En El acto de leer: teoría del efecto estético, el texto aparece como "correlato de la conciencia del lector"[1] La fenomenología propuesta por Iser se postula a través del análisis de la lectura que funciona, paralelamente, a procesos de conciencia generadoras de ese esfuerzo cognoscitivo conocido como "comprensión". Los estudios literarios se transforman en un esfuerzo creativo de la recepción que se abre hacia el sentido del texto como una totalidad, es decir, un trabajo en conjunto entre autor y lector; entre lo dicho, lo señalado y la interpretación. La teoría de Iser no sólo propone una fenomenología gráfica que extrae los elementos del texto como si se conformara un rompecabezas, lo que logra es gestar una preocupación por lo otro a partir del sí-mismo[2].
A la hora de considerar una obra literaria, no solamente se debe tener en cuenta el texto en sí como obra, sino también, los actos con los que nos enfrentamos al texto. El texto como tal, le ofrece al lector diversas visiones en las que el tema de una obra puede salir a la luz, pero su verdadera manifestación es un acto concretizado, es decir, la obra literaria tiene dos extremos: el estético que es lo concreto llevado de la mano del lector y el artístico cuyo texto es creado por el autor. La obra del autor es más que solo texto, este texto toma vida cuando se concretiza con un lector.
Aproximadamente a partir del siglo XII aparece una forma de lectura nueva llamada la "escolástica". Este contexto coincide con el nacimiento de las primeras universidades que eran instituciones medievales orientadas al conocimiento ligado a la teología. La técnica escolástica renovó por completo la manera en la que se leía y entendía un texto, y perduró hasta finales de la Edad Media, justo antes de la llegada del Renacimiento. Lo que la escolástica proponía era que los textos no solamente debían ser leídos sino también entendidos; que el conocimiento y la formación eran posibles a través de la lectura de los libros adecuados. La primera etapa de la lectura escolástica tenía como protagonistas a la fe y la razón, pero siempre la razón era la que se subordinaba a la fe: el aprendizaje estaba condicionado a los textos sagrados; sin embargo, el método escolástico fue teniendo cambios a lo largo de los años, hasta que en su última etapa se puede apreciar una separación total entre la fe y la razón, una distinción absoluta de la teología y la filosofía en cuanto a sus obvias diferencias.
De ahí en adelante, un libro no se abordaba de cualquier manera. [...] Era preciso que el lector pudiese encontrar con facilidad lo que buscaba en el libro, sin tener que hojear las páginas. Para responder a esa exigencia, se empezó por establecer divisiones, a marcar los párrafos, a dar títulos a los diferentes capítulos, y a establecer concordancias, índices de contenido y alfabéticos que facilitasen la consulta rápida de una obra y la localización de la documentación necesaria.[3]
La lectura se convierte en un proceso organizado más que en un acto deliberado. La organización del texto, la estructura gramatical y el sentido sintáctico del contenido pasan a ser algo fundamental para comprender lo que se lee. La necesidad de acceder al conocimiento era cada vez mayor y las limitaciones para lograrlo empezaban a disminuir, aunque se trató de un proceso lento que convivió durante mucho tiempo con la fe que era el principal elemento del Medioevo. Uno de los momentos fundamentales de la época escolástica medieval fue el surgimiento de los lectores de Aristóteles, a finales del siglo XII y durante todo el siglo XIII. Aunque los sacerdotes y los defensores de la escolástica ligada a la fe se empeñaron en no traducir por completo a Aristóteles, sino más bien en divulgar partes estratégicas para que los lectores tuviesen información sesgada, la llegada de Guillermo de Ockham cambió todo: este fue un prolífico traductor medieval que traducía textos del griego al latín, fue él quien tradujo a Aristóteles y quien puso en tensión a la fe en la doctrina escolástica. Con Guillermo de Ockham comienza la separación -o al menos la contraposición- entre filosofía y teología.
