la soberanía en las cibercomunicaciones mundiales, para que puedan cerrar sitios y ordenen detenciones a su antojo fuera de su país cuando les plazca? Hace unos años estuve a punto de darme de alta como cliente de un portal legal de matriz europea, cuyas condiciones de contratación advertían que cualquier conflicto entre el contratante y la empresa propietaria se resolvería "según las leyes y ante los tribunales del Estado de Virginia". Naturalmente, no me di de alta, más que nada porque un servidor es ciudadano de la Unión Europea con pasaporte del Reino de España, y por tanto estoy en condiciones legales de pasarme por el arco del triunfo las leyes del Estado de Virginia, la Declaración de Independencia de los EEUU y la Oración del Día de Acción de Gracias. ¡Hasta ahí podríamos llegar!.
Y es que una vez más, y como en los casos del director de cine Roman Polanski y el ciberactivista Julian Assange, los poderes oscuros norteamericanos -que todos sabemos claramente quíenes son y a qué intereses responden-, no se conforman con actuar a su antojo a lo largo y ancho del mundo, además pretenden encarnar en él "la Ley" con mayúscula. Recuerden cuando hace dos o tres años hubo cierto escándalo internacional al descubrirse que la CIA efectuaba "vuelos secretos" en los que transportaba a Guantánamo a personas secuestradas por sus agentes en todo el mundo, haciendo escala en bases asimismo secretas situadas sin embargo en nada secretos países europeos previa autorización de Gobiernos muy conocidos, como el del "progresista" Zapatero.
A procederes como los relatados se les llamaba años ha, "intervenciones imperialistas norteamericanas"; hoy los medios les llaman lucha contra la piratería en Internet, por ejemplo. El lenguaje y los tiempos cambian, pero la esencia del Imperio del Tío Sam, permanece.