El Milan de Sacchi fue un equipo imparable que en cuatro fantásticos años logró revolucionar el mundo del fútbol con un sistema y un modelo de juego propio que le propició un montón de récords y títulos y le llevó a ser considerado uno de los mejores equipos de la historia del fútbol.
El origen de este gran AC Milan hay que encontrarlo en la llegada de Silvio Berlusconi al club el 20 de febrero de 1986. Tras una etapa previa gris marcada por escándalos, malos resultados (incluso descensos a la Serie B) y una pobre imagen, la llegada del “Il Cavalliere” a la presidencia iba a marcar un punto de inflexión. Sus grandes inversiones y su afán por conquistar Italia y Europa iban a acabar por transformar la estructura del AC Milan.
El AC Milan de Sacchi y los holandeses, historia del fútbol
Si bien es cierto que su primera temporada 86-87 al frente de la entidad “rossonera” la iba a completar de una forma muy digna, iba a ser esta campaña donde iba a encontrar la poción mágica para cumplir sus deseos. En una eliminatoria contra el Parma, el AC Milan iba a ser sorprendido por el equipo parmesano entrenado por un entonces semidesconocido Arrigo Sacchi. La imagen causada por el cuadro de Sacchi iba a ser tan positiva, que sorprendido por su concepto de fútbol, Berlusconi iba a mandar fichar al gran Arrigo para la siguiente campaña. De hecho, dice la leyenda que una vez acabado preguntó qué quién era aquel entrenador calvo. Y una vez contestada la pregunta, respondió: lo quiero.
El aterrizaje de Sacchi se juntaba con la llegada de varios holandeses de nivel: Marco Van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard, el tridente de oro tulipán, que venia a complementar un once inicial donde figuraban los defensas Baresi, Paolo Maldini, Tassoti y Costacurta, y los medios Donadoni o Carlo Ancelotti entre otros, además de atacantes del nivel de Daniele Massaro o Virdis.
El inicio de un equipo de leyenda
Juntadas la ganas de comer y el hambre de títulos el resultado fue inmediato: el Scudetto de la temporada 87-88 y la Supercopa Italiana. Todo ello, delante de un Nápoles que encabezado por Diego Armando Maradona ponía las cosas muy difíciles.
A pesar del tremendo éxito deportivo obtenido, lo sobresaliente era la forma de lograrlo. Con un sistema innovador, basado en una defensa en zona, ocupación de espacios y una presión asfixiante adelantada, Sacchi había conseguido romper el tradicional catenaccio italiano. Pero sobre todo, había conseguido cambiar las costumbre de los futbolistas: el tradicional entrenamiento de los equipos era sustituido por jornadas de doble sesión con cuatro horas destinadas a ejercicios físicos y de pelota, y otras cuatro destinadas a mejorar el aspecto táctico.
Además, el equipo era controlado en una ciudad deportiva, Milanello, donde los jugadores trabajaban con pesas en el gimnasio y era vigilada de forma pormenorizada su alimentación. La cuestión era vivir por y para el fútbol. Convertirlo en una obsesión.
El Milan de Sacchi, el azote de la Quinta del Buitre
Fruto de ese intenso trabajo, el equipo iba a ganar dos Copas de Europa seguidas. La primera en 1989, ganando en el Camp Nou al Steaua de Bucarest de George Hagi por un contundente 4-0. Pero más que la final, lo que impresionó fue el espectacular camino seguido para alcanzar el título, y más en especial, la antológica semifinal contra el Real Madrid, donde los italianos iban a endosar una manita a la Quinta del Buitre.
La segunda, también iba a cobrarse como víctima al Madrid, en esta ocasión en octavos, Además, el equipo iba a eliminar en cuartos al KV Mechelen belga, al Bayern de Munich en semifinales, y en la gran final de Viena al Benfica con gol de Rijkaard. Las dos Copas de Europa se remataban con dos Supercopas de Europa ante el Barcelona y la Sampdoria y dos Intercontinentales ante el Olimpia de Paraguay.
Solo Italia, donde un gran Diego Armando Maradona primero y una genial Sampdoria resistió al empuje de un equipo que pasará a la historia por aquellas imágenes donde se podía observar como todos los jugadores se desplazaban en conjunto y al mismo tiempo en la dirección del balón, bajaban y subían, no solamente todos juntos, sino permaneciendo a la misma distancia unos de otros, sin perder más de un metro.
Sacchi dimitiría finalmente en 1991 para hacerse cargo de la selección. Su sustituto Fabio Capello conseguiría mantener al equipo en la élite con una temporada 91-92 genial donde el equipo acabo el Scudetto invicto. Capello, gran entrenador, dejó una imagen exitosa, pero nunca pudo obviar el papel de Sacchi y de aquella máquina de eficacia temible, que emularían luego muchos otros equipos.