El personaje de Guillermo de Ockham es explorado en la película El nombre de la rosa (1986), basada en el libro homónimo del escritor italiano Umberto Eco (1932-2016). El protagonista de la película se llama Guillermo de Baskerville -claramente basado en Guillermo de Ockham y en referencia al libro El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle-. Guillermo de Baskerville es un fraile franciscano que es contratado para investigar la muerte de un monje de la abadía de la Orden de San Benito, en el siglo XIV; durante su trayecto, de Bakerville investiga la abadía, sus costumbres y, sobre todo, su tradición de conocimiento queda en evidencia: los monjes ocultaban libros que eran considerados prohibidos, paganos y herejes. Uno de los que se guardaba con mayor recelo era la Poética, de Aristóteles. Es aquí que nace el interés del protagonista por develar la información contenida en los libros y liberar el conocimiento. La película trata todo el tiempo el modelo escolástico, sus cambios y mutaciones y, sobre todo, la relación entre fe y razón que se fragmenta de a poco. Esta experiencia es muy similar a la que vivió Guillermo de Ockham durante su esfuerzo por traducir y difundir los textos de Aristóteles. La escolástica fue un modelo de lectura y acceso al conocimiento que no se mantuvo intacto, sino que mutó hasta que ya no pudo hacerlo más. El conocimiento, considerado hereje, fue liberado de manera paulatina; así como Guillermo de Ockham, los lectores e investigadores tenían cada vez un empeño mayor en conocer lo que les había sido negado hasta entonces, y es así que la razón poco a poco deja de estar subordinada a la fe o, al menos, comienzan a poder ser pensada de manera separada.
En el acto de leer cabe comentar, además, los inicios de la lectura para los romanos. Este modelo de lectura supone un modelo de lectura distinto al método de lectura moderno. Leer un libro era leer un rollo hasta, aproximadamente, el siglo III d. C. Este rollo contenía una parte de la totalidad de un texto y la manera en que se leía era sosteniendo el rollo con la mano derecha, desenrollándolo con la mano izquierda mientras se lo leía para que, finalmente, quedase enrollado otra vez en la mano opuesta a la inicial. Un texto podía estar escrito en un solo rollo o también podía estar disperso en varios rollos que formaban la totalidad. Esta experiencia de lectura suponía prácticas distintas a las que nacen posteriormente: implica un acto de leer diferente.
Aunque tanto la lectura del rollo como la lectura moderna parecen implicar una relación similar en cuanto a la fisiología del lector, hay varias diferencias que cambian por completo el sentido de la lectura. Uno de ellos es, como era de esperarse, la lectura en voz alta; los rollos se leían generalmente en voz alta, era incluso común que hubiese oidores mientras alguien leía. Esto implicaba un uso diferente del ojo, el oído y la boca en torno a la lectura que el que se les da en la modernidad. Otra diferencia fundamental es el espacio que ocupaba un rollo, ya que como debían ser manipulados por las manos, no eran tan grandes, por lo que el espacio delimita la experiencia lectora, la vuelve breve, la convierte en un acto rápido donde las letras de un rollo tendrán intensidades y provocarán afectos distintos a los de otro rollo, incluso si ambos forman parte de un mismo texto.
EI aprendizaje se hacía en voz alta, y mientras la voz pronunciaba las palabras ya leídas, los ojos debían mirar las palabras siguientes, [...] operación dificilísima, pues requería [...] "un desdoblamiento de la atención". Cuando la lectura era ya segura y desenvuelta, la mirada era más rápida que la voz. Se trataba de una lectura visual y vocal a la vez. La expresión elogiosa de Petronio librum ab oculo legit referida a un esclavo lector alude a esta capacidad del ojo experto en descifrar inmediatamente la escritura.[4]
De esta manera, la lectura no era un acto deliberado sino una experiencia que se enseñaba y se aprendía. Otra condición del acto de la lectura es que parece ser muy similar al de la lectura que se hace de una partitura musical, ya que tanto el cuerpo como el soporte del texto implican una lectura rápida, ágil y con una fuerte conexión entre el ojo, la boca y el oído. Parecería mucho aseverar que los rollos de papiro son una forma muy arcaica de una escritura casi musical; sin embargo, lo que es innegable es que la experiencia de lectura resultante de ellos se parece más a la lectura de la música que a la de los textos de literatura modernos. Esto implicaba un mayor esfuerzo al momento de leer; los órganos del cuerpo se conectaban de tal manera que la lectura suponía también una práctica beneficiosa para la salud del lector. Además, el cuerpo en sí mismo experimentaba casi que un performance en el que los gestos se mezclaban unos con otros para ofrecer una experiencia absolutamente corporal, física, fisiológica:
Del esfuerzo que a veces requería la lectura en voz alta da testimonio la terapia del ritmo, que se refiere a la lectura como uno de los ejercicios físicos beneficiosos para la salud [...] De este modo, se puede explicar el motivo iconográfico frecuente en el caso de la lectura de los rollos de la "lectura interrumpida": esta se interrumpía [...] también para dejar libre una mano y destacar con mayor gestualidad algunos momentos. La voz y el gesto daban a la lectura el carácter de una performance[5].
