Tenemos la tendencia a convertirnos en egocéntricos cuando huimos de Dios y queremos depender exclusivamente de nuestros recursos. Somos egocéntricos cuando creemos que no necesitamos de nadie y egoístas cuando no tomamos en cuenta a nadie en nuestros hogares. Por cierto, no adoramos nuestro ego, pero sí nos cuesta un tremendo trabajo pensar en nuestro cónyuge y sus necesidades. Le repito es indispensable arrepentirse y abandonar esa tendencia a pensar sólo en sus intereses y anhelos en vez de pensar en las metas y necesidades de toda su familia. Después del arrepentimiento es posible tener victoria y una vez vencido el pecado del egoísmo y cuando comenzamos a pensar en nuestros seres queridos, estamos dando gigantescos pasos para aprender a vivir con nuestras diferencias.

