Si hay algo en que concuerdo totalmente con los egipcios es la filosofía que poseían respecto a la muerte, para ellos cada persona tenía un cuerpo físico y un “ka” (vida que continuaba luego de fallecer). En el mismo momento que nacía un faraón, se comenzaba a edificar su tumba (pirámide), no le hacían el quite, pues sabían que era un proceso que debían cumplir, y particularmente no les aterrorizaba.
El objetivo de la momificación era porque en algún momento el ka debía reunirse con un cuerpo en buen estado. Una vez ocurrido esto, la personalidad y el ka del fallecido se unían y hacían su viaje astral, en donde resucitaba como un espíritu y se vivía por siempre.
Para facilitar este viaje, en los muros interiores se grababan signos, dibujos y formulas. Además se depositaban todos sus tesoros, órganos en vasos canopos, y riquezas de las que fueron poseedores en su vida humana (papiros, estatuas, muebles, joyas e incluso alimentos que eran repuestos diariamente o dados de manera imaginaria través de rezos y enunciados)
Lamentablemente al cabo de un tiempo estas edificaciones eran completamente saqueadas, y a pesar de que los arquitectos ingeniaban cada vez nuevos laberintos, los ladrones eran expertos y la riqueza que ellas contenían irresistible.
Cuando ingresé a la pirámides debí bajar una improvisada escalera de madera, y una vez al interior me persiguió un beduino (habitante del desierto), quien con señas y sonidos trataba de traducirme los grabados y partes más destacadas.
A ellos claramente no les importa mucho la conservación y te alientan a tomar fotos (cosa que no hice porque me la quitaron a la entrada), y por otro hombre prácticamente fui tirada al sarcófago, en donde arrastrándome de espaldas como una culebra pude ver el grabado más importante que contenía el cielo de la tumba.
El techo de la pirámide está completamente tallado y lleno de colores que aún se conservan. Estrellas, paisajes llenos de vida, y sortilegios para ayudar al difunto a salir airoso cuando llegara la hora del juicio final (existe una recopilación de estos en “El libro de Los Muertos”).
Los más adorados
Si bien en nuestra cultura cuando hablamos de Egipto se nos viene a la cabeza Tutankamón y Cleopatra, para ellos estos personajes no son los principales. Primero, porque existieron más de 7 cleopatras y según ellos no era egipcia, sino griega. Segundo, porque Tutankamon murió a los 19 años de edad, solo estuvo nueve años en el reinado, y destacó más que nada por la cantidad de oro que poseía su tumba.
Ramsés II, Nefertari y Hatshepsut son los acreedores de las historias más famosas. Ramsés II fue uno de los faraones más célebres, quien gobernó unos 66 años. Catalogado como un guerrero debido a sus hazañas, y famoso por la gran cantidad de vestigios que se han encontrado de su reinado.
La bella Nefertari (por la que brilla el sol), era su esposa, pero a diferencia de las otras mujeres de faraones, tomó un puesto activo en las distintas campañas. Era tal el amor que le profesaba el rey, que le llegó íncluso a dedicar un templo, permitiendo que opacara a su propia madre.
Finalmente Hatshepsut fue una de las más ambiciosas y le arrebató el trono a su sobrino durante 22 años, autoproclamándose faraón. Entre sus curiosidades dicen que se hacía representar como a un hombre con barba, y que era tal su carisma que todo el pueblo la amaba.
A su muerte, su nombre fue borrado por Thutmosis III de todos los edificios y representaciones de Egipto, menos de los obeliscos, ya que en ellos se escribían mensajes dirigidos a Dios, y que hasta un rey de esta categoría tenía miedo de tocar…