La experiencia de lectura de los rollos era distinta a la lectura moderna en la medida en que tanto el cuerpo como el espacio del papel propiciaban una velocidad, un ritmo y un uso del cuerpo distinto. Esta forma arcaica de lectura seguramente no ha desaparecido del todo, sino que se la puede ver apareciendo en pequeños gestos, como lo son la lectura de partituras. Es interesante ver cómo el rollo de papiro predisponía afectos distintos al momento de leerlo, como si el rollo y el cuerpo crearan un tiempo-espacio distinto y único que nacía y moría con cada lectura de un rollo.
Para Roland Barthes, la lectura es otra forma de escritura. En su ensayo "Escribir la lectura", Barthes comenta que, como el estudio de la literatura se ha enfocado siempre en el autor, el papel del lector en la experiencia de lectura ha sido desplazado, aunque este pudiese ofrecer un análisis más interesante y con más posibilidades. Barthes también nos dice que siempre que leemos no solamente realizamos la lectura del texto, sino que también llevamos a cabo una escritura a partir de él. Esta teoría sobre la lectura nunca había sido propuesta, precisamente porque la crítica literaria nace enfocada en el autor -por qué escribió su obra, qué quiso decir, en qué contexto escribe, etcétera-. Lo que se intenta plantear ahora es que el lector le da sentido al texto, que las palabras de un texto se reescriben cada vez que son leídas.
Barthes es el primero en proponer que la lectura siempre supone una escritura, que ambas aparecen casi simultáneamente. Este proceso de lectura-escritura nace, sin embargo, en un momento específico del acto de leer: cuando el lector levanta la cabeza. Barthes admite que "levantar la cabeza" es un gesto irrespetuoso porque, después de todo, marca una interrupción en la lectura; sin embargo, es también el momento en que el lector aterriza en todo lo que ha leído y reescribe el texto que ahora le pertenece también a él. De esta manera, el acto que parece ser irrespetuoso se convierte en la posibilidad de generar un nuevo texto a partir de uno que parecía sagrado.
Asimismo, este nuevo texto, aclara Barthes, no se trata de un análisis de la obra ni mucho menos de un resumen o la descripción de sus elementos y personajes, sino que es simplemente el texto que se escribe en la cabeza del lector durante la experiencia de la lectura:
Tomando como referencia las primeras proezas de la cámara [...] lo que he intentado es filmar la lectura de Sarrasine en cámara lenta: el resultado, según creo, no es exactamente un análisis (yo no he intentado captar el secreto de este extraño texto) ni exactamente una imagen (creo que no me he proyectado en mí lectura; o, si ha sido así, lo ha sido a partir de un punto inconsciente situado mucho más acá de "mí mismo"). Entonces, ¿qué es S/Z? Un texto simplemente, el texto ese que escribimos en nuestra cabeza cada vez que la levantamos.[6]
Barthes explica que S/Z -su texto-lectura sobre Sarrasine, de Balzac- no es una explicación o análisis de la obra porque un texto-lectura nunca puede ser eso; se trata entonces de una afluencia de asociaciones, ideas, conexiones, afectos, es decir, aquello que nace en la cabeza de un lector cada vez que lee un texto. De la misma forma, toda experiencia de la lectura se escapa de la subjetividad -y de la objetividad-, pues es precisamente esta afluencia de asociaciones la que permite que un texto no nazca y no muera con el autor -ni siquiera con un lector-, sino que nazca y muera cada vez que es leído, cada vez que se "levanta la cabeza".
