Decía García Barbeito en su inconmensurable pregón que creía que San Fernando, San Leandro y San Isidoro en el escudo, reflejaban la misa de tres padres en el Vaticano de Nervión. Añadía, con una alegoría a la fe sevillista, que en su niñez se sabía de carrerilla el “Mut, Santín, Campanal, Valero…” mejor que el “Yo, pecador”. Rito, casi plegaría sevillista, le precedió una generación cuya oración profana enunciaba así a los campeones de Liga: “Bustos, Joaquín, Villalonga, Alconero, Félix, Eguiluz, López, Arza, Araújo, Herrera y Campos”.
Y ahí estaba él, Eguiluz, mártir sevillista que ascendió a la gloria con un ajuar de plata fina, forjado en los duros campos de los 40’s. Mártir porque desde la jornada 4 de aquella gloriosa temporada 45-46, en que tuvo un encontronazo con el madridista Juanete, la prensa de la capital, de su propia tierra, le hizo la vida imposible, pidieron su inhabilitación y le faltó para que le crucificaran en público juicio. Pero nunca, jamás de los jamases, se amedrentó, metió la pierna como buen centrocampista de raza, saltó a por cada balón y apretó los dientes.
Su labor, sorda pero imprescindible, fue pieza fundamental para traer la ilusión a Sevilla. Y hoy nos emplaza aquí, en las redes, ese tema tan en boga en estas fechas: el reparto de ilusión. El credo católico se encargó en su día de dar una explicación al porqué de nuestra presencia en el mundo, y ahí introdujo la filosofía del objetivo vital, todos estamos aquí para desempeñar una función. Si jugamos a filosofar no cabe la menor duda de cuál fue la tarea de Pedro Eguiluz Lamarca, el madrileño habría de ser en su vida un profeta de la ilusión.
Nacido en 1921, aspiró desde pequeño a ser mecánico de motocicletas, si bien fue otro el destino que le sobrevino, levantaría con el Sevilla FC la Liga del año 1946 y el Campeonato de España de 1948. No imaginaría él a sus 14 años, en 1935, y aún en Madrid, mientras le llegaban noticias de un Sevilla FC campeón, que una década después él sería parte de esa historia imborrable. No lo imaginaba él como tampoco nosotros podríamos imaginar que Eguiluz, ya por entonces, aparecía en la portada de los grandes periódicos de tirada nacional. ¿A qué se debe esto? Pues tiene fácil explicación: Pedro era alumno del ilustre colegio de San Ildefonso de Madrid, y como tal, fue niño cantor en el sorteo de la Lotería Nacional de Navidad durante tres años. El primero de ellos no subió al estrado, quedando como suplente, pero en 1935 le correspondió cantar los premios de la segunda tabla.
Heraldo de Madrid, 21 de diciembre de 1935
En aquella ocasión, narra el diario La Nación, tendría de compañeros a Rafael Concepción, cantor de número; Miguel Sanz, extractor de número; y Antonio Aparicio, extractor de premio. El periódico madrileño da además detalles de las cualidades vocales de nuestro futuro centrocampista:
“Perico tiene una voz de tiple que ya la quisieran muchas “vedettes””
“¡EL SEPTIMO!
Y el niño Pedro, que canta mejor que el “niño de Marchena” nos canta el
28.636”
Causa asombro que, a modo de premonición, el autor escribiera:
“¡Cuando yo decía que estos niños eran de la Liga! La tabla no ha podido ser más animada. “
¡Quién le iba a decir a ese periodista que era cierto! ¡Eguiluz llegó a ser un niño de la Liga! ¡Un campeón de Liga!
Tenga unas felices fiestas y muchísima suerte para el sorteo.