Con la
elección en 2008 de Barack Obama como presidente del senador demócrata afroamericano
de Illinois , la larga sombra del racismo y la desigualdad racial que había
perseguido a Estados Unidos desde su independencia parecía estar más cerca que
nunca de desaparecer. Aparentemente, el proceso de emancipación de los
afroamericanos que se había emprendido desde la abolición de la esclavitud por
parte de Lincoln al final de la Guerra Civil en 1865, continuado por la lucha
por los derechos civiles de la población negra, que entre otras cosas permitió
a la población negra votar, encabezada por figuras como Rosa Parks, Martin
Luther King o de una forma más radical Malcolm X, había llegado a su clímax con
la entrada en las más altas esferas de la política norteamericana por parte de
gente como Condoleezza Rice, secretaria de estado en la administración Bush o
el antes mencionado Obama.
Sin
embargo la ola de revueltas como las de Baltimore o Ferguson (Missouri) , han
demostrado que ese relato de igualdad social está muy lejos de llegar a ser
real. Estos abusos de fuerza por parte de las autoridades locales han provocado
que la población afroamericana se rebele contra un sistema que en muy pocos
casos les da una esperanza de futuro o progreso. Por poner un ejemplo, la tasa
de pobreza de la población de raza negra es quince veces mayor a la de los
blancos, además, según datos de un estudio realizado por “The atlantic” en
2010, alrededor de un millón de afroamericanos se encuentran encarcelados, lo
que representa un 40%. Los que no lo están, en su mayoría viven en suburbios
pobres, alejados de los barrios residenciales blancos; quizás el mejor ejemplo
sea la ciudad de Detroit, donde esto se ha visto acentuado con la quiebra de
General Motors. Es decir, el racismo en América ha pasado de ser político a
económico. Pese a que el actual gobierno
ha mejorado las tasas de empleo, y se ha esforzado en reducir la exclusión
social, todo esto representa un gran peligro para un país, que en vez de
apostar por la cohesión social, está relegando a sus jóvenes a la indigencia y
la delincuencia.
Por lo
tanto, tanto los gobiernos como la sociedad civil debe involucrarse para evitar
estos problemas. En primer lugar, es imprescindible para el desarrollo de las
comunidades excluidas, que en Estados
Unidos haya una distribución de la riqueza algo menos desigual, basada en
empleos de calidad que permita aumentar su nivel de vida e integrarse en la
sociedad. Por otra parte se ha de invertir en la educación como base para el
desarrollo, facilitando el acceso a la universidad y formación profesional,
creando programas de ayuda social, etc… Es también imprescindible que
Norteamérica se una al resto de países industrializados y universalice la
sanidad, para que ningún ciudadano se vea sin cobertura sanitaria y aislado debido
a que no puede pagarse un seguro privado. Y finalmente, como sociedad civil, se debe fomentar
el aprendizaje de la tolerancia y el respeto al diferente desde las escuelas.
Si somos capaces de parar el racismo y la intolerancia hacia cualquier persona
por su color de piel o religión desde la base, se habrá conseguido algo muy
importante como sociedad, tanto en Estados Unidos como en Europa.
Jon Ander Ortuondo y Laura Simón