Quiero decir que toda lectura deriva de formas transindividuales: las asociaciones engendradas por la literalidad del texto [...] nunca son, por más que uno se empeñe, anárquicas [...] La más subjetiva de las lecturas que podamos imaginar nunca es otra cosa sino un juego realizado a partir de ciertas reglas. ¿Y de dónde proceden estas reglas? No del autor, por cierto, que lo único que hace es aplicarlas a su manera [...][7]
Las reglas a las que se refiere Barthes no las da ni el autor ni el lector, quizás ni siquiera el texto; simplemente están ahí y constituyen el episodio del que todos estos elementos forman parte. Es aquí que nace una teoría sobre la lectura: el lector también puede ser autor, es más, no es que pueda serlo: siempre lo es; y el nacimiento de este lector-autor se da siempre durante el que quizás sea el acto que más transgrede la lectura: levantar la cabeza. La lectura es, así, la posibilidad y la condición de la escritura.
Por otra parte, es importante mencionar la visión de Margit Frenk. Realiza un panorama de la lectura durante el Siglo de oro español, que transcurrió más o menos entre los siglos XVI y XVII, llegando a su decadencia -debido a la misma decadencia política de España- en el siglo XVIII. Esta era una época que nació junto con el Renacimiento; es decir, apenas la Edad Media estaba llegando a su fin y las formas de relación comenzaban a cambiar. La literatura, por ejemplo, estaba tomando otro rumbo a partir de la invención de la imprenta y su respectiva difusión. Los hábitos de lectura estaban cambiando, aunque algunos luchaban y resistían, como es el caso de la lectura en voz alta. Las imágenes que vemos de algunos libros del siglo XV y XVI, las marcas, apuntes y subrayados nos sitúan ante el instante mismo de su lectura. En muchas ocasiones, sabemos de quién se trata concretamente; en otras, ese lector queda en el anonimato, aunque sus huellas siguen ahí. Cabe preguntarse qué veían los humanistas que a nosotros nos pase desapercibido en esas fuentes del conocimiento.
Eco parte de la noción de que la relación entre la forma del signo y su contenido no está congelada, y que "el signo sólo puede ser conocido a través del significante y si el significado emerge sólo a través de una activa y perpetua sustitución del significante, la cadena semiótica parece ser simplemente una cadena de significantes"[8]. A partir de esto, formula una teoría que adelanta la idea de que la interpretación textual es polivocal. También afirma que la "cadena significante produce textos que llevan consigo el recuerdo de la intertextualidad que los nutre".[9]
Es en el siglo XV, ya terminando el Medioevo, que se pasa de una lectura oral a una lectura ocular: el órgano relacionado con la lectura ya no era la boca junto con el oído, sino que era el ojo. La lectura silenciosa cambia por completo la recepción del texto literario, la manera en la que se entiende e interpreta la literatura ya no es la misma. Sin embargo, durante el Siglo de oro español aún podía hablarse de una tradición de lectores-oyentes. Frenk explica que, en este momento de la historia, las obras llegaban al vulgo a través de las lecturas en voz alta, de textos enteros aprendidos de memoria. Esta forma de lectura permitía precisamente que sea el vulgo quien se apropie del texto, aunque estos pudiesen ser considerados difíciles de entender; este público, generalmente juzgado como ignorante, era el lector-oidor de la época, eran ellos quienes recitaban de memoria textos enteros porque esta suponía su experiencia de lectura. Aunque es necesario aclarar que esta lectura no era propia de esta clase social ni debe relacionársela a un público inculto, sino que más bien se trata de una experiencia de lectura colectiva. Para Eco, el texto crea un lector modelo capaz de actualizar los diversos contenidos de significado para decodificar los mundos posibles de la narración. Este lector llena las muchas lagunas del texto, que nunca es completamente explícito, utilizando desde una simple inferencia lingüística hasta un razonamiento deductivo más complejo que se aplica a toda la narración. Según Eco, surgen situaciones en las que "el lector, al identificar las estructuras profundas, suscita algo que el autor no pudo haber querido decir, y que el texto, sin embargo, parece evidenciar con absoluta claridad"[10] En este caso, la intención del lector se opone a la intención del texto y la intención del autor.
