Los beneficiarios del golpe de estado que derrocó a Mohamed Morsi, democráticamente elegido presidente hace un año, son las clases medias de comerciantes e industriales que iban a la ruina, como el país al hambre, los laicistas ilustrados, los sunitas menos fanáticos, los chiítas, los cristianos coptos, el dictador sirio Bashar al-Asssad, y también Israel.
Pierden los Hermanos Musulmanes, y sus ramas extendidas por todo el mundo, en occidente frecuentemente secretas, el terrorismo de Hamas, Al-Qaeda, el wahabismo saudita y, quizás, Barak Obama.
La soberbia de Morsi, amparada en su elección le llevó a proteger el salafismo más agresivo, que aterrorizaba a chiitas y coptos, sometidos aceleradamente a secuestros y violaciones de mujeres, asesinatos, acoso y allanamiento a sus mezquitas e iglesias.
Con esa soberbia “democrática” nombró la semana pasada gobernador del turístico Luxor a Adel al-Jayat, dirigente del grupo terrorista Gamá Islamiya, que asesinó allí a 62 turistas en 1997, y responsable también del asesinato del presidente Anwar el-Sadat en 1981: el turismo, veinte por ciento de las divisas, estaba ya huyendo.
Morsi, nuestro “islamista moderado”, se había vuelto ciego, seguramente porque lo apoyaba Obama, que le ordenó a su embajadora en Egipto, Ann W. Patterson, que le advirtiera al Papa copto, Tawadros II, que los casi diez millones de cristianos no deberían unirse a las protestas contra el presidente.
Mientras, Obama reafirmaba su compromiso de ayudar a los aliados de Morsi en Siria, los insurgentes entre los que están Hamas, los Hermanos Musulmanes y Al-Qaeda.
La reacción al golpe militar egipcio del dictador sirio Bashar al-Assad fue proclamar que la caída de Morsi suponía “El hundimiento del islam político”.
Turquía, no, pero Europa, sí, prefiere los militares a los fanáticos islamistas. E Israel, al que Hamas juró destruir, también.
-----
SALAS
Puzzle Bobble
Karate Blazers
Puzzle De Bloques
Magical Cat Adventure