Revista Cultura y Ocio

El adentro

Por Calvodemora
Oscuramente también aquí la sed, el depósito sencillo de lo más acendradamente humano, el verbo al que le extirpamos la flor y el vuelo y quedó en fuego menudo y manso, en la liberada costra que un día fue cáliz y ángel hermoso en la tarde del tiempo. La sed y también la luz astillando la sombra. El latín antiguo de los sábados infinitos, el severo moho de las palabras que ya no decimos y distraídamente extravían su secreto milenario en el aire profanado por un cláxon. El muerto plenipotenciario, el muerto con gaviotas de una película sueca que vi en el verano de cuando aquella novia irlandesa. El beso precoz que abre la sangre al mundo, la música contando el lento morir del cuerpo. La vida imperfecta y la suprema verdad como una catedral a la que izáramos por encima de nuestras cabezas. Lo póstumo, lo adormecido, lo que es preciso nombrar para que el olvido no lo invada de algas. La madrugada como un arrullo de relojes chivatos que equivocan la hora y dan el ayer estricto y minucioso en el que fuimos felices y tocamos el centro mismo de la semilla. El invisible discurso del azul trepidando en la materia, el aleteo delicado del sueño antes de que los ojos se abran y contemplen las ruinas de nuestra inteligencia. El eco que no es otra cosa que una voluntad de permanecer en el tiempo y ganarse el afecto del aire. La cifra, mi canción, el drenaje del alma, el pan latiendo en la mano, el momento exacto en que me vierto en El origen de todo, en la madre hirsuta de la dolorosa tierra. El poeta en una pausa, nombrando el asombro, buscando a Dios en cada palabra, Dios roto en su ojo, Dios diariamente Dios, a cada momento Dios como una letanía con la que el universo interroga a sus criaturas y les encomienda empresas altas y nobles que vagamente encienden metáforas a las puertas de los templos. El recado de escribir mientras afuera la noche se desplaza hacia el día como un un sueño se desplaza hacia el olvido. El amor aventado al breve refugio del poema, el viejo amor de las canciones de siempre que a capricho va respirando alturas indescriptibles de júbilo en cada sílaba. El herido íntimo, el vulnerado, el roto por la maquinaria infame de los días. La fuga, la espera, el fin. Aquí el adentro,  aquí conmigo.

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