Hay que tener muy en cuenta cuán reciente era la invención de la imprenta y percatarse de que su rápido auge no pudo haber desterrado de la noche a la mañana los ancestrales hábitos de "consumo " de la literatura [...] Antes del siglo XV los textos eran leídos en voz alta, recitados de memoria, salmodiados o cantados; su público era un público de oyentes, un "auditorio". Los manuscritos servían para fijar los textos y apoyar la lectura en voz alta, la memorización, el canto.[11]
La lectura estaba tan relacionada con la voz que incluso la lectura solitaria se hacía en voz alta. Es decir, incluso los textos que no se recitaban de memoria eran leídos de tal manera que la boca y el oído fuesen los medios principales, mientras que el manuscrito servía únicamente como soporte. Así, oír es casi lo mismo que leer y hablar es escribir. Escuchar y leer eran actos que ocurrían en simultaneidad. Un ejemplo particularmente interesante en torno a la lectura en voz alta es el de las novelas de caballería, que generalmente eran muy extensas. Estas también parecían haber sido concebidas para recitarse de memoria o, como mínimo, leerse en voz alta. Como el Quijote, de Cervantes, que es una novela inmensa con capítulos pequeños, como si hubiesen nacido para ser leídos y oídos al mismo tiempo. Lo interesante aquí es que la premisa del Quijote es que hay un hombre que está enloqueciendo por leer novelas de caballería, novelas que se leían en voz alta, lo que quizás dé una idea sobre la llegada de la lectura silenciosa, pues parece que mientras más se leía en silencio, más se asociaba la lectura en voz alta con la locura. Tal vez Alonso Quijano no sea más que un lector-oidor intentando sobrevivir en un mundo que cambió el hábito de la lectura de manera radical.
La lectura silenciosa, que antes parecía un proceso absolutamente esquizofrénico, era la que ahora se abría paso para quedarse para siempre. Por el contrario, sería la lectura en voz alta la que empezaría a suponer la posibilidad de locura. El oído y la boca se desligaron de la lectura, el ojo llegó para devorarlo todo, y esos lectores-oidores del Siglo de oro español callarían su voz y atrofiarían su memoria para concebir a la lectura como el proceso solitario, casi egoísta, que es hoy en día. "El texto es un presupuesto estructurado para sus lectores"[12] Iser en su ensayo "El proceso de lectura".[13] que trata sobre la estética de la recepción, describe los mecanismos de la interpretación literaria, y nos muestra tres puntos de la fenomenología literaria[14]: la reducción fenomenológica en la que Iser lo piensa como un proceso de retención de pasajes de textos, donde el texto mismo no es ni espera ni recuerdo, es un hecho de experiencia en los procesos de lectura; luego está, la formación de consistencia[15], frente al número de valor y uso de la obra literaria entre el lector y el texto; y el lector implícito quien es el que le añade a cada lectura un sentido.
La obra es más que el texto, pues el texto solamente toma vida cuando es concretizado, y además la concretización no es de ningún modo independiente de la disposición individual del lector, si bien ésta a su vez es guiada por los diferentes esquemas del texto. La convergencia de texto y lector dota a la obra literaria de existencia, y esta convergencia nunca puede ser localizada con precisión, sino que debe permanecer virtual, ya que no ha de identificarse ni con la realidad del texto ni con la disposición individual del lector.[16]
Su teoría consiste en la interpretación de la obra literaria como un proceso determinado por dos hechos esenciales: el texto en sí mismo, y el conjunto de actos por los que el lector se relaciona con él. Iser pone en manifiesto que en la lectura del texto es en donde se potencia el efecto y esta lectura no es ajena a las capacidades cognoscitivas, si conocemos las posibilidades podremos comprender los mecanismos del acto literario donde no solo está a la vista del autor al crear su texto, sino que debe explorarse la posibilidad de la recepción, es decir, un texto literario solo puede desarrollar su efecto cuando es leído y criticado, la crítica como un análisis en medio del proceso de lectura que da cabida a que el texto pueda convertirse en obra.
