Revista Empresa

efemérides

Publicado el 24 noviembre 2012 por Bitacorarh

efemérides

todo, absolutamente todo tiene fecha de caducidad. Las cosas vienen para irse, su tiempo siempre es limitado. Piensa en algo que permanezca eternamente... seguro que no te resulta sencillo encontrar algo, simplemente porque no hay nada.

Nuestro tiempo es un préstamo, es algo que nos pertenece sólo en parte y que fuerzas mucho más grandes que nosotros mismos deciden donde empiezan y terminan las cosas. Nacemos y morimos y eso hace que todo sea efímero. 

 

Creo que nadie puede discutir lo pasajero de nuestra existencia, lo que ocurre es que esto es algo que no solemos pensar y que por lo tanto olvidamos con cierta asiduidad a la hora de vivir. La rutina del día a día hace que nos olvidemos que estamos de paso, que todo está de paso. ¿Y por qué hablo de lo pasajero?, pues porque simplemente tengo la sensación de que últimamente me encuentro con demasiados casos en los que olvidamos esta ley universal inmutable. Olvidar este echo ha cogido a muchas personas con el pie cambiado, viviendo la ilusión de que las cosas duran tanto tiempo como nosotros queramos.

 

Las empresas no son una excepción y también disfrutan de un tiempo limitado, no existen eternamente, y visto lo visto, la esperanza de vida de las mismas se reduce cada día un poquito más. Resulta paradigmático, mientras que el ser humano no deja de incrementar su esperanza de vida, las empresas no encuentran la manera de sumarse años. Esta nueva realidad nos “obliga” a vivir cada día cambios más rápidos y profundos, lo que antes era una hecho: empresas para toda la vida; ahora es una especie en peligro de extinción. 

 

Al vivir nosotros más tiempo que la gran mayoría de las organizaciones se produce un hecho curioso: cada vez nos veremos más forzados a cambiar de trabajo, algo que puede ser ajeno a nuestro voluntad pero donde la realidad manda. Es precisamente esta realidad la que nos obliga a cambiar el chip acerca de cómo afrontar nuestra nueva vida laboral. Nuestras vidas y las de las empresas son pasajeras pero con tiempos diferentes. En el pasado, la esperanza de vida de ambas era similar, pero hoy el hombre le gana en años a la empresa. Estamos en tiempos fugaces, vivimos en un sistema que cada día va más rápido, y esa velocidad provoca que el cambio llegue antes. Éste está aquí para quedarse y toca hablar de él como un elemento permanente del paisaje.

 

Debemos adaptar nuestra forma de interpretar el futuro, básicamente porque éste ha cambiado. Ya no podemos pensar en él en términos de estabilidad, ahora los obstáculos que nos separan de nuestros objetivos futuros no dejan de moverse, cuando antes eran estáticos como piedras. 

Ese modelo del pasado, en el que las empresas nos protegían hasta que lo hacía el Estado, no puede sobrevivir en un mundo donde las reglas se modifican para adaptarse a cada nuevo paso. Debemos ser nosotros los que cambiemos el modo de ver y afrontar los obstáculos, porque si esperamos a que alguien lo haga por nosotros vamos listos. 

La flexibilidad ha dejado de ser una característica deseable para convertirse en una necesidad básica. De nada valen modelos educativos que sólo enseñen a hacer y prohiban pensar. Ahora hay tantas formas de hacer las cosas que sólo la capacidad de pensar nos puede ayudar a leer lo que hay delante de nuestros ojos. 

 

Para pensar hay que ayudar a la gente a que tenga pensamiento propio, de nada vale imponer formas de ver las cosas que pronto caducan en este mundo efímero. Deberíamos dejar de hacernos las mismas preguntas, pensar nuevas respuestas, y quizás entonces entenderíamos ese slalom móvil que ahora se intuye en el futuro de una vida pasajera. Es tiempo de oportunidades para los avezados que antes comprendan esta nueva realidad, es momento de cambiar y está clarísimo que la responsabilidad es tuya.


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