Revista Cultura y Ocio
En ocasiones, nuestros miedos y nuestras dudas se alían para erosionar la calma sedante en la que creíamos vivir. Navegantes por un mar tranquilo, en el que las galernas y los maremotos habían decidido respetarnos, de pronto nos vemos sacudidos por un oleaje que desarbola nuestra nave y nos provoca un atroz naufragio. Así le ocurre al joven sacerdote que protagoniza la última novela de Manuel Moyano, publicada por la editorial palentina Menoscuarto con el título de El abismo verde.Resumir su argumento sería fácil y probablemente serviría para que muchos lectores se sintieran de inmediato tentados de buscar el libro, pero me abstendré de recurrir a ese reclamo. Digamos simplemente que tenemos a dos europeos (un alemán y un español) situados entre las localidades selváticas de Mapucho y Agaré, en el continente americano. Digamos que están rodeados por una masa de indígenas embrutecidos por el alcohol de caña. Digamos que a unos seis kilómetros de allí se pueden visitar las ruinas de una ciudad maya o inca. Y digamos, en fin, que por los agujeros de sus muros erosionados aparecen, al oscurecer, unas criaturas deformes, de sexo femenino y apariencia humana pero sin pigmentación en la piel, que provocan tanto estupor como repugnancia.Ya está. Dejémoslo en ese punto. El lector de Manuel Moyano no necesita más para saber qué maravillas va a encontrarse en las páginas de esta novela, que lleva una preciosa imagen de portada de Francisco Anzola y que investiga en territorios tan variopintos y sugerentes como el horror, la fe religiosa, la atracción sexual, la desesperanza, la ansiedad, el desconcierto o la furia.Tres elementos se combinan para convertir el volumen en una pieza codiciable: de un lado, esa trama poderosa que he insinuado y que alcanza límites inauditos en varias secuencias del relato; de otro, los convincentes perfiles psicológicos que el autor elabora con los personajes principales (el dipsómano Lavinger, el sinuoso Montesinos y el atormentado sacerdote que nos narra la historia); y, por fin, una presentación formal de imposible mejora, donde la música sintáctica de Manuel Moyano, su cuidado a la hora de adjetivar y su finura semántica envuelven al lector hasta que llega al vértigo de la última página.Si es usted lector habitual de este prosista afincado en Molina de Segura, corra a hacerse con la obra, porque le aseguro que volverá a encontrarse con la magia que ya descubrió en sus libros anteriores. Si no lo es, acépteme el consejo y sumérjase en las aguas de este río: pasará al grupo anterior en cuestión de cinco minutos.