Es la virtualidad de la obra la que da origen a su naturaleza dinámica, y ésta a su vez es la condición previa para los efectos que la obra suscita. A medida que el lector utiliza las diversas perspectivas que el texto le ofrece a fin de relacionar los esquemas y las "visiones esquematizadas" entre sí, pone a la obra en marcha, y este mismo proceso tiene como último resultado un despertar de reacciones en su fuero interno.[17]
En el lector, psicológicamente se genera un diferente esquema del texto que ha sido concebido por el autor, el lector cree ser guiado, pero no nos damos cuenta que existe una adecuación entre el texto (como materia) como ciencia irreductible a la materia de que está constituido. y el lector (como forma), pero no una forma aislada de la realidad humana concreta, es decir, de un sujeto operatorio. Por otra parte, Iser concibe el texto como una materia que solo se representa en el "lector implícito", dicho de otra forma, Iser se refiere al texto como si éste se hubiera gestado en la conciencia de un lector auto textualmente concebido.
Aunque el texto es una tela tejida a partir de signos y huecos, el lector modelo, utilizando su enciclopedia, tiene la capacidad de llenar los huecos lo mejor que sabe, utilizando su bagaje social, su enciclopedia y convenciones culturales. De hecho, el autor ha previsto un lector modelo que es capaz de cooperar en la actualización del texto de una manera específica, y que también es " . Por consiguiente, deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente"[18]
Este lector modelo es creado por el texto, pero no es él quien tiene la única interpretación correcta . Un texto puede prever un lector modelo que es capaz de probar varias interpretaciones en las que se enfrenta a varias fábulas o mundos posibles. El lector modelo, en esencia, es "un conjunto de condiciones de felicidad, establecidas textualmente, que deben satisfacerse para que el contenido potencial de un texto quede plenamente actualizado"[19]. El lector modelo actualiza el significado de todo lo que la estrategia textual pretende decir.
Finalmente me gustaría mencionar al "lector implícito", este lector, para reconstruir un texto, se adentra a lo que existe en su intelecto interior, es decir, pensamos en que, como lectores, somos portadores de una imagen concreta. Un texto en su interior contiene un conjunto de estructuras que ayudan a que el lector lo estudie de un modo determinado, más bien como significado, se nos presenta ya organizado y es ahí donde se pone en juego la lectura. Esto entra en el carácter afectivo de la imagen de representación.
En el comportamiento del mundo de la vida, la imagen de la representación sirve extraordinariamente para hacer presente el objeto ausente, cuya forma de manifestarse depende, naturalmente, del saber que se tiene acerca de este objeto, y que consecuentemente tiene que ser aplicado en la actividad representadora. Pero al objeto imaginario de los textos de ficción le falta la cualidad de la existencia presente empíricamente. Aquí no se hace presente un objeto ausente, pero no por otro concepto existente, sino más bien se produce uno que no tiene semejanza.[20]
El concepto de lector implícito circunscribe un proceso de transformación, desde las estructuras del texto, a través de los actos de representación, al ámbito de la experiencia del lector. Esta actividad representada del lector es reglada por espacios vacíos que permiten coordinar las representaciones dentro del texto es por ello que Iser menciona que toda lectura es un acto creativo y, así mismo, toda lectura es diferente. No solamente la lectura de un lector con respecto a la de otro, sino el mismo lector tiene la capacidad de separar diferentes experiencias y al mismo tiempo unirlas. Cuando se lee se pone en juego una dualidad, no es solo la realidad que está presente en el texto, esperando ser descubierta, sino aquellas imágenes de lo real con que el lector se enfrente.
BibliografíaAnnaud, Jean-Jacques. El nombre de la rosa [película]. Francia, Italia y Alemania occidental: Constantin Film; 1986. [131 minutos, a color].
