Revista Humor
Historia
Una leyenda sitúa la aparición del Abanico plegable en torno al siglo VII d. C., atribuye su invención a un obrero japonés llamado Tamba que tuvo la idea al observar las alas de un murciélago. Comfirma esta leyenda el hecho de que los primeros abanicos se llamaran “komori”, palabra que en japonés significa murciélago.
En Europa, el Abanico plegable aparece en el siglo XVI, a través de Portugal, que en aquella época mantenía una intensa actividad comercial con Oriente. Aunque según recientes estudios se cree que los primeros abanicos plegables fueron introducidos en Europa por los Jesuítas.
Catalina de Médicis los introdujo en Francia. En la corte de Enrique III, tomando como ejemplo el Rey que los utilizaba se hicieron muy populares.
La representación pictórica del abanico no se hace esperar, y uno de los primeros ejemplos, podemos verlo en el Retrato de la Infanta Juana de Austria, de Antonio Moro (1519-1576), convirtiéndose desde entonces en un objeto habitual en los retratos femeninos.
En los siglos XVII y XVIII el abanico plegable alcanza una gran difusión, especialmente en Italia, Francia, España e Inglaterra, pasando a ser un instrumento de distinción, elegancia y coquetería femenina; siendo, en opinión de Isabel I de Inglaterra, el único regalo que podía aceptar una reina. Esta soberana poseía una gran colección de abanicos, al igual que la reina Cristina de Suecia e Isabel de Farnesio (segunda mujer de Felipe V), llegando esta última a reunir 1636 ejemplares diferentes. La también reina de Suecia Luisa Ulrick, llegó a fundar en 1774 una Orden del Abanico para las damas de su corte.
Desde mediados del siglo XVII el abanico es ya un objeto de moda, generalizándose su uso entre las mujeres de todas las condiciones en la centuria siguiente. En esta época, se convierte en un complemento femenino imprescindible, utilizándose, además de su función original, para ocultar o mostrar emociones, de ahí que Moliere lo denomine “biombo del pudor”.
En el siglo XVIII se instaló en España el artesano francés Eugenio Prost bajo la protección del conde de Floridablanca convirtiendo a España en uno de los principales productores del mundo rivalizando con franceses e italianos. Ese mismo siglo se crea el Gremio de Abaniqueros y a principios del siglo XIX se funda la Real Fábrica de Abanicos. En un principio, el abanico fue de uso tanto del género femenino como masculino, llevando los hombres pequeños ejemplares en el bolsillo. Sin embargo, su utilización se vuelve exclusiva de las damas a principios del siglo XX llegando hasta nuestros días. Al parecer estas llegaron a ser tan diestras en el uso de este artefacto que llegaron a inventar todo un "lenguaje del abanico".
El lenguaje del abanico
Existe una compleja terminología conocida como campiología para estudiar el lenguaje del abanico en función de la orientación del abanico y la forma de sujetarlo, pero aquí vamos a dar las posiciones que eran más conocidas, sin adentrarnos en complejos estudios sobre el tema.
Durante el siglo XIX y principios del XX, el abanico se constituyó como un instrumento de comunicación ideal en un momento en el que la libertad de expresión de las mujeres estaba totalmente restringida.
Los principales gestos y sus correspondientes significados que configuraron lo que se llamó el lenguaje del abanico son:
Sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro: Sígame.
Sostenerlo con la mano izquierda delante del rostro: Busco conocimiento.
Mantenerlo en la oreja izquierda: Quiero que me dejes en paz.
Dejarlo deslizar sobre la frente: Has cambiado.
Moverlo con la mano izquierda: Nos observan.
Arrojarlo con la mano: Te odio.
Moverlo con la mano derecha: Quiero a otro.
Dejarlo deslizar sobre la mejilla: Te quiero.
Presentarlo cerrado: ¿Me quieres?
Dejarlo deslizar sobre los ojos: Vete, por favor.
Tocar con el dedo el borde: Quiero hablar contigo.
Apoyarlo sobre la mejilla derecha: Sí.
Apoyarlo sobre la mejilla izquierda: No.
Abrirlo y cerrarlo: Eres cruel.
Dejarlo colgando: Seguiremos siendo amigos.
Abanicarse despacio: Estoy casada.
Abanicarse deprisa: Estoy prometida.
Apoyar el abanico en los labios: Bésame.
Abrirlo despacio: Espérame.
Abrirlo con la mano izquierda: Ven y habla conmigo.
Golpearlo, cerrado, sobre la mano izquierda: Escríbeme.
Semicerrarlo en la derecha y sobre la izquierda: No puedo.
Abierto tapando la boca: Estoy sola.
Taparse el sol con el abanico: Eres feo.
Pasar el dedo indice por las varillas: Tenemos que hablar.
Retirar el cabello de la frente: No me olvides.
Entrar a la casa cerrando el abanico: Hoy no saldré de casa.
Si se golpea un objeto cualquiera: Estoy impaciente.