El inventor de este antiquísimo refrán no pudo prever los brutales despojos de que la Iglesia habia de ser víctima. Ahora son el periodista, el diputado, el orador del club, el predicador de plazuela, el tenor bufo, los que holgadamente yantan y cantan. En ninguna época de la historia habían valido una frase oratoria o un do de pecho lo que valen en estos felices tiempos del parlamentarismo y de la música estrepitosa. Es claro que el refrán habla con todo el que bajo cualquier concepto vive de su trabajo, y lo mismo es aplicable al pesetero voluntario de la libertad, que a la más encopetada prima dona. Los abades son ahora los únicos que por más que se desgañiten no yantan, por no consentirlo los progresos de la civilización y de la ciencia moderna.
El famoso Roque Guinart, uno de los más liberales patriotas de los tiempos antiguos, a pesar de los males que su perdición procuraban, volviéndose a los capitanes que habían caido en su poder, les dijo: "Vuesas mercedes, señores capitanes, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora Regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconducto que yo les daré, para que si topasen con otras de algunas escuadras mias, que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño, que no es mi intención de agraviar a soldados, ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales."
Entristecido Sancho al ver que Altisidora, a quien habia devuelto la vida, no le cumplía la palabra de darle las camisas, yendo y viniendo en esto, dijo á su amo: "En verdad, señor, que soy el más desgraciado médico que se debe de hallar en el mundo, en el cual hay físicos que con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulilla de algunas medicinas, que no las hace él, sino el boticario, y cátalo cantusado; y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite : pues yo les voto a tal, que si me traen a las manos otro algún enfermo, que antes que le cure me han de untar las mias, que el abad de donde canta yanta, y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo, para que yo la comunique con otros de bóbilis bóbilis."
He preferido la lección del primero de estos dos pasajes, en razón de ser en el dia la más usada, aparte de ser la de la Academia y de la Colección de Iriarte. Sin embargo, la lección del segundo pasaje, El abad de donde canta yanta, guarda más analogía con las de las colecciones del Marqués de Santillana, de Nuñez y de Vallés y con la del autor del Diálogo de las lenguas, que muy poco difieren entre sí, y son las siguientes:
-El abat donde canta, ende yanta.
-El abad donde canta, dende yanta.
-El abad de do canta, de allí yanta.
-El abad de donde canta, de allí yanta.
Que el operario es digno de su merced, además de consignarlo las Sagradas Escrituras, lo confirman de varias maneras multitud de refranes; v. g.:
-En esta vida caduca, el que no trabaja no manduca.
-Obra hecha dinero espera.
-No se dan palos de balde (dígalo Sagasta).
-La necesidad hace a la vieja trotar.
-Anda el hombre al trote por ganar su capote.
-Quien hace los mandados se coma los bocados.
-Cuando siembres, siembra trigo, que chícharos hacen ruido.
-No saques espinas donde no hay espigas.
La variedad de formas que este principio filosófico aplicado a la economía ha sugerido, la comprueban los refranes siguientes:
-Muchas candelillas hacen un cirio pascual.
-Quien una blanca no estima, de ciento no hará cima.
-Grano a grano hinche la gallina el papo.
-Un grano no hace granero, pero ayuda, a su compañero.
-Grano a grano allega para tu año.
-Sigue a la hormiga, si quieres vivir sin fatiga.
-Cada cabello hace sombra en el suelo.
-Las migajas del fardel a veces saben bien.
IMAGEN: EL COMERCIO
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