Una epidemia de abandono cayó sobre nuestra ciudad. Cada uno de los nuestros fue poco a poco perdiendo aquella seguridad que tenía en sí mismo. Abandonamos toda nuestra fuerza y toda nuestra pasión. Silenciamos nuestros deseos y todo aquello que nos daba vida y energía. Nos quedamos finalmente con un sentimiento de indefensión que nos acompaña desde entonces.
Pronto dejamos de creer en nosotros mismos. Dejamos de luchar y renunciamos a todos nuestros sueños, a todas nuestras ilusiones y a todos nuestros proyectos. Tiramos la toalla y cedimos el control para someternos, sin ninguna resistencia, a una realidad que ya no nos veíamos capaces de afrontar.
Cuando el abandono se instaló en nuestras vidas nos convertimos en seres sin alma. Personas sin esperanza que vivían sin rumbo y a la deriva en una ciudad que se desmoronaba. Una ciudad gris donde ya nadie aspiraba a trabajar por un futuro mejor.