La verdad es que es algo que les pasa siempre que llegamos al final de un trimestre, pero el del tercer trimestre es ya apoteósico. Veo que es algo generalizado (al menos en mi entorno) que los niños están con unos nervios encima que no hay quien los calme. Soy la primera que les entiendo: llevan nueve largos meses de madrugones continuos, las clases (muy divertidas, que están en Infantil, pero también supone un esfuerzo grande y son muchas -demasiadas- horas de clase), las extraescolares (en el caso de mis hijos solo una vez a la semana, así que los que tienen todos los días deben de estar derrumbados) y el acelerado ritmo de la vida cotidiana les pasa factura. Si al cansancio físico y mental del curso añadimos el buen tiempo (en el aula de mi hijo mayor el calor es aplastante) y la cercanía de las ansiadas vacaciones que no acaban de llegar, pues lo normal es que ni les reconozcamos.
Así que el mayor, de natural tranquilo, está que se sube por las paredes, contestatario y todo le parece mal. El pequeño hila una rabieta con otra, se niega a irse a dormir y a recoger juguetes y se porta fatal en clase. El mayor no hace más que preguntar que cuándo nos vamos a la playa, cada cosa que se le pide y que antes hacía con gusto ahora recibe un "no" grande como una catedral y el pequeño a la que te descuidas te suelta un manotazo que nos deja perplejos porque antes jamás pegaba en casa.
Estos días todo son protestas y negativas . Protestas por tener que lavarse los dientes, vestirse, desayunar, por poner la mesa, recoger los juguetes o llevar la ropa sucia a la lavadora. Lo de la comida es ya de traca. Quieren lo contrario de lo que hay: si hay pescado quieren pollo, si hay pollo prefieren lentejas, si hay lentejas lo que les apetece es salmorejo, si hay salmorejo exigen pasta y si hay pasta no se quejan, porque eso siempre triunfa. Con la merienda ya no sé qué llevarles, porque parece que siempre escojo la fruta equivocada o el bocadillo de lo que menos les apetece, aunque luego se lo coman, pero la queja va por delante. Por protestar, protestan hasta por los dibujos que ponen en la tele como si yo tuviera influencia alguna en la programación de Clan.
Y luego están las peleas, claro, porque no sólo discuten con nosotros, sino que entre ellos se establecen disputas encarnizadas por un coche de juguete, el sitio en el sofá o porque el yogur del hermano, exactamente del mismo sabor y de la misma marca, tiene mejor aspecto que el propio.
Si mis hijos fueran niños caprichosos, peleones y poco colaborativos entendería que es un problema de límites, pero, puesto que el resto del año no muestran comportamientos tan exagerados, debo entender que es este final de curso, que les está enloqueciendo. También a los adultos nos pilla más cansados y con menos paciencia, pero toca hacer un esfuerzo extra, porque ellos aún no gestionan bien el agotamiento. Eso no evita que en casa haya más confrontaciones y más gritos de los que debería y que a diario me pregunte cómo vamos a sobrevivir los dos meses y medio de vacaciones que tenemos por delante.
Necesitan vacaciones. Bueno, las necesitamos todos, pero ellos más. Necesitan tiempo de juego libre, de menos actividades programadas, de pasar tiempo con nosotros, de salir de la ciudad y cambiar a un escenario donde se sientan más libres. Necesitan tiempo para aburrirse, para saltarse los estrictos horarios del invierno, de relajar un poco algunas normas. Ellos ya ven en el horizonte, cada vez más cerca, la temporada de baños y helados, de horas perezosas y juegos al aire libre. Parece que nunca va a llegar y, claro, se ponen nerviosos. Está resultando difícil, pero espero que ahora, sin clase por la tarde, sea más fácil para ellos.
¿Están acusando vuestros hijos de algún modo el cansancio de final de curso ? ¿Cómo lo afrontáis en casa? Ya sabéis que me encanta leer vuestras experiencias en los comentarios.
¡Hasta el próximo post!