Sé que mi aportación a este tema no va a resultar significativa, y quizá sea completamente prescindible: como siempre, me falta tiempo, para escribir, para leer, para meditar, y acabo siempre llegando tarde a la noticia. No importa: hay suficientes artículos sobre los sucesos acaecidos en las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo y sobre lo que sucedió después -que he tratado de reflejar en mis últimos twits-, y quizá no sea necesario ir más allá. Pero la importancia del acontecimiento es tal que me siento en el deber de dar un pequeño apunte, aunque se pierda en el insondable mar del periodismo ciudadano y del mundo 2.0, tragado por olas mucho más altas que las mías.
Tras el 22M ha quedado lo suficiente claro para el o la que tenga oídos para oír y ojos para ver (algo no demasiado común, a despecho de las apariencias) que los movimientos sociales y políticos que persiguen la libertad, la igualdad y la fraternidad han triunfado; y lo han hecho porque han sabido erigirse por encima de sus diferencias, comprensibles e inevitables, y unirse en una reivindicación común (que ha tenido momentos verdaderamente emocionantes donde se ha palpado la solidaridad entre personas cuyo ideario vital no pasa por la codicia sin freno y el empoderamiento egoísta y explotador). Hemos triunfado como solo la verdad puede triunfar: limitada y brevemente, entre barricadas que acabarán por dejar de protegernos.
Y de hecho, el primer intento por derribar estas barricadas ya se ha realizado. Vinieron nuestros amigos, nuestros viejos conocidos de tantas manifestaciones, con sus capuchas y sus atuendos anarquista comprados en El Corte Inglés, con esa expresión de odio en sus facciones que no he visto en ninguno de mis compañer@s (a pesar de su justa indignación por la sistemática destrucción por parte del poder de todo lo que es bueno, bello, verdadero y justo, que cada vez estalla con más intensidad). Vinieron a la hora de siempre, tan incómodos como esa menstruación que ya esperas el día de tu cita más importante, y desde luego mucho más repugnantes y letales. Algunos (no lo dudo) sencillamente cumplirían órdenes: lo harían sin placer, obligados por sus circunstancias personales, aunque quizá también sin valor para oponerse. Otros, reclutados especialmente por sus jefes entre un elenco de candidatos que dejaría a los peores especimenes de Mentes criminales convertidos en unos auténticos angelitos, disfrutarían al hacerlo, como auténticos energúmenos. Pero, fuera como fuera, la verdad es que su representación de violencia extremista y su posterior represión de lo que ellos mismos habían provocado (no me peguéis, que soy compañero) proporcionó argumentos a todas los medios de desinformación del Sistema (o sea: a todos los medios de desinformación oficiales). Sus espadas crearon plumas, plumas fácilmente volteadas por el viento, pero que distraen, molestan, hacen dudar… Suficiente.
Pero ya lo esperábamos. Lo sabíamos. Sabíamos que el camino no es largo, sino infinito. Que la lucha nómada, la lucha de guerrillas, es la única posible para nosotr@s, pues nuestra fuerza está en saber cambiar, evolucionar, adaptarnos a las numerosas trampas del poder, tan peligrosas porque están también en nuestros corazones y ellos lo saben. Que no habrá descanso si queremos triunfar porque, en cuanto nos detengamos, ellos nos atraparán, como ya hemos estado atrapados tantos años, como aún lo estamos, entre las redes del miedo y la represión, sí, pero también entre las más insidiosas de la molicie. Bie, ya descansaremos cuando estemos muertos. Nadie dijo que sería fácil.
Pero os puedo asegurar que será muy divertido…