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Efectividad: Rigor científico frente a pensamiento mágico

Publicado el 01 mayo 2016 por Jmbolivar @jmbolivar

Efectividad: Rigor científico frente a pensamiento mágicoLa segunda de las diez competencias clave para el 2020 identificadas por el foro de Davos es el pensamiento crítico. Se trata de una competencia estrechamente ligada al conocimiento y que se ha vuelto particularmente necesaria a partir de la popularización de Internet y del acceso masivo a información de todo tipo que ésta ofrece. Uno de los motivos probables por el que Davos considera que hay un déficit de esta competencia es porque llevamos décadas de sistema educativo orientado hacia la conformidad, lo que sin duda también guarda estrecha relación con el preocupante déficit de organizaciones inteligentes que padecemos.

Un problema adicional a la escasez de esta competencia es que su ausencia favorece la aparición de un tipo de pensamiento totalmente opuesto: el pensamiento mágico. Este pensamiento ha llamado poderosamente mi atención desde joven y de hecho le dediqué bastante tiempo durante mis estudios de Psicología Social, ya que era un tema recurrente en diversas disciplinas: antropología social, sociología del conocimiento, cambio social…

En la Sociedad del Conocimiento, la calidad del pensamiento es clave, porque pensar y decidir son la esencia del trabajo del conocimiento. Sin pensar y decidir bien, la efectividad es imposible.

El pensamiento crítico es útil porque proporciona la base para decisiones y comportamientos inteligentes. El pensamiento mágico es inútil porque proporciona la base para decisiones erróneas y comportamientos estúpidos.

Además, el pensamiento crítico es uno de los componentes del rigor científico, que se define como el rigor intelectual aplicado al control de calidad de la información científica o su validación por el método científico. Por desgracia, nos encontramos cada vez más con supuestos estudios científicos que, como mucho, podrían llamarse experimentos. Me parece importante destacar que, desde el punto de vista del método científico, un experimento individual es una simple anécdota carente de validez científica.

Hoy día se da mucho lo que yo llamo el «yoísmo científico», que consiste en hacer afirmaciones supuestamente científicas con gran solemnidad porque «a mí me funciona». A ver, ¿desde cuándo el «yo-mí-me-conmigo» ha formado parte del método científico? Un ejemplo de este «yoísmo científico» es este artículo sobre el mindfulness en el que, sin el menor pudor, se afirma que «los resultados del experimento no dejan ninguna duda».

Un experimento aislado llevado a cabo por una única persona no significa nada. El método científico se basa en dos pilares fundamentales y uno de ellos es la reproducibilidad. Esto significa que el que una persona en concreto haga un experimento muchas veces o probando muchas cosas carece por completo de validez científica hasta que, para ese mismo experimento, no se demuestra que ese mismo resultado es el que se consigue siempre que se repite, en cualquier lugar y por cualquier persona. La experimentación es simplemente un primer paso hacia el método científico pero, si se queda ahí, su validez científica desaparece.

Por ejemplo, GTD es un método desarrollado empíricamente por David Allen a partir de lo observado sistemáticamente trabajando durante muchos años con muchas personas distintas en situaciones distintas. Allen pudo observar patrones que dejaban clara evidencia de la existencia de unos principios productivos universales, principios que se cumplían siempre, independientemente del momento, el lugar y la persona. Varios años después, Heylighen y Vidal pudieron demostrar científicamente el origen cognitivo de dichos principios.

Escribía recientemente aquí sobre la productividad basura porque es un tema que me preocupa. Hay supuestos expertos en productividad personal que son asiduos practicantes del «yoísmo científico» y se dedican a repartir consejos carentes del menor rigor porque a ellos «les funciona». El problema es que muchos de estos «expertos» son escasamente representativos de la realidad social en la que vivimos. Me refiero a gente que no tiene que tragarse diariamente horas de atasco, reuniones interminables, niños pequeños enfermos, jefes caprichosos y una larga variedad de imprevistos, por lo que es completamente normal que «les funcionen» cosas como «planificarse el día».

Estamos ante algo muy serio. Como afirmaba Drucker, «la productividad del trabajador del conocimiento es el mayor de los desafíos del siglo XXI. En los países desarrollados, es el primer requisito para su supervivencia. De ninguna otra forma pueden los países desarrollados esperar mantenerse y mucho menos mantener su liderazgo y sus estándares de vida». Mi actividad profesional me permite comprobar a diario que seguimos estando a años luz de donde deberíamos y esta misma impresión la comparten las personas con las que trabajamos en OPTIMA LAB cuando nos paramos a reflexionar sobre los cambios ocurridos en la naturaleza del trabajo en las últimas décadas y la escasa adaptación a los mismos que ha tenido lugar hasta ahora.

La ciencia cognitiva – me refiero a ciencia «de verdad», basada en el «metodo científico» y no en el «yoísmo científico» – arroja constantemente nueva información sobre los factores que condicionan el rendimiento humano. Los medios están ahí y el camino está claro. Si eres profesional del conocimiento tienes el deber y la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico y exigir rigor científico a tus fuentes. Pero, sobre todo, tienes que pensar. Como decía una pintada en la cafetería de la facultad de Sociología: «Atrévete. Pensar es peligroso».

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