No necesita permiso: como hacía la Roma imperial, Washington querrá imponer su pax americana con la guerra en Irak, y para Bush será conveniente, pero innecesario, que la ONU apruebe los ataques.
El 11 de septiembre recuerda que los imperios sufren traumas: en el año 387 A.C., el jefe galo Breno exclamó Ay de los vencidos, tras conquistar y destruir Roma; pero los galos se integraron en aquella potencia que homogeneizaba con su cultura, alfabeto, idioma, leyes y ejércitos a pueblos muy diferentes.
La diplomacia romana se aliaba con sus vecinos y con los conquistados, y abría rutas comerciales que intercambiaban conocimientos.
Era, pues, un superpoder con gentes de distinto origen, surgido de casi nada, que expandió su idioma, normas, saberes, diversiones y una forma de vida mejor –hoy decimos calidad de vida-- que la anterior para los pueblos asimilados: nosotros somos sus herederos.
Oswald Spengler, en La Decadencia de Occidente (1918-1922) decía que la Historia es como un proceso biológico que pasa por gestación, nacimiento, desarrollo y muerte, y así fue la existencia de Roma y de otros imperios, como el sacro romano-germánico, el chino, el árabe, el español o el británico.
El actual poder mundial, el norteamericano, parece estar en la etapa adulta, con una potencia sin igual, aunque, ¿fueron las Torres Gemelas y será Irak su decadencia, o la repetición del Vae Victus que absorbe al enemigo?.
Y cuando Washington ataque, ¿estará gestándose un nuevo imperio en otra parte?.