Quim Monzó criticaba en La Vanguardia de hoy el abuso que se hace del PowerPoint. Incluso mencionaba un curioso partido político suizo que se llama Anti-PowerPoint.
Esta misma semana le aconsejaba a los directivos de una start-up por la que hemos apostado una serie de inversores business angels entre los que me encuentro, que no abusaran del PowerPoint. Que evitaran enfocar el primer encuentro con un cliente potencial en el uso y el abuso del citado programa, recurriendo a una presentación a un cliente aturdido al que no se le mira a los ojos y no se le deja tiempo para hablar y explicarse.
Hay que escuchar a los clientes y hay que mirarles a los ojos. Muy a menudo basta con una explicación oral de tipo general para decir lo más importante, y luego hay que dejar que el cliente nos oriente, hay que dejarlo que hable, que explique en lineas generales qué piensa de lo que le hemos explicado.
El PowerPoint atiborra a los clientes. Y lo que es peor, a menudo no permite separar el grano de la paja. ¡O es sólo paja! Hay quien cree que una presentación es mejor si tiene muchos gráficos, muchos colores y muchas páginas. Y páginas atiborradas de mensajes. Y no es así. Menos es más. Hay que dejar lo esencial. Hay que hacer un esfuerzo de síntesis.