Eleazar Dìaz Rangel.
Son empecinados, tercos, obstinados, pertinaces, testarudos estos estadounidenses
Son empecinados, tercos, obstinados, pertinaces, testarudos estos estadounidenses. Se empeñan en meterse en los asuntos internos de Venezuela, y de otros países, pese a los rechazos y advertencias, y al aparente o real clima para un acercamiento de emisarios de los dos países en busca de la normalización de las relaciones. Roberta Jacobson, responsable del Departamento de Estado para América Latina, vuelve con las suyas. Insiste en que EEUU “tiene un papel que representar” en una posible transición política en Venezuela, y preguntada en el Congreso sobre ese “papel”, explicó que se trata de defender en la OEA “la necesidad de que cualquier elección sea libre, abierta y justa”.
¿Es que acaso las numerosas elecciones que ha perdido Chávez (un referendo constitucional, 12 gobernaciones en varios procesos, parlamentarias en algunos estados) sin contar las de importantes alcaldías en estos 14 años, comenzando por la Metropolitana y varias capitales de estado, no fueron libres, abiertas y justas? ¿O es que pretenden hacer creer al mundo que los triunfos electorales de Chávez no son abiertos, ni libres ni justos? Y a propósito, ¿a qué llaman una elección justa? ¿A la que George W.
Bush le ganó a
Al Gore y la decidió la Corte Suprema? ¿Y desde cuándo esa decadente OEA tiene autoridad para pronunciarse como juez sobre las elecciones en Venezuela?
Más adelante, Roberta habló con la prensa y les dijo que “Si el presidente Chávez ya no (puede) ocupar la presidencia, entonces Venezuela y los venezolanos tomarán sus decisiones basándose en su propia Constitución”. Por supuesto, se trata de un asunto de los venezolanos y no tiene que darnos consejos sobre lo que debemos hacer, si lo estamos haciendo desde hace 14 años.
Por supuesto, están habituados a lo que hacían muchos años atrás, diríamos que desde 1908, cuando apoyaron a Juan Vicente Gómez a estabilizarse en el poder luego del golpe de Estado a Cipriano Castro. Se niegan a creer que 90 años después se acabó ese tipo de relación, ahora encuentran a un país con una política exterior soberana e independiente y cada vez más acompañada en América Latina.
Parecen no darse cuenta de los cambios habidos en América Latina. No les dice nada la formación de organismos como Unasur, Alba, Petrocaribe, Celac, el ingreso de Venezuela al Mercosur; como si no valoraran ninguna de esas decisiones de tanta trascendencia después de decenios bajo la tutela de su “ministerio de colonias”, como era considerada la OEA. ¿Qué pensarían en Washington, incluidos sus organismos de inteligencia, cuando tuvieron que ver por TV la reunión en Chile de los 34 países de la Celac sin la presencia de EEUU y Canadá y, en cambio, con posiciones protagónicas ver a Cuba, sede de la próxima cumbre?
Hace poco se divulgó un estudio financiado por el multimillonario George Soros, a través de la Open Society Foundation, que revela cómo 54 gobiernos del mundo aceptaron las imposiciones de EEUU de acciones contra el terrorismo luego de los atentados del 11S, acciones que incluían la detención y el traslado de sospechosos de terrorismo por sus respectivos territorios, la utilización de pistas y de cárceles, etc. Pero por primera vez en la historia de las relaciones interamericanas, ni un solo país de América Latina aceptó tales peticiones. Por el contrario, en esos años las posiciones tomadas por varios gobiernos eran todo lo contrario de las aspiraciones de
Washington. Néstor Kirchner suspendió la participación de Argentina en las maniobras militares con EEUU; el presidente Correa, apenas inaugurándose, desalojó de Manta la base militar estadounidense; el presidente Lula rechazó las presiones que le hacían para que aceptara presos de Guantánamo, y en una reunión en Chile de ministros de Defensa, la delegación de EEUU no logró los compromisos que buscaba, de los cuales el principal era transformar nuestros ejércitos en policías contra el terrorismo y el narcotráfico.
Son apenas muestras de los primeros cambios habidos, que se han venido sucediendo desde entonces pero que inexplicablemente parecen no ser vistos ni valorados en Washington, donde persisten conductas propias de hace dos o tres décadas.