Barthes, Roland. "Escribir la lectura" en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura
Cavallo, Guglielmo. "Entre el volumen y el codex: la lectura en el mundo romano" en Historia de la lectura en el mundo occidental
Eco, Umberto, Lector de fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo, Barcelona: Lumen, 1985, https://monoskop.org/images/6/6e/Eco_Umberto_Lector_in_Fabula_3rd_ed_1993.pdf
Frenk, Margit. "Lectores y oidores. La difusión oral de la literatura en el Siglo de Oro" en Actas del séptimo congreso internacional de hispanistas.
Gómez Moreno, Ángel. España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid: Gredos, 1994
Hamesse, Jacqueline. "El modelo escolástico de la lectura" en Historia de la lectura en el mundo occidental.
Iser, Wolfgang. El acto de leer Teoría del efecto estético. Madrid: Tauro Ediciones. 1987.
Jiménez, Teresa. Un tipo de lectura profesional: los humanistas y los texto. Universidad de Alcalá.
Parkes, Malcolm. "La alta Edad Media" en Historia de la lectura en el mundo occidental.
Ricoeur, Paul. Freud: una interpretación de la cultura. Madrid: Siglo veintiuno.
Wolfgang, Iser. "El proceso de lectura: enfoque fenomenológico", La estética de la recepción, Madrid https://www.academia.edu/6215910/Iser._el_proceso_de_lectura
[1] Iser, Wolfgang. El acto de leer Teoría del efecto estético. Madrir: Tauro Ediciones. 1987, p. 175
[2] Ricoeur, Paul. Freud: una interpretación de la cultura. Madrid: Siglo veintiuno, 1970
[3] Hamesse, Jacqueline. "El modelo escolástico de la lectura" en Historia de la lectura en el mundo occidental, p. 182.
[4] Cavallo, Guglielmo. "Entre el volumen y el codex: la lectura en el mundo romano" en Historia de la lectura en el mundo occidental, pp. 124 y 125.
[5] Ibidem..., p. 126.
[6] Barthes, Roland. "Escribir la lectura" en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura, p. 36.
[7] Ibidem...,37.
[8] Eco, Umberto, Semiotics and the Philosophy of Language, Bloomington: Indiana University Press, 1984, p. 24
[10] Eco, Umberto, Lector de fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo, Barcelona: Lumen, 1985, https://monoskop.org/images/6/6e/Eco_Umberto_Lector_in_Fabula_3rd_ed_1993.pdf
[11]Frenk, Margit. "Lectores y oidores. La difusión oral de la literatura en el Siglo de Oro" en Actas del séptimo congreso internacional de hispanistas, p. 103.
[12] Iser, Wolfgang. El acto de leer Teoría del efecto estético. Madrid: Tauro Ediciones. 1987, p. 176
[13] Wolfgang, Iser. "El proceso de lectura: enfoque fenomenológico", La estética de la recepción, Madrid, https://www.academia.edu/6215910/Iser._el_proceso_de_lectura
[14] Ibidem., p.161
[15] Iser, Wolfgang. El acto de leer Teoría del efecto estético. Madrid: Tauro Ediciones. 1987, p. 193
[16] Wolfgang, Iser. "El proceso de lectura: enfoque fenomenológico", La estética de la recepción, Madrid, https://www.academia.edu/6215910/Iser._el_proceso_de_lectura
[17] Wolfgang, Iser. "El proceso de lectura: enfoque fenomenológico", La estética de la recepción, Madrid, https://www.academia.edu/6215910/Iser._el_proceso_de_lectura, p. 149
[18] Eco, Umberto, Lector de fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo, Barcelona: Lumen, 1985, https://monoskop.org/images/6/6e/Eco_Umberto_Lector_in_Fabula_3rd_ed_1993.pdf p. 80
[19] Eco, Umberto, Lector de fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo, Barcelona: Lumen, 1985, https://monoskop.org/images/6/6e/Eco_Umberto_Lector_in_Fabula_3rd_ed_1993.pdf p.89
[20] Iser, Wolfgang. El acto de leer Teoría del efecto estético. Madrid: Tauro Ediciones. 1987, p. 225