Revista Cultura y Ocio
Si tuviese que enumerar todas las circunstancias que convierten el último libro de Pedro Pujante (Murcia, 1976) en un volumen anómalo rebasaría con creces los límites de una reseña convencional. Afrontemos una de ellas, que puede servir como ejemplo y como indicio: el sustrato cultural sobre el que la novela se construye. El responsable de Ediciones Irreverentes, Miguel Ángel de Rus, utiliza en el prólogo la palabra metaliteratura, pero quizá la etiqueta se quede pequeña. El narrador, mucho más minucioso a la hora de explicar sus mecanismos mentales y fabuladores, nos alerta en la página 49: «Imagino mi existir como una combinación de lecturas. Como un entramado intertextual. [...] Como hipertextos a los que accedo de forma ocasional y arbitraria». Pero es que, si nos ceñimos a un recuento superficial descubriremos que Pedro Pujante cita en las ciento veinte páginas del libro más de ochenta nombres, entre escritores y filósofos: desde el griego Homero hasta la poeta murciana Vega Cerezo. Y quizá en este punto algunos lectores se estén preguntando ya por la rareza de que una obra novelística incluya ese monto erudito, cuando tantas otras lo hacen. No seré yo quien discuta ese juicio, pero aclararé que El absurdo fin de la realidad es una novela de ciencia-ficción. Y convendremos en que este tipo de obras no se caracterizan por tal despliegue.Y es que Pedro Pujante, atrevido, lúdico, moviéndose a contracorriente, ha optado por irrumpir en el panorama de la ciencia ficción con un libro nada previsible, cuyo argumento es tan curioso como sonriente: unos alienígenas se dirigen hacia el planeta Tierra y tienen previsto presentarse en un villorrio «del Mediterráneo» (p.32) para tomar contacto con la especie humana. En concreto, aterrizarán en «una insignificante pedanía de Murcia que basa su economía en el pimentón, las hortalizas y la cerveza» (p.44). El pueblo se llama Orentes y la expectación que la llegada de los visitantes ha generado ha sido tremenda desde que la NASA enviara un aviso a su alcalde pedáneo para que organizasen una fiesta de bienvenida acorde con la importancia del evento. Miles de turistas, atraídos por la novedad, están llenando los alrededores de tiendas de campaña y cámaras de fotos, circunstancia perturbadora para los habitantes de Orentes, que son 267 personas y una vaca.Pero de pronto, cuando todo parece estar dispuesto para la recepción, cuando el narrador de la historia dice tener casi ultimado su discurso (en el que quiere mezclar emoción y datos etnográficos), comienzan a producirse algunos hechos asombrosos: aparece un altísimo muro que aísla Orentes del resto de las poblaciones de su entorno; surgen por todos lados unas puertas extrañísimas que permiten realizar inauditos viajes de corto alcance (se quiere entrar en una despensa y se sale en un dormitorio ajeno o en la plaza pública); los relojes se detienen y comienzan a marcar el tiempo hacia atrás... ¿Qué es realmente lo que está pasando? ¿Cómo se explican estas anomalías?
Por difícil que resulte imaginarlo, Pedro Pujante consigue dar respuesta (y una respuesta, además, consistente) a todos los enigmas que han quedado insinuados arriba, conformando así una novela que, lejos de quedar coja o de abalanzarse hacia el absurdo, se cierra de un modo cabal. No es extraño que le otorgaran merecidamente el I Premio 451 de Novela de Ciencia Ficción.