Revista Cultura y Ocio

Efecto mariposa en Madrid

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

10:15 Dr. Zabala

El hombre llega al aeropuerto de Madrid Barajas en el vuelo 3006 de Iberia, procedente de San José, con un retraso de más de una hora sobre el horario previsto. A pesar de la contrariedad, sonríe mientras avanza por los largos corredores de la terminal. No necesita bajar a la sala de equipajes porque sólo lleva una pequeña maleta de cabina que arrastra tras de sí: ese tiempo que se ahorra. Tampoco lo hace perder la sonrisa la larga cola de acceso a la ventanilla de migración, que avanza con la lentitud de una tortuga mientras que, en otras filas, los ciudadanos de la Unión apenas esperan un par de minutos antes de ser atendidos. Por fin alcanza la ventanilla y, tras un somero interrogatorio en el que debe mostrar la reserva de un hotel por los días de estancia en el país, dinero suficiente y el billete de vuelta, le sellan el pasaporte y le permiten pasar.

10:17 don Benigno

Esta mañana no estaba en vena y se me ha resistido el damero, dice en voz alta el hombre mientras engancha el mosquetón de la correa en la argolla del collar, o es que el de hoy era más difícil, que también puede ser. Abre la puerta y sale al rellano de la escalera con el perro tirando de él. Tienes ganas, jodío. Baja los dos tramos de escalera apoyándose en el pasamanos –ya no es ningún chaval–, cruza el portal y sale a la calle. El buldog francés jala con fuerza, acera adelante, buscando el parquecito enarenado donde siempre hacen la primera parada, y le cuesta retenerlo.

10:20 Avelino

El empleado de Aceitunas y encurtidos La Serrana, s.l., gira el volante de la furgoneta de reparto para abandonar La Castellana a la altura de la plaza de Castilla. En Mateo Inurria hay que estar espabilado con los carriles, porque el de la izquierda se reserva, en algunos cruces, exclusivamente para girar; por lo demás, los semáforos están sincronizados y pisándole un poco se pillan todos en verde. Lleva hechas cuatro entregas de doce, o sea, un tercio; para ser más exactos, calcula, el treinta y tres coma tres, tres, tres, tres por ciento, y así hasta el infinito; pero lo que no me quita nadie, piensa, es que van cuatro. Y con la próxima, cinco. Y una más, serán seis, vamos, la mitad cabal, y no son ni las diez y media. Vamos bien, chavalote, vamos bien.

10:40. José Luis

Ha tenido un mal día. Lleva al volante del vehículo desde las seis de la mañana y ha hecho muy poca caja. Espera poder hacer un par de buenos trayectos para no dar la jornada por perdida, por eso se acercó a la terminal cuatro de Barajas. Pero tras una hora larga de inactividad aún tiene varias filas de taxis por delante. Se aburre. Ya ha charlado con un par de conocidos de gremio y ha hojeado durante un buen rato el ejemplar del Marca que yace abandonado en el asiento del copiloto. Eso lo ha puesto de peor humor. En realidad su mal día comenzó ayer, cuando el Sporting de Gijón le fastidió, a última hora, la quiniela de catorce que tenían echada en la peña. Trece aciertos no es lo mismo. A repartir entre ocho no da ni para unas cañas.

10:44 Dr. Zabala

El hombre se detiene en el amplio vestíbulo de la terminal cuatro, carente de cualquier tipo de asiento, sillón o banqueta, y permanece, por tanto, de pie mientas activa su teléfono móvil y hace una llamada para avisar del retraso y comunicar una hueva hora estimada a la que iniciar el evento.

10:45 Margaret

Una mujer joven sale del hotel Vetonia. Va bien vestida y parece segura e sí misma. Lleva un pequeño bolso colgado de su hombro izquierdo y un maletín de cuero en la mano derecha. Se acerca a un vehículo de estilizadas líneas, aparcado en la puerta del hotel (sólo clientes), y al tiempo que se iluminan los pilotos de apertura, recibe una llamada en su móvil. Para atenderla debe pasarse el maletín a la mano izquierda y rebuscar en su bolso con la derecha. Alguien debe tener cosas que decir, pues durante toda la conversación apenas responde con monosílabos al tiempo que cabecea involuntariamente. Cuando cuelga, mira la hora en la pantalla del teléfono. Duda durante unos instantes si subir o no al vehículo, pero finalmente lo vuelve a cerrar con una suave pulsación del pequeño artilugio. Se aleja del vehículo y decide pasear. Avanza un par de manzanas por la calle Serrano y gira a su izquierda para subir por Hermosilla, sombreada a esas horas.

10:55 José Luis

Un hombre atraviesa las puertas automáticas y sale al exterior del aeropuerto. Detiene el taxi, se sube en él y le indica una dirección del centro, en la zona del barrio de Salamanca. No es un mal trayecto, pero podía haber sido mejor. Se meterá pronto por Príncipe de Vergara, a ver si hay suerte y el tráfico está pesado. El pasajero habla un español de Latinoamérica, aunque algo raro, pronunciando mal las erres. Comentan cuatro trivialidades, que si el calor, que ya está aquí, que si le gusta Madrid, que si la crisis, tras lo cual se replegó en un silencio distanciador. Por el retrovisor lo ve exhibir una sonrisa autosuficiente que le toca bastante los cojones. En realidad, lo que todavía se los toca es la mala suerte de ayer. Mira que encajar un gol en el descuento, un churro de gol, además. Hay que joderse.

10:55 Raúl

En un bar de la calle Claudio Coello están sacando las mesas a la acera, extendiendo las sombrillas y habilitando la terraza. Con una bayeta de color sospechoso, el camarero limpia la superficie de las mesas, los asientos de sillas y, de paso, se la pasa por la cara para refrescarse la ideas. Anoche, al cerrar, salió con los amigos y se quedaron hasta tarde celebrando la victoria in extremis del Atleti, como quien dice, sobre el pitido final. Se cogió una buena cogorza y esta mañana no está muy fino. De buena gana se habría quedado en casa, pero ya ha faltado un par de días en lo que va de mes y no quiere perder